domingo, 18 de julio de 2010

LECCIONES DE VIDA

Me aterro de todo lo que he aprendido. A veces me sumerjo en mis recuerdos y viajo hasta las polvorientas calles del Barrio Olivo en Santa Marta. Y me veo como un niño que en medio de los juegos –todos ellos marcados por el ejercicio físico y la compañía de otros niños- pues me encantaba jugar a la Libertad que también se le llamaba 4 - 8 y 12, esos juegos que nos hacían salvadores de los demás.

Y recuerdo las dificultades típicas de mi ciudad que no tenía un acueducto que pudiera servirnos y tocaba tener albercas en las puertas y una motobomba para subir el agua dentro de la casa; mientras que los menos afortunados debíamos hacerlo a pulso con algunos galones de latas de aceite. Recuerdo los regaños y advertencias de mi mamá –ella se gradúo conmigo y con mi hermano Álvaro Antonio en ‘chancletoterapia’, era la época en la que todavía o nos traumatizábamos por estas prácticas- como de las idas al Eduardo Santos a ver al Ciclón… que pocas veces soplaba y que, desde esa época, me dio las mejores clases de sufrimiento que he recibido en mi vida…

Llegan recuerdos y memorias de tantas otras lindas experiencias en las que iba aprendiendo a conocer la vida, a conocerme y a conocer a los ‘otros’. Aprendí mucho. Creo que fue allí donde aprendí a vivir, realmente. Fue donde aprendí los valores que hoy orientan mi proyecto vital y los conceptos básicos que como ejes sostienen mi existencia. Luego, en el Seminario, la Javeriana, la Norte, los Andes, lo que he hecho es comprender, teorizar, conceptualizar, todo ese cúmulo de aprendizajes que la vida me ha enseñado y, de alguna manera, a saber que todo eso no podemos dejar de aprender.

En esos primeros años de vida lo que hacemos es aprender y aprender ya que de alguna manera nacemos indefensos frente la naturaleza misma, Arnold Ghelen ya nos había hablado de la capacidad infinita de aprendizaje que tiene el hombre y como según él, con ella puede adquirir de la naturaleza lo que a él le falta de inseguridad innata para poder adaptarnos a la realidad. Es decir, somos seres que con el aprendizaje equilibramos nuestros nacer ‘inapto’ para la vida misma.

Lo ideal es no dejar de aprender, estar siempre en la actitud de reflexionar cada una de las situaciones y ver qué podemos aprender de ellas. Esto es, cada experiencia que tenemos debe ser motivo de análisis, de reflexión y una oportunidad de crecimiento.

Tengo la claridad que lección que no aprendemos, se repite con mayor dureza. La vida es una buena maestra; pero exige que nosotros seamos buenos alumnos. Es valioso estar abiertos a seguir aprendiendo o reafirmar los conocimientos que tenemos, pero es necesario que tengamos la habilidad suficiente para entresacar de cada situación una lección de vida.

Muchos se pasan la vida sin aprender a vivir. Y tienen que ver cómo ella les cobra en cada situación su incapacidad. Es fundamental para la felicidad que no repitamos materias en el curso de la vida. Ser tan buenos alumnos que respondamos bien a las lecciones que la vida nos da y así estemos listos para la próxima ocasión.

Me duele cuando encuentro personas que se tropiezan una y otra vez con la misma piedra, y me pregunto ¿acaso no han aprendido a levantar el pie? y la respuesta es categórica: NO. Ahora, el aprendizaje de la vida no es siempre proporcional al aprendizaje de la academia. Es probable encontrarse con gente que tiene muchos títulos y prestigio académico pero no sabe vivir, no es feliz, ni permite que quienes estén a su alrededor sean felices. Lo cual nos lleva a tener claro que los ‘cartones’ que dan las universidades y nos acreditan como profesionales en una determinada actividad, no nos acreditan como seres que saben vivir y son felices.

Seguro que muchas de estas situaciones están en la infancia. Este espacio tan valioso para el aprendizaje está marcado por la soledad, por la distancia, por el egoísmo y, sobre todo, por falta de maestros que ayuden a hacer las respectivas retroalimentaciones y reflexiones que permitan el aprendizaje.

Por eso, no me extraña que algunos se sigan rajando en el curso de la vida, pues en la infancia -espacio primordial para aprender- no lo hicieron… tal vez, aprendieron otras cosas que sirven para las posiciones sociales, pero no para vivir felices.

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