domingo, 15 de marzo de 2009

Ni mudo... ni bocaza

Tengo un amigo que, cuando el equipo de fútbol por el que hincha va a jugar, nos llama por teléfono a ofrecernos goles a montón y a decirnos que ganará y que es el mejor. Es alguien alegre, dicharachero y muy idealista que siempre está dispuesto a disfrutar los triunfos de su equipo. La gran mayoría de las veces su blanco equipo lo deja mal –por lo menos en el último tiempo- y termina perdiendo y/o eliminado; entonces, apaga el celular, no contesta los mensajes de voz, ni se aparece por la Internet y se hunde en un mutismo melancólico y gris. Cualquiera diría que de tantos golpes ya debió aprender… pero ¡qué va! Sigue y sigue hablando, ofreciendo derrotas, imaginando resultados favorables y gozando antes de triunfar.

Muchas veces creo que tiene razón y que así de optimista debiéramos ser todos antes de iniciar un proyecto; otras veces creo que debiera aprender a guardar silencio y a no cantar victoria antes de tiempo. No es que sea una contradicción, sino que quien quiera triunfar tiene que ser capaz de compartir los triunfos, contárselos a otros y disfrutar al máximo no debe perder de vista la humildad que lo capacita para seguir compartiendo con los demás.

Sé que la verdadera actitud de la vida está entre el cacareo de la gallina que pone un pequeño huevo y el silencio del Avestruz que no dice nada con su “postura”. Hay que saber cuándo cacarear y cuándo hacer silencio. Hay que analizar bien cada situación y tener la actitud adecuada para resaltar lo que se ha hecho, como también para no perder la compostura y ser altanero con los demás. Sé que muchos no creen en lo que hacen y, por eso, aunque han “puesto” un huevo tan grande como el del avestruz, guardan silencio y terminan desperdiciados en el cuarto de “San Alejo” de la vida; esas son personas que no saben venderse y anunciarle a los otros lo que han logrado, pasando de manera inadvertida por la existencia. Otros, en cambio, alardean demasiado, cacarean con tantas ganas que sus ruidos revolotean por toda la vida de manera exagerada, ante lo pequeño de lo que han logrado; la bulla es muy grande para lo poco que hacen, son elitistas y se venden en demasía, dejando a los que interactúan con ellos con la sensación de que son estafadores o embaucadores.

Saber cuándo mostrar lo hecho y cuándo callar es una habilidad que debemos desarrollar si queremos triunfar y ser verdaderos líderes en nuestros grupos. Es importante saber “mercadearse”, eso no va en contra de la humildad, quien dice lo que hace bien y elige el momento para hacerlo, está mostrando a los demás de lo que es capaz. Exaltar las virtudes de lo que hacemos no es pecado, pecado es exagerar, ser un prepotente que con palabras hiperbólicas, tratar de hacer del agua de una “checa” un tsunami. Eso sí es falta de humildad, es mentir, exagerar, engañar con tal de ser reconocido. Si bien es cierto que no podemos ser “bocazas”, también es cierto que no podemos ser gente tímida y callada que no comparte sus logros y que termina arrinconada por los mediocres que a punta de “mercadearse” han logrado ser exaltados.

Ahora, lo que no podemos es dar por ganado lo que no hemos ganado. Nuestro optimismo no nos puede llevar a negar la realidad creyendo que con un chasquido de dedos podremos triunfar. Mi amigo falla no porque es optimista y le gusta hacer conocer sus triunfos, sino porque gana antes de que comience el partido, en el que normalmente pierde y entonces tiene que hacer una “ensalada” –ya que está haciendo dieta- con sus palabras y comerlas.

Mi invitación hoy es a que seas capaz de valorar tus triunfos, de sentirte orgulloso de lo que logras, de celebrar los motivos que la vida te regala a través de las capacidades que tienes, de creer en ti y de compartir con otros tus victorias y hacerles comprender que Dios te ha dado muchas bendiciones para compartir con ellos. Y, también, a ser capaz de guardar silencio en los momentos oportunos y jamás exagerar con lo que haces, ni pretender que tus triunfos son más que los de los demás y, por eso, pensar que tienes el derecho a pisotearlos y a creerlos inferiores a ti.

