jueves, 26 de agosto de 2010

Fe y Victoria… ¿qué son?

Hay una afirmación que me llene de ánimo siempre que la leo: “Todo es posible para el que cree”. (Marcos 9,23). Me animo porque sale de la boca de Jesús ante la petición-pregunta del papá de un niño epiléptico “Por eso si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos”. Es el poder de la fe. Es entender que creer en Dios nos da posibilidades que desbordan nuestra imaginación. La fe supera toda limitación. La fe es confiar en el poder de Dios que no tiene límites porque Dios es el absoluto. Cuando depositamos nuestra vida en sus manos ya no estamos simplemente confiando en lo nosotros, seres finitos, podemos hacer, sino que estamos confiando en Aquel para quien todo es posible (Marcos 10,27).

Esa afirmación que hace Jesús a este hombre debe generarnos una actitud optimista y decidida en nuestras vidas. Nosotros somos gente de fe, creemos en el poder de Dios y estamos siempre clamando a Él por nuestro bienestar; pues entonces, a partir de ahora, tenemos que ser capaces de no ponerle límites a su acción y confiar plenamente en su actuación. Sé que muchas veces olvidamos quién es Dios y cuál es su naturaleza, tratándolo como si fuera uno de nosotros. Poniéndole unos límites que Él no tiene.

Hoy quiero invitarte a pensar en el poder de la fe, a creer que con fe y trabajo lo puedes conseguir todo. Si crees eso, podrás salir hoy a trabajar, a luchar, a compartir la vida con los demás hermanos, lleno de una actitud bien optimista que te hará capaz de cumplir todas las metas que te has propuesto.

Es necesario confiar y creer en el poder de Dios para vencer ese negativismo que, como una epidemia, busca contagiar a todos los que con el corazón abierto quieren construir la vida. Estoy convencido de que puedes salir adelante y vencer las dificultades que tienes. Pero debes hacer crecer tu fe, tienes que pedirle al Señor que te haga crecer en la fe: “Creo; pero ayuda mi falta de fe”. No vas a seguir llorando, ni creyendo que todo está perdido, vas a creer en el poder de Dios y vas a luchar para salir adelante.

Ahora, esto no puede entenderse desde el fanatismo. El poder de la fe necesita de nuestra fuerza; no sólo de ella, pues Dios está actuando también, pero requiere que tengamos una militancia y un compromiso decidido. Esto lo digo porque muchos ahora piensan que basta con creer sin actuar y eso no es cierto. Hay que actuar, salir de nosotros, buscar al Señor, tomar conciencia de nuestro problema-incapacidad y plantearlo frente al Señor, siendo conscientes de que tenemos que salir adelante. No olvidemos que el poder de la fe, a veces, nos lleva también a aceptar lo que no nos gusta, pero que es válido en el plan de Dios. No podemos negarnos a la derrota y al fracaso pues estos forman parte de la vida y nos ayudan a crecer y a ser mejores.

No podemos entender la fe como una victoria continua, sin ninguna dificultad. Eso no pasa en nada que sea humano. En la realidad siempre hay dolores y tristezas. Teniendo claro que éstas circunstancias nos ayudan a ser mejores cada día, asumamos la existencia con fe. Y es que son los vientos en contra quienes nos permiten, gracias a la fuerza aerodinámica, despegar para volar bien alto.

Cuando veo a los jugadores de fútbol hacer una ronda en la mitad de la cancha y orar; me pregunto si le estarán diciendo a Dios que aceptan la derrota, que también les ayuda a ser mejores. Seguro que sólo dicen que quieren ganar. Y allí sí no sé qué hace Dios porque es muy seguro que los dos equipos estén haciendo la misma petición. El poder de la fe es sólo victoria; pues algunas veces esa victoria pasa por la derrota, no lo olvidemos.

Esto nos deja claro que no podemos entrar en crisis de fe porque aquellos que pedimos a Dios, no nos lo concede. Pues de fe entiende que esa posibilidad también forma parte de la condición humana. Los que sólo quieren que todo salga como lo desean o lo planearon, no tienen fe; sino que están tratando de manipular a Dios.

