domingo, 30 de septiembre de 2012

Negar lo que no me gusta de Dios

Muchas veces me he preguntado ¿Cómo fue posible que Pedro negará al Señor? (Mt 26, 69) Él vivió con Jesucristo tres años, lo acompañó en sus correrías y lo vio hacer tantos milagros. ¿Cómo fue posible que se le hubiera olvidado todo lo vivido en ese momento en el que estaba frente a la sirvienta que le preguntaba? (Mt 26, 71) En estos días estuve leyendo una reflexión que me ayudó a entender de mejor manera de qué se trataba esa negación. Pedro lo negó porque se decepcionó de Él. Pedro conocía al Jesús victorioso, al poderoso, al que hacia ver a los ciegos, oír a los sordos, caminar al paralítico, levantar a los muertos. Ese Jesús era el que Pedro conocía y al que había decidido seguir. Pedro había dejado todo: esposa y familia, lanchas y redes. No era cobarde, lo habíamos visto reaccionar en el huerto de los olivos y cortarle la oreja al criado de Malco (Mt 26, 52). Pero Pedro no se encontró con ese mismo Jesucristo en la Pasión. El de la Pasión es alguien que se deja golpear, que permite la agresión en sí mismo, que no reacciona con el vigor del poder que residía en él, sino que parece como “oveja al matadero”, una situación de total inhumanidad. Me imagino la decepción de Pedro. Imagino que soñó con que su Maestro se defendiera y mandara a la porra a todos los que le estaban atacando. Pedro dice lo que cualquier decepcionado: “a ese hombre no lo conozco”. “Ese no es el hombre al que he seguido durante los últimos tres años”. Su negación es fruto de haberse hecho una imagen de Jesús que no correspondía con la verdadera y real. Jesucristo no es Poderoso a la manea del mundo, sino que es poderoso a la manera de Dios. Su poder no está en hacerse el primero, sino en servir a todos aquellos que lo necesitaran; no está en la capacidad de destruir, sino de salvar; su poder no está en infligir sufrimiento al malvado, sino en sufrir por él para ganarlo para Dios. Esto es algo que Pedro no puede comprender en su momento. Algunas veces nos pasa lo mismo. Nos hemos hecho una imagen triunfalista y emotiva de Jesús, entonces cuando llegan los problemas o las dificultades, queremos negarlo y decir que no existe. Ser cristiano supone la capacidad de descubrir a Dios en todas las situaciones de la vida, no sólo verlo en los momentos de triunfo. Es necesario que entendamos que la lógica de Dios no es igual a la de esta sociedad capitalista. Dios no actúa únicamente en medio del poder y la abundancia; sino que también actúa en medio de la debilidad humana. Por ello quien quiera amar de verdad a Jesús, deberá entender que el problema no es de prosperidad o pobreza, de tristezas o alegrías, sino de amor que se entrega, amor que se da hasta el extremo por hacernos plenamente felices. Se trata de aprender a descubrir en la cruz a quien nos está revelando al Padre. A un Padre que es fiel y que no nos abandona nunca. A un Padre que nos da su fuerza para superar las dificultades; pero que siempre respeta nuestra capacidad de elegir y decidir.

