martes, 20 de septiembre de 2011

Nadie cambia a nadie

Una de las tendencias humanas más fuertes en las relaciones interpersonales es la de pretender producir cambios en las personas con las que interactuamos. Nos gusta pensar que podemos hacer que los otros sean de una manera distinta. Estoy pensando -por ejemplo- en las parejas que se dedican con todas las fuerzas de su corazón a tratar a cambiar aquel con quien viven. Para ello usan manipulaciones emocionales, económicas y toda clase de artimañas para que el otro sea como ellos quieren que sea. Porque es uno de los puntos más “arbitrarios” de la humanidad, este deseo de cambiar al otro que cambie según lo que yo necesito, quiero y pienso que debe ser.

1. Nadie cambia a nadie. Esto hay que tenerlo bien claro. Ningún ser humano cambia realmente por la presión de fuera. Si logra cambiar, lo hace porque ha tomado consciencia del error en el que se encuentra y lo dañino que es para los demás y para sí mismo, así decide interiormente cambiar y hacer las cosas de otra forma. Es una decisión personal e íntima. Esto lo entienden bien quienes han vivido con adictos y han hecho hasta lo imposible para que deje la sustancia que los está destruyendo, pero no lo han conseguido, pues sólo se dará ese ruptura cuando el adicto tome conciencia y decida por sí mismo cambiar.

2. Nadie cambia solo: Esta es la otra cara de la moneda. Ninguno puede decir que va a cambiar aislado de todos los demás. Esto es imposible. Siempre se necesita ayuda de aquellos con los que convivimos y de los que están preparados idóneamente para ayudarme. Por eso, es importante escuchar, analizar y tratar de comprender bien lo que los otros me dicen, porque es importante para cualquier decisión de ser y de actuar de manera distinta.

3. El amor y la aceptación es la mejor manera de ayudar a cambiar: Mientras tengamos que defendernos de los ataques de alguien, nos sintamos presionados u obligados a ser distintos a como somos, es muy probable que no cambiemos. Por inercia humana –válganme el concepto- no queremos dejarnos imponer nada de nadie. Cuando nos sentimos amados, aceptados y valorados, seguro somos capaces de comprender y aceptar lo que se nos está pidiendo e intentamos hacer lo mejor para actuar y hablar de forma distinta. Quien me ama, me ayuda a cambiar sin obligarme, amenazarme, ni manipularme. Cuando me siento amado, cualquier proceso de cambio es posible.

4. Hay cosas que no se pueden cambiar: También debemos saber lo que estamos pidiendo al otro que cambie, porque hay realidades humanas que definen la personalidad, que son estructurales y que no se pueden cambiar. Hay otras que forman parte de la dinámica de la personalidad y seguro que pueden ser distintas. En algunos casos es mejor tomar distancia de alguien que intentar cambiar lo que es imposible que cambie, porque eso lo define y lo hace ser quien es. .

5. Dios ayuda pero no lo hace solo: Sé que para algunos es fácil decir: Dios me cambia. Seguro que Dios tiene poder para cambiar a quien quiera pero ¡ojo! Recordemos que en la historia de salvación hay una clara opción de Dios por respetar la libertad de los hombres, por no obligarlos a nada sino por dejarlos ser. Pues entonces, para que Dios te ayude a cambiar, tienes que dejarlo actuar, tienes que tomar la decisión de hacerlo y luchar por tu cambio. Si no es pura cometa elevada al viento, con apariencia de verdad teológica y nada más.

Tenemos que aprender a respetar y a amar a las otras personas tal cual son. Igual que tener claro que ese es el mejor camino para actuar con los demás. Antes de comprometernos con alguien -o hacernos socios- lo mejor que debemos hacer es conocerlos suficientemente –sé que a nadie conocemos totalmente, pero intentarlo al máximo- para así minimizar el margen de error.

martes, 13 de septiembre de 2011

Que te perdone... que te perdone...