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martes, 10 de agosto de 2010

Es promesa cumplida

Por estos días he vuelto a re-leer algunos textos del libro de Jeremías, que es uno de los profetas que me encanta por su tono existencial, por toda la frustración y el sufrimiento que padece a causa de cumplir su misión de anunciar la Palabra de Dios: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, y me venciste. Yo era motivo de risa todo el día, todos se burlaban de mi. Si hablo, es a gritos, clamando ¡Violencia, destrucción¡ La Palabra del Señor se me volvió insulta y burla constante, y me dije: no me acordaré de él y no hablaré más en su Nombre” (Jeremías 20, 7-9). Así de sentidas y de dolorosas son sus expresiones cuando comprueba que al anunciar la Palabra de Dios queda enfrentado a todos, siendo objeto del ataque de aquellos a los que le está anunciando su bien.

Imagino el sufrimiento de este hombre y pienso en tantas personas que hoy viven la misma contradicción interna: que al declarar lo que es justo, lo que es bueno, lo que es verdadero, terminan atacados, perseguidos y objetos de burla. También pienso en todos aquellos que viven su misión, su vocación existencial en cualquier ámbito y tienen que soportar contrariedades, adversidades, que les llevan a preguntarse si están haciendo lo correcto.

Jeremías, quiere dejar de hacer su trabajo, su misión, abandonarlo todo; pero se encuentra con que la fuerza de Dios es más grande que él: “no me acordaré de él, no hablaré más en su Nombre, pero sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía”. Es terrible darlo todo de sí para hacer el trabajo y obtener como resultado insultos, peleas, conflictos, desatención.

A Jeremías la crisis lo lleva a expresarse de manera muy pesimista: “¡Maldito el día en que nací, el día que mi made me dio a luz no sea bendito! (20, 14). Hasta allá lo ha llevado la situación, hasta no encontrarle sentido a la vida, hasta creer que no vale la pena vivir. Estoy seguro de que muchos que atraviesan situaciones duras y complicadas en su vida pueden sentirse identificados con este profeta; y quisiera contarles que, a pesar de estos sentimientos, él no se rinde, ni abandona su misión, ni se convierte a la lógica del mal, ni deja que lo venzan sus enemigos.

Confía en el Dios que lo ha llamado y que siente presente en su corazón; se mantiene firme en su fe y sigue dando la batalla: “El señor está conmigo como valiente soldado, mis perseguidores tropezarán y no me vencerán”. Se mantiene esperanzado en el Señor, porque sabe que no abandona a su gente y siempre saca adelante al que ha confiado en Él. Su esperanza se basa en la fidelidad de Dios, sabe que es fiel y responde con victoria a la fidelidad de los hombres.

La razón que encuentra para seguir creyendo y luchando a pesar de todo, es el amor de Dios. Seguro que las palabras de esperanza proclamadas al pueblo de parte de Dios:“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad y te reconstruiré y quedarás constituido…” las cree y las hace suyas en lo profundo de su corazón.

Claro, nosotros, a pesar de todo, no nos vamos a dar por vencidos, pues sabemos que Dios nos ama con amor eterno y no nos va a dejar perecer. ¡Y eso que Jeremías no conoció a Jesucristo! Qué tal nosotros que hemos visto cómo responde con Resurrección y Vida el Padre a todo aquel que se deposita en su manos y se hace obediente a su Voluntad.
¡Hey! No es tiempo para abandonar, ni para decir que todo está perdido. Es tiempo de misericordia, de esperanza, de seguir luchando y creyendo, no dejemos que el mal nos convierta a su lógica y nos venza. Vamos a seguir en pie de lucha. Dejemos que la Palabra de Dios a Jeremías nos siga guiando: “Convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas”.

Sí, mi Dios, eso queremos que se cumpla, que esa promesa se haga realidad en nuestra vida para disfrutar los frutos de todo lo que hemos luchado y trabajado. Gozando lo que Tú, desde tu gratuidad, nos haz concedido. No vamos a maldecir, sino a confiar y a estar seguros del triunfo. Por esto, quiero terminar esta reflexión de hoy, invitándote a estar más alegre, más contento y más dispuesto a pesar de todo lo que vives, porque la Palabra que Jeremías nos anuncia -de parte de Dios- se cumplirá.

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