lunes, 8 de marzo de 2010

Realidad del alma, que me permite vivir en calma

Vivimos en una sociedad que le tiene mucho aprecio a la “mentira”, una sociedad que se ha hecho experta en “aparentar” y en “impresionar”. Se trata de mostrar de la mejor manera las cualidades y capacidades que se tienen; pero también de esconder los errores. De hecho, una de las funciones más destacadas de esta época es el “asesor de imágenes” con el que, grandes personajes, buscan impactar fuertemente a la comunidad. Eso no está mal, lo que está mal es encontrarnos con seres que usan el discurso para impresionar, pero no creen lo que dicen.

Por estos días, por ejemplo, me encuentro con una gran cantidad de personas haciendo campañas para el próximo debate político que se avecina. Todos tienen un discurso interesante y válido, nadie anuncia tener intereses egoístas de apoderarse de los recursos económicos del erario publico, ni nos cuenta que está invirtiendo tantos millones en la campaña para luego recuperarlos “como sea”. Todos se comprometen a construir una sociedad más justa e igualitaria. Pero cuando vamos a la realidad, a la práctica, nos damos cuenta de que es totalmente diferente al discurso expuesto en campaña. No se sabe dónde quedó todo lo bueno que se anunciaba y, de alguna manera, quedamos presos en los intereses personales y de las prácticas corruptas. Lo peor es que todos lo sabemos y así sigue sucediendo.

Pero esto no pasa solo en el campo político y publico, sino en lo personal y familiar también. Pocas veces he oído a alguien decir que es un adúltero, un sin-vergüenza, que compra jueces en lo pleitos o que se vende al mejor postor. Normalmente cuando hablamos, nos mostramos pulcros, irreprochables y justos. Aparentamos ser buenos y no dañar a nadie. Lo doloroso es que, cuando vamos a ver las acciones personales de estos sujetos, están totalmente distantes de lo que ha dicho. Decimos una cosa y hacemos otra. Y conjugo en plural, porque pertenezco a esta sociedad y no quiero mostrarme como el que señala, sino que quiero proponer una reflexión, pues sé que no soy un santo, reconozco que no soy más que un pecador que busca hacer las cosas bien, que no siempre lo consigue y que algunas veces dice como Pablo: “No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Romanos 7,19).

¿Qué hacer? Creo que tenemos que hacer un compromiso personal con la verdad, con la justicia, con la bondad, con la honestidad. Un compromiso que tenga como testigo a Dios, y que no sea en función de “conquistar” nada ni de impresionar a nadie sino de ser mejores seres humanos y poder construir una mejor sociedad. Sé que eso nos coloca en riesgo y ya que seremos unos “bichos raros” pero es la única manera de cambiar esto. Esto va a cambiar cuando haya cambios personales verdaderos. Es la afirmación de la propuesta de Jesús de la conversión personal. Es asumir una actitud de “héroes”, de gente dispuesta a hacer definitivamente distinta y mejor.

No podemos vivir de miedos, ni quedar apresados por las lógicas de la corrupción. Tenemos que generar un movimiento nuevo desde el corazón de cada uno de nosotros; para ello, debemo asumir los riesgos y tener claro por qué estamos dispuestos a dar la vida. Me impresiona Jesús enfrentado al Sanedrín y a toda su sociedad. Me impresiona “el Hijo de María” (Marcos 6,3) quien, valientemente y asumiendo las consecuencias, toma una opción totalmente distinta a establishment del momento. Ese es nuestro modelo y a Él seguimos. Estando seguros de que eso va mucho más allá de una vida religiosa, pues supone unos compromisos existenciales bien claros con los valores del evangelio que predicó. Sí, no basta con ir a Misa y sacar la lengua para comulgar –algunas veces sin deber hacerlo- ni con orar en lenguas y alzar las manos en el culto; todo porque para vivir como Jesús nos pide es necesario un compromiso con la verdad, la justicia, la bondad y la honestidad. Necesitamos de la experiencia religiosa, pero manifestada en unas opciones éticas bien precisas.