Uno de los temas reiterativos en las relaciones humanas es el perdón. Todos hemos necesitados ser perdonados y hemos recibido la invitación a perdonar a alguien.

Hoy quisiera proponerles algunas reflexiones -desde mi experiencia espiritual- en torno al perdón desde estas preguntas: ¿Qué es el perdón? ¿Por qué perdonar? ¿Cuántas veces hacerlo? ¿Cómo perdonar?

¿Qué es perdonar? Muchas definiciones he leído en torno a esta experiencia humana, pero quisiera compartir con ustedes dos: primero, es la decisión por recuperar la paz perdida. No un sentimiento sino una acción de nuestra voluntad para volver a vivir en la armonía que alguna situación nos hubiese quitado.

En este orden de ideas todos podemos perdonar, porque todos tenemos la capacidad y la posibilidad de tomar esa decisión.

Segunda definición, que me gusta por la relación que se ha establecido desde siempre entre el olvido y el perdón, dice que “perdonar es recordar sin dolor”. Está claro que hay cosas que no vamos a olvidar -y es necesario que no hacerlo- pero no podemos sufrirlo cada vez que lo recordamos.

¿Por qué perdonar? Estoy seguro de que hay muchas razones para tomar esta decisión. Perdono porque es lo mejor que me puede pasar, pues soy el primer beneficiado de mi decisión. Perdono porque el resentimiento, como decía mi abuela, es un veneno que me tomo, para que se muera el otro. Perdono porque sé que todos necesitamos una nueva oportunidad. Perdono porque le creo al Señor Jesús y Él nos ha invitado a hacerlo como una manera de ser cada día mejores.

¿Cuántas veces perdonar? Desde la perspectiva que estamos reflexionando, creo que siempre hay que perdonar. Cuando Pedro le pregunta lo mismo a Jesús, el Maestro responde con la parábola del siervo sin entrañas (Mateo 18, 23-35), quien primero pide perdón al Rey de sus grandiosas deudas y éste se lo da; pero luego condena a su hermano por una deuda mucho menor.

Este pasaje tiene un sentido bien claro: “Debemos perdonar al hermano todas las veces que queramos que Dios nos perdone”. Es la dimensión social-fraterna de nuestra experiencia de fe. Nada hacemos con tener una buena relación con Dios; sino la tenemos con aquellos con los que vivimos. Es de “descarados” pedir perdón y ayuda a Dios, mientras no se la damos a los hermanos con los que vivimos. Esta es una esquizofrenia que no podemos vivir como cristianos.

¿Cómo perdonar? Pregunta compleja y respondida desde distintos ángulos. Te propongo lo que a mí me ha resultado:

1. Trato de comprender las razones que tiene la otra persona para haber actuado de esa manera. Sé que no justifica su proceder, pero me hace verlo de una manera distinta. No es un monstruo que quiere hacerme lo peor, sino es un “humano” que falla y que no atinó a hacer lo correcto.

2. Recuerdo lo importante que es para mi proyecto de mi vida estar en paz y seguir adelante en la vida.

3. Entiendo que si yo tuviera los mismos condicionantes y las mismas experiencias, seguro que hubiera actuado de la misma manera.

4. Oro por esa persona. Pido a Dios lo mejor, que le vaya súper bien y que pueda estar bien para que no tenga más necesidad de hacerle daño a nadie.

5. Y, claro, tomar la decisión de hacerlo, a pesar de todas las emociones que tengo en este momento.

Por último vuelvo sobre una distinción, que he hecho muchas veces y que causa algunas discusiones en los espacios espirituales: es que en el ámbito humano perdonar no siempre es reconciliarse. Muchas veces te perdono; pero tengo que distanciarme de ti. Otras veces sí puedo perdonarte y seguir contigo. En el ámbito de la relación con Dios sí es lo mismo. Siempre que nos perdona nos reconcilia consigo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

AMORES HUMANOS

Me impresiona la cantidad de matrimonios que se acaban. No tengo estadísticas pero sé que muchos que acompañé al altar, como testigo excepcional de su matrimonio, han decidido que cada uno siga con su proyecto personal de vida de forma individual y distanciado del otro.

