domingo, 27 de febrero de 2011

Promesas y cumplimientos

Estamos siempre expuestos a las promesas que otras personas nos hacen. Algunas podremos creerlas y otras no. Algunas serán la expresión del compromiso decidido y coherente y por ello podremos confiar en ellas, pero otras expresaran más el deseo que las personas tienen a lo que realmente lo que pueden hacer. Quisiera reflexionar con ustedes sobre estas segundas promesas:

No basta con querer hacer algo para poder hacerlo. Es necesario que se den unas condiciones objetivas, y aún subjetivas, que posibiliten que eso que queremos hacer se pueda hacer. Esto es, no todos los deseos que tenemos se pueden volver una realidad objetiva. Muchas veces aquello que queremos no lo podemos hacer porque no sabemos cómo o, simplemente, porque las condiciones que tenemos no nos lo permiten.
Es necesario conocer los límites de la voluntad. Nosotros vivimos en una sociedad que ha hiper-valorizado la voluntad, nos a hecho creer que basta con ella para transformar la vida y eso no es cierto. La libertad, que es la que nos posibilita pensar en la voluntad, no es absoluta; sino relativa y está condicionada por muchas cosas. Por ejemplo, si tengo ganas de irme ya a París pero no tengo el dinero. Mi libertad está condicionada por el dinero, de alguna manera. Este ejemplo sencillo nos pone frente a una de las realidades que el hombre de hoy muchas veces quiere soslayar y lo hacen ilusionarse con lo que no puede realizar.
Hay que tener claro qué condiciones se necesitan para que pueda realizarse lo que deseo o estoy prometiendo. Este punto es fundamental. Muchos de nuestros comportamientos son ocasionados por nuestras taras mentales, por nuestras adicciones, por nuestras debilidades, por nuestras experiencias traumáticas del ayer, por nuestros aprendizajes, etc. Lo cual significa que, para podernos comprometer a hacer algo, tenemos que saber exactamente que es lo qué nos ha estado influyendo y cómo lo podemos transformar o usar mejor en nuestra vida diaria.

Estoy pensando, por ejemplo en una persona infiel que promete no volverle a fallar a su pareja. Esta promesa, si no está sostenida por un análisis exhaustivo y concreto de las causas que le han llevado a faltar al compromiso adquirido, sino está respaldada por la terapia o por el proceso de sanación que supone el cambio de lo que ha causado ese comportamiento, no podrá creerse; porque seguro no se podrá cumplir. Sin tomar conciencia de los traumas y de las situaciones que nos están influyendo para ser infieles no vamos a poder ser fieles. Se quedará en un bello discurso y en una muy buena intención (Recordemos, que Voltaire nos decía que de buenas intenciones está empedrado el infierno). Le creo a un infiel que va a dejar de serlo, porque además de su buena intención va a hacer un proceso que ayudará a controlar, manejar, usar, en buen sentido, sus emociones. Mientras tanto es muy difícil de creer.

También pudiéramos citar el ejemplo del drogadicto que jura y jura que no va a volver a consumir. Sin un proceso terapéutico serio que lo re-eduque totalmente será muy difícil que no vuelva a caer. Se necesita de la fuerza de voluntad pero también de los procesos psicológicos que puedan ayudarle a vencer su falta de autoestima, o cualquiera de las causas de su adicción.

Sé que para algunos este tema puede resultar difícil de aceptar, ya que pareciera que al reconocer lo relativo de la libertad estuviéramos mermando la responsabilidad de las personas en sus actos. Pero tengan la seguridad de que no es así, porque cada uno es dueño de sus actos, de tratar de hacer lo mejor; pero a la vez de tratar de encontrar el camino que lo lleve a solucionar los problemas que no lo dejan cumplir su decisión. Esto es, es doblemente responsable no sólo de lo que quiere hacer sino también de generar las condiciones para hacerlo.

@PLinero (Twwitter)
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P. Alberto Linero G. Facebook

martes, 8 de febrero de 2011

¡Hay que crecer, aunque duela!

Los seres humanos nos movemos en medio de una tensión permanente entre el desarrollo y la decadencia, entre ir hacia delante y retroceder, hay días en que amanecemos llenos de optimismo y nuestro corazón se alegra porque nos descubrimos caminando con paso firme hacia el desarrollo, días en los que nos sentimos y nos descubrimos efectuando acciones de verdadera autenticidad, actos de verdadera libertad y responsabilidad; y entonces nos descubrimos con un corazón cargado de amor y dispuesto a desbordarse en servicio a los demás.

Del mismo, humanos como somos, tenemos otros días en los que el rostro de la decadencia se nos pone en la frente y un mundo de sombras empieza a encadenar nuestros pies, jornadas en las que nos cuesta levantarnos, nos es imposible tener un acto de amor, menos uno de servicio; días en los que no fluye la alegría, en los que sentimos gris la existencia y la sonrisa no es lo que queremos expresar sino que se parece más a una mueca desagradable… en fin, días que como dice sutilmente el poeta Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profunda:

“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar… Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.

Y yo quisiera asegurarte que estás en uno de esos días, de los tristes o de los alegres, de los dolorosos o de los alegres; pero también que pasará. No será eterno, no durará por siempre, como todo día, tendrá un final. Y esto lo digo para que pienses en que nada puede ser perfecto, ni en la alegría, ni en la tristeza; que tanto unas como otras no llenan la vida absolutamente, porque siempre habrá un resquicio por donde salen y entran dinámicamente las dos. Los días son temporales, no eternos; entonces tu situación también lo es, no estarás eternamente contento, ni por siempre estarás desconsolado. No hagas depender toda tu existencia de la situación actual; porque seguramente cambiará en cualquier instante. Mejor aprende a vivir, a disfrutar tu existencia con lo bueno y lo malo, con alegrías y tristezas, con triunfos y fracasos.

Afortunadamente los que creemos que somos obra de Dios y que fuimos creados a su imagen y semejanza; vemos perfectamente en el en Jesús, que es posible caminar con paso firme por la vida, rumbo a la eternidad, a pesar de la adversidad, a pesar de los días decadentes; él nos muestra que con la fuerza que viene de lo Alto que podemos vencer los miedos que nacen en nuestro corazón.

Crezcamos y asumamos nuestra existencia, con sus pros y sus contras. No le pidamos a Dios que nos quite los problemas, pidámosle que mejor que nos de la fuerza para vencerlos. No deseemos vivir en un paraíso sin sombras, como dice el filósofo Estanislao Zuleta; sino que nos enseñe a ser fieles a nuestra vocación de felicidad a la que fuimos llamados cuando nos creó como sus hijos. Desde Dios podemos vencer esa tensión en la que nuestra condición humana nos exige vivir. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu y cerrarnos a la fuerza del mal que nos empequeñece y nos roba la fuerza con la que estamos hechos para vivir.

Apropiémonos de la existencia que tenemos con valor. Y dejemos de echarle la culpa a todo y a todos. Ya no más excusas, ya no más justificaciones. Dejemos de decir: “Se rompió el vaso”, en lugar de decir: “lo rompí sin querer”; o: “se perdió la plata”, en lugar de “no invertí o no use bien el dinero”. La conclusión de todo esto es simple: buena parte de nuestros problemas se generan en comportamientos infantiles, por tanto ¡Hay que crecer, aunque duela!

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