Si usted se cree, se siente, se comprende, como alguien perfectamente bueno y va a sacar el dedo índice para señalar a alguien como malo… es mejor que haga como que no ha leído nada, que éstas líneas no son más que “pensamientos sueltos” de un cura que quiere ser santo y al que su “carne” no lo deja, alguien que todos los días lucha por ser verdadero.

lunes, 1 de marzo de 2010

Fe de verdad

Cuando María -obediente a la invitación del Arcángel reconoce en los signos de la historia que para Dios no hay nada imposible- va a visitar a su prima Isabel, se encuentra con un saludo que vale la pena reflexionar: Bendita y Feliz tú, porque has creído.

Bendecir es generar vida. Entonces si alguien puede llamarse bendita es María que lleva en su vientre al Autor de la vida. Ella porta al que da vida y vida en abundancia. Es la nueva arca de la alianza.

¿Somos generadores de vida? ¿Somos portadores de vida para nuestros hermanos? Estas son preguntas que debemos hacernos quienes decimos ser creyentes y manifestamos nuestra fe a diario. Nuestras palabras, nuestras acciones, tienen que ser bendición para los demás.

Nos hemos acostumbrados a “bajarle la caña” a los otros, a buscar la manera de hacer zancadillas constantemente, a destruirlos con nuestros comportamientos, a hablar mal y creer que si a otros les va mal es sinónimo de que a nosotros nos va bien o, en el mejor de los casos, llegamos a ser totalmente indiferentes de su suerte, centrándonos de manera egoísta en nuestra tarea existencial y despreciando lo que no sea nuestro.

Todo eso hay que desterrarlo de nuestra vida para ser “benditos”, esto es, unos que bendicen, que dan a vida a los demás. La vida de un creyente transcurre por otros caminos. Amamos al otro y sabemos que, de alguna manera, su suerte está ligada a la nuestra. No soy un creyente por ser religioso. Pues conozco a más de un religioso que no cree ni en las mismas normas que cumple.

“Feliz porque has creído” ¿En el contexto del relato qué significa haber creído? Por lo menos tres cosas:

1. Se tomó en serio la Palabra dicha por el ángel, es decir, le da el sentido y la importancia que tiene, reconoce en ella un valor determinante para su vida. Sabe que no está jugando, sino es lo que Dios quiere de ella. Este es un punto importante, porque muchos de nosotros nos decimos creyentes, pero somos incapaces de tomar en serio la Palabra de Dios, creemos que con Dios se puede jugar. ¿Cuántos hacen el esfuerzo por comprender lo que Dios quiere? Tomarse en serio la Palabra es obedecer, y obedecer implica acatar aunque no se entienda mucho, aunque no se esté de acuerdo. Porque algunos quisieran convencernos de que sólo se obedece a Dios cuándo se está de acuerdo con Él, y eso equivaldría a pensar que somos quienes decidieran por Dios qué debe hacer.

2. Abandonarse en el poder dador de vida de Dios. Muchas veces me he preguntado ¿cómo asumió María todo ese riesgo de quedar embarazada así? Y la respuesta sigue siendo: porque creyó. Ella siente que la razón no da para entender lo que se le está proponiendo; pero cree en el que le habla y por eso se abandona. No sé, pero tengo dudas de que esa sea nuestra fe. Creo que, más bien, somos de los que ponemos condiciones, de los que decimos: hago eso, pero a cambio de qué. No hemos entendido que quien ama, cree al otro totalmente.

3. Confía en la fidelidad de Dios para cumplir las promesas. Miremos que todo lo que le dan a cambio son promesas. He imagino que confiar en ellas, desde siempre, ha sido un problema; mas María conoce de quién vienen esas promesas y sabe que no falla, sabe que en el pasado ha actuado en su favor y, por eso, acepta; pues sabe que Él no se muda, ni se cambia. Es fiel.

Entiendes por qué creo que no tenemos fe. Todo nos desespera, nos angustia, nos desestabiliza, nos genera angustias y preocupaciones. Se nos olvida que confiamos y creemos en Él. Vivimos cumpliendo normas religiosas, pero no tenemos una relación existencial de fe, que nos permita estar serenos, tranquilos y llenos de fuerza.

Te aseguro que si creyéramos de verdad -y ojo que estoy dudando hasta de la mía- tendríamos más paz y estuviéramos motivados siempre para salir adelante. Te invito a que tomes en serio tu experiencia religiosa, para que sirva de algo; pues una fe inútil es el peor de los negocio, es como un placebo.

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