Entiendo que esa pueda ser una decisión consciente e inteligente y por ello respeto a todos los que la han tomado. Sin embargo todas estas experiencias me genera una duda ¿Es el amor eterno? ¿Se acaba el amor? ¿Es normal que los que antes morían el uno por el otro se dejen de amar? ¿Pueden los humanos caracterizados por ser efímeros y pasajeros tener experiencias eternas? (No quiero revisar el tema desde la experiencia teológica, ya que estoy seguro que el amor de Dios es eterno. Quisiera que nuestra reflexión fuera antropológica); lo cierto es que me impresiona mucho encontrarme con la dura afirmación –¡Ya no la amo! ¡Lo que sentía por el ya no lo siento! Pero si yo los vi parpadear emocionados manifestando el consentimiento matrimonial y jurando amor para siempre, ¿qué pasó? ¿en qué momentos se agotó esa fuerza que los hacía hacer hasta lo imposible por estar juntos y tenerse el uno al otro? Cómo algún día ya compartí con ustedes en estas reflexiones a veces lo que creo no es que el amor se muere sino que lo matan, esto es, que después de vivir el momento excepcional de encontrarse y descubrir que se aman se dedican con desgano, rutina, pocas expresiones, manipulaciones, heridas, etc, a matar el amor. Hasta que este muere de verdad.

Es como si Joaquín Sabina tuviera razón: “Yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena del sofá;/yo no quiero que viajes al pasado/y vuelvas del mercado/con ganas de llorar. Y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren…”

También veo parejas que se mantienen unidas a pesar de todas las dificultades y los problemas existenciales que han tenido y me encuentro con las siguientes constantes:

1. Han entendido que la felicidad es una actitud ante la vida, una manera de vivir y no la satisfacción repetitiva y contante de los deseos. Han sido capaces de ser felices a pesar de los momentos de dolor, tristeza y de los conflictos que han tenido.

2. Se han aceptado tal cual son. Han comprendido que nadie es perfecto y que amar a alguien es comprender que está lleno de defectos pero que tiene unas cualidades que lo hacen incomparable.

3. Tienen buena comunicación. Saben dialogar, compartir sus sentimientos. En términos prácticos saben escuchar y saben hablar. No dejan que los gritos, las ofensas y los silencios sean las características de su relación.

4. Tienen una creativa y madura relación sexual. Han comprendido las intensidades que la sexualidad tiene según a etapa cronológica de la vida en la que se encuentran. Son tiernos, afectuosos, apasionados y creativos a la hora de expresarse todo lo que sienten el uno por el otro.

5. Han comprendido que la relación de pareja es el eje de la familia, y que todas las otras relaciones familiares deben estar en un segundo plano frente a esta. No se les olvida que antes que padres son pareja y amantes.

6. Han sabido perdonarse. Una y otra vez han abierto el corazón, y se han valido del amor, para perdonar las ofensas, las heridas que el otro le ha hecho, descubriendo la honestidad de su pareja que arrepentida pide una nueva oportunidad.

7. Se esfuerzan por hacer feliz al otro. Tienen claro que la mejor manera de seguir juntos es que cada uno se esfuerce porque el otro sea feliz. Sabiendo que el que da recibe. El amor necesita compromiso y esfuerzo para mantenerse vivo.

8. Tienen proyectos juntos. Sueñan y trabajan juntos por realizar muchos planes que han elaborado.

9. Son compasivos el uno con el otro. No quieren dañarse sino ayudarse.

10. La experiencia espiritual. Saben trascender ir más allá de lo relativo en búsqueda del absoluto.

Estas experiencias me hacen creer que si se puede amar para siempre. Que los amores no mueren. Y que quienes se dedican a amar son capaces de amar para siempre a la misma persona.