Goza tus triunfos, disfrútalos y compártelos con los que amas. Que ellos sepan que eres un ser victorioso que sabe comprender cada situación de la vida. Pero a la vez no alardees y se capaz de esperar el momento oportuno para compartir lo que has logrado y Dios te ha dado.

domingo, 1 de marzo de 2009

CUARESMA: TIEMPO DE PREPARACIÓN Y PURIFICACIÓN

El año litúrgico lo podríamos comparar con un largo camino, en el que se encuentran tramos que tienen diferentes características en su superficie, algunos son rocosos, otros son planos, otros duros, otros fangosos. Cada tiempo litúrgico es como uno de esos tramos del camino general llamado año litúrgico. Por lo mismo, cada tiempo tiene sus características teológicas, litúrgicas y espirituales. La cuaresma es uno de esos tramos, uno de esos tiempos que nos invita desde sus características a vivir nuestra fe de una manera muy particular a través de los matices que se hacen presente en ella.


La palabra cuaresma nos remite enseguida al número 40. Número usado una y otra vez en la Biblia para designar un tiempo largo e intenso de preparación, de purificación. Cuando algunos de los personajes centrales de la Biblia iban a vivir un momento fundamental y extraordinario de su vida, este estaba precedido por un 40, es decir; por una cuaresma, por un tiempo largo e intenso de preparación y purificación. Pensemos en tres escenas del Antiguo Testamento construidas desde este número:


La primera cuaresma que encontramos en la Biblia es la del Diluvio (Génesis 7,17). El cual tiene que entenderse desde la nueva creación. Dios que da al hombre una nueva oportunidad y lo re-crea. Es el sentido bautismal que encuentra Pedro en esta experiencia (1Pedro 3,20). Es la preparación que tiene que vivir el hombre para vivir la presencia creadora de Dios en su corazón. Preparación que supone la purificación de todo aquello que nos aleja de su poder.


Una segunda cuaresma es la del pueblo (Número 14,35) de Israel caminando por el desierto hacia la tierra prometida. Pasar de la esclavitud a la plenitud de la tierra prometida supone la preparación del desierto, la cuestión no es mágica.


Una tercera podría ser la de Elías quien camina 40 días y 40 noches hacia el monte Horeb (1Reyes 19,8-13). Es el camino de preparación para tener el encuentro con el Señor.


En el Nuevo Testamento la escena más inspiradora es la del Señor quien ayunó cuarenta días para prepararse a su misión y pudo en el desierto vencer las tentaciones del maligno (Mateo 4,1-11).


Esto es lo que se nos propone por estos días; que seamos capaces de prepararnos durante 40 días para vivir el Misterio Pascual, Cristo Muerto y Resucitado, como el centro de nuestra fe y el hecho más importante de nuestra historia de salvación. Ese es el sentido de este tiempo litúrgico que todos seamos capaces de mirar hacia adentro y nos preparemos y nos dejemos purificar del Dueño de la vida para estar listo a celebrar y vivir el acontecimiento redentor.


¿Cómo prepararnos?


Les propongo tres temas de preparación y purificación:


El desierto es el lugar teológico por excelencia de la cuaresma. Es el lugar del encuentro con Dios: “Conduciré a Israel al desierto y allí le hablaré al corazón” (Oseas 2,15). Te propongo que te prepares escuchando a Dios. Deja que su Palabra entre a tu vida, la ilumine y le de el sentido que andas buscando. Acalla tu corazón y deja que sea la voz del Señor la que resuene. Trata de evitar tanto ruido que te saca de orbita y que te coloca en medio de la depresión, del miedo, de la angustia. Interioriza, mira hacia adentro de tu vida y date cuenta que es lo que Dios te dice desde tu conciencia, desde tus amigos, desde la creación, desde la historia misma. No se trata de retirarse a vivir solitariamente, se trata de ser capaz de no dejarse atrapar por ese ruido exagerado que nos descentra y nos lleva a querer lo que nos daña.