domingo, 9 de septiembre de 2012

El Dios de la victoria, que está contigo en las derrotas

Saber presente a Dios en nuestra historia cuando las dificultades arrecian y la vida está complicada hasta el punto de parecer que no tiene sentido es muy difícil. ¿Cómo creer que Él nos protege y nos cuida pero nos está yendo mal y estamos siendo derrotados?, ¿cómo creer que me ama si estoy postrado enfermo en una cama?, ¿cómo creer que es bueno si los buenos sufren y los malos ganan? Así se lo dice Gedeón cuando el ángel del Señor le dice Dios está contigo: ¡El Señor está contigo, guerrero valiente! —Pero, señor —replicó Gedeón—, si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas las maravillas que nos contaban nuestros padres, cuando decían: “¡El Señor nos sacó de Egipto!”? ¡La verdad es que el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián! (Jueves 6,12-13) Tiene razón Gedeón ¿cómo así que Dios está con nosotros y nos está yendo así de mal? ¿Cómo es que nos ama? Parece lógica la conclusión de este juez de Israel: Dios nos ha desamparado. En los actuales momentos, alguno dirá: definitivamente Dios no existe. Esta es una de las tentaciones más fuertes que tiene el hombre: creer que la prosperidad, la fama, el poder, la estupenda salud, son garantías de la presencia de Dios o que su ausencia es signo de su abandono. Como si a Dios se le midiera en esas experiencias materiales. Dios tienes que ser mucho más que eso. Dios está presente en todos los momentos de la vida y lo está para que seamos felices. La única manera de creer en Dios es ser capaz de trascender a las situaciones inmediatas que se viven. Si nos quedamos en ellas, te aseguro que creer no va a ser posible. Es necesario que ubiquemos la situación en un proyecto mayor, que es nuestra historia de salvación, y que entendamos que debe tener un sentido y una razón en ese proyecto. No podemos mirar sólo las situaciones difíciles, sino que debemos pensar en perspectiva. Si no le encontramos el sentido a esa situación que estamos viviendo, seguro nos va a hacer sufrir más de lo debido y muy probablemente viviremos una crisis de fe innecesaria. ¿En qué me hace crecer esta situación? ¿Qué valores se están fortaleciendo en esta batalla? Creo que esas preguntas te ayudan a comprender el sentido de esas situaciones. No creo que se trate de sufrir por sufrir. Eso implicaría un Dios cruel que no es aquel que se nos ha revelado en la Palabra. “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman…”. (Romanos 8,28). Tenemos que estar seguros de que si estamos metidos en una situación tan difícil es porque algo hay que aprender. No creo que sea enteramente casual. También es posible que algo hayamos hecho para estar en esa situación, muchos de esos problemas nos los buscamos. O puede que se trate de nuestra condición humana –somos de barro y no de acero- y por eso nos enfermamos y tenemos que lidiar con la posibilidad de la muerte física. Para ello necesitamos aprender a confiar en que Dios nunca nos abandona y a tener una buena experiencia de oración. Estoy seguro de que no hay mejor actitud en éstas situaciones difíciles que luchar con todo y confiar en el Señor que todo lo puede. Me gusta meditar lo que el ángel del Señor le responde a Gedéon ante su duda, no entra en una discusión filosófico-teológica sobre Dios y dsus manifestaciones sino que le dice: El Señor lo encaró y le dijo: —Ve con la fuerza que tienes, y salvarás a Israel del poder de Madián. Yo soy quien te envía. (Jueces 6,14). Sí claro, ten la certeza que Él te ha enviado y sal a luchar. No te quejes más. No te regodees en el dolor. No busques ser víctima. Tienes la fuerza de Dios en tu corazón, sal a luchar, a vencer y a dar lo mejor de ti. Estoy seguro de que lo lograrás, como lo logro Gedeón quien derrotó a los Madianitas.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El derecho a cambiar de opinión

Siempre ha sido muy interesante conversar con mi papá sobre política. Él es un tipo lúcido, muy inteligente, con muy buen humor además, que siempre en las reuniones familiares le pone la alegría y las bromas a las conversaciones. Uno de mis tíos tiene siempre el pesimismo alborotado, no le gusta nada, siempre cree que las cosas van de mal en peor, y que en unos años todos vamos a estar por debajo de cómo estamos ahora en todo sentido. Siempre discuten, pero tranquilamente, siempre exponen sus puntos de vista y cada uno va argumentando los domingos por la tarde y se les pasan las horas comentando todos los sucesos de la vida nacional. Mi padre siempre ha sido muy prudente con las palabras, es algo que admiro profundamente de él. Sabe qué cosas decir y cómo decirlas, y sabe qué cosas callar y por qué hacerlo. En una de esas conversaciones hablaban todos y mi papá dijo algo que a mi tío no le gustó mucho, y especialmente no le gustó porque decía mi tío que hace 10 años mi papá pensaba completamente lo contrario. Entonces mi papá le dijo: “bueno, ¿qué tal que uno no pudiera cambiar de opinión? Aún estaría pensando como cuando tenía 15 años, y no, eso no.” Me pareció genial, me pareció una respuesta brillante que muestra no sólo lo que logran los años en la vida de las personas, que les dan perspectiva, y carácter y horizontes de pensamiento, y por eso es tan importante que muchos de ustedes pierdan el afán de tomar ciertas decisiones definitivas tan pronto, porque cuando vengan los años y la vida les de algunas vueltas alrededor del sol, van a tener otros elementos para juzgar y tomar decisiones, elementos que ahora ni siquiera conocen. Pero además, la respuesta me gustó porque me recordó a uno de mis profesores de filosofía, que nos decía: “algo que no se le puede negar a nadie, es el derecho a cambiar de opinión”. Y es grandioso entender, aceptar y lograr vivir eso en nuestra vida. No siempre vas a pensar como piensas hoy, no sólo porque naturalmente llegarán nuevas ideas y nuevos conceptos que van a nutrir tu forma de leer la vida y de interpretarla, sino además porque no tienes que pensar igual siempre. A veces pensamos que la autenticidad es una especie de pacto de fidelidad a muerte con las cosas que hemos pensado y creído alguna vez. Y me parece a mí que es un poco negarse a evolucionar, a darle permiso a la cabeza de entender las cosas nuevamente, de una manera distinta. Atreverse a pensar distinto no implica solamente que hagas un esfuerzo por distanciarte de los mayores, de las personas que tienen un pensamiento tradicional o conservador sobre ciertas cosas, o que te resistas a darle la razón a los otros. Pensar distinto es también pensar diferente a como pensabas antes, y saber que tus ideas de hoy no son eternas. Además, aprender a reconocer el derecho que tienen los demás y que tienes tú mismo, a cambiar de opinión, es una manera increíble de ser mejores cuando nos damos cuenta que estábamos equivocados.