En el desierto no sólo se halla a Dios, sino que se corre también con la posibilidad de encontrarse con el Maligno, al que la tradición asigna precisamente estos espacios inmensos, pero estériles. Por ejemplo, después de cargar al chivo emisario con el pecado de los hombres, se le enviaba al desierto, morada mítica del demonio Azazel (Levítico 16,22.26). Por eso también, es el lugar de las tentaciones. Y una buena preparación sería enfrentar y vencer nuestras propias tentaciones. Cada uno sabe que es lo que lo está acabando con su proyecto de vida; sabe cuáles son los comportamientos, los pensamientos, las palabras que le están llevando a sufrir innecesariamente. Es el momento de salir adelante enfrentando a las tentaciones. Siempre tendremos la fuerza de Dios a nuestra lado para poderlas vencer.


La oración es fundamental para estar preparado para lo que Dios quiere. Quien no ora no tiene fe. La fe es alimentada por la oración. Es en el diálogo interior con Dios, cómo comprendemos todo eso que la razón nos muestra como inalcanzable. Este es el tiempo propicio para abrir el corazón y dejar a Dios entrar y ser Dios en nosotros. Es el instante para tratar de leer las experiencias de la vida desde la óptica de Dios, desde su amor, desde su misericordia. Acércate más a El y a su Palabra. Es tener la conciencia de que nunca hemos estado solos: “Hace cuarenta años que Yahveh está contigo, sin qua da te haya faltado” (Deuteronomio 2,7), de que Dios siempre ha estado con nosotros. Es mucho más que hablarle, es saberlo presente, es tenerlo en e corazón. Es celebrarle con la alegría de todos los días pero con el gozo de la comunidad que se siente bendecida por el en la liturgia. Quien sabe quien es Dios sabe también quien es el. Por eso cuando más en oración estamos, más conocedores de nuestra pequeñez somos, y más necesitados del poder de Dios nos mostramos. Que bueno sería ayunar. Y no estoy pensando solo en comida que a más de un vanidoso le sería el pretexto preciso para hacer dieta, sino de todo aquello que amenace nuestra voluntad y nos haga esclavos. Todos tenemos gustos, pasiones que nos dominan y que tratan de hacernos sus marionetas. Este podría ser un tiempo para mostrarnos dueños de nosotros mismos y ayunar, mantener a raya, en su lugar, a tantas de esas fuerzas. Es el sentido de los sacrificios y de la abstinencia de estos días: Mostrar que somos dueños de nosotros mismos y que el único que puede gobernarnos plenamente y hacernos más dignos es el Señor, nadie más.
La fe cristiana siempre es una fe que se vive en comunidad. No es un problema sólo del individuo. Es la comunidad el espacio natural de la fe de alguien que ha decidido seguir a Cristo. Por ello prepararse para pascua, que es la expresión máxima de la preexistencia supone la apertura al otro. Tenemos que vivir para ayudar al que necesita. Nosotros hemos recibido ese encargo del Buen Samaritano que al encontrar una humanidad dolida y enferma, la ha sanado y la ha dejado a nuestro cargo mientras vuelve. El sentido de la “limosna” pasa por aquí. No creo en el diezmo si no en la Ofrenda. Espero no darle el 10 por ciento de mi vida a Dios sino toda mi vida, y espero dársela en ayuda a todos aquellos que la necesitan. No podemos ser seres individuales que solo piensan en si mismos y en lo que han podido lograr. Es necesario pensar en el otro y en sus necesidades. Ese es el sentido social de no comer carne algunos viernes, es dejar de comer el alimento más caro –por lo menos así era antes- y hacer que sobre un dinero para darlo a los que más lo necesitan. Sin pensar en el otro no se puede ser cristiano.


Ese es el sentido de este tiempo: Prepararse y Purificarse de cara a celebrar el Misterio pascual. Es el trabajo que cada uno de nosotros tiene que vivir. Te invito a hacer tu propio camino cuaresmal.