lunes, 26 de diciembre de 2011

Camino seguro al fracaso

Hoy te quiero dar la fórmula para que fracases como ser humano. Te aseguro que si sigues al pie de las letras estás indicaciones vivirás frustrado, derrotado, amargado y no tendrás nada. Te aseguro que si cumples a pie juntillas cada paso que te doy en esta reflexión, podrás tener una vida sin sentido como la que estás buscando.

1. No tengas prioridades. Dale a todo la misma importancia. No vayas a creer que tu familia es más importante que una fiesta, ni vayas a creer que el trabajo es importante. Vive al garete. Sin saber para dónde vas ni que quieres. Puedes gastarte la plata de la comida en rumba, puedes vestirte bien aunque te ahogues en deudas. Deja a los tuyos por una aventura de una noche; no hagas lo que toca, sino lo que quieres.

2. No tengas disciplina. Eso aburre a la gente. No cumplas ninguna responsabilidad y trabaja cuando quieras y cuando no quieras no lo hagas. Vive como si fueras a vivir mil años, sin ahorrar, sin tener en cuenta el futuro y dedicándole todo el tiempo a las cosas menos importantes. Vive con la ley del menor esfuerzo y puedes dejar para mañana cualquier trabajo sin que se te asome algo de culpa.

3. Excúsate siempre. Tú nunca fallas. No aceptes jamás que pudiste hacer algo mal. Al contrario culpa a otros y trata siempre de sacar una excusa y un pretexto para no dar lo mejor. Además eres ingenioso y no te faltará inteligencia para encontrar los motivos lógicos por los que no pudiste hacer algo.

4. Recompénsate sin alcanzar las metas, celebra antes de que llegues al objetivo. Desprecia a los contendores como hizo la liebre con la tortuga. Vive por el placer y nunca pienses en sacrificarte eso es un castigo que no te mereces. Además para qué te pones a esperar alcanzar un logro para gozar, qué tal que no lo consigas y te quedes ahí esperando por siempre.

5. No distingas entre objetivos parciales y los finales. Celebra uno parcial como si ya hubieras ganado todo y olvídate de programar bien la vida. Ganar es ganar, es igual que sea el primer partido o la final del torneo, igual te dan los mismos puntos al principio o al fina.

6. No crezcas. Sé siempre el mismo adolescente de antes. Pide a tu papá o a los que están a tu lado que resuelvan las situaciones más difíciles de tu vida. Dedícate a tener todas las parejas posibles, no pienses en organízate y sentar cabeza, eso es de viejos. Además nada más aburrido que volverse uno adulto, porque se va volviendo más serio, más tranquilo, más mesurado… ¡qué hartera!

7. Vuelvete fanático de la religión y cree que todo es responsabilidad de Dios. Literaliza las Sagradas Escrituras sin importar que son de otra cultura, otra lengua, otra época; ni aceptes que son un producto literario. No seas coherente entre la vida y la fe. Ve a la Iglesia y ya, no importan que no vivas nada de lo que dices creer. Culpa a Dios de lo que te sucede o cree que Él lo hizo todo y que el resultado no fue fruto de tus esfuerzos sino de su acción mágica. Ponte a pensar en el final del mundo -que será el 30 de febrero del 2012- y asústate tanto que no hagas nada más, por que cómo decía una vecina: a comer, comer, que el mundo se va a acabar.

8. No cuides tu salud. Eso de andar pensando en saber comer es de locos. Daña tu cuerpo con todo lo que puedas y por favor no vayas nunca donde el médico.

9. No tengas ningún pensamiento ecológico !Por favor! hay que destruir el planeta rápido antes que lleguen los extraterestres -que según algunos ya están entre nosotros- y se queden con lo que es de uno.

10. Confunde amor con enamoramiento y placer. Dedícate a vivir como todo un hedonista y no creas jamás en que hay otras cosas tan valiosas como el placer. Con el dinero todo se puede comprar.

Bueno espero que sigas estos mandamientos del fracaso. La verdad cada uno hace con su vida lo que quiere. Y tú puedes destruir la tuya; que, al fin y al cabo, es tuya.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

No está muerto quien pelea

Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido que todo está perdido; que no tenemos ninguna oportunidad para salir adelante. Seguro que no falta el “amigo” que, con una falsa cara de dolor, nos diga que lo siente mucho pero que no lo intentemos, que ya no hay nada que hacer. Frente a esas situaciones tenemos dos posibilidades bien claras y definidas:
1. Nos damos por venidos y entregar todas nuestras “armas” diciendo que nada hay que hacer. Esta es una posibilidad que muchos asumen, declarándose vencidos antes de salir al último asalto. Esa opción nos deja amargados, tristes y derrotados. Es una decisión que nos deja con la pregunta interior de qué hubiera pasado si hubiéramos intentado un último esfuerzo. No es extraña este tipo de actitudes en una sociedad que predica el facilismo, la magia y teorías que invitan a alcanzar el éxito o el triunfo sin el esfuerzo necesario. Es fácil tomar la decisión de dejarse vencer por la situación, pero es difícil aceptar las consecuencias que se derivan después.

2. Dar la batalla con todas las fuerzas y luchar con la seguridad que todo se puede revertir y que toda adversidad se puede vencer. Para ello hay que prepararse, elegir la mejor estrategia y luchar con todas las fuerzas. Es la decisión de ir a la batalla a dar lo mejor. Por supuesto que estamos arriesgándonos, porque uno va a la pelea sabiendo que es posible que salgamos derrotados; pero y qué, igual perderemos si no lo intentamos. Pero hay una diferencia entre estos que nos se mueren hasta que se mueren, y los que no pierden los partidos hasta que se acaban.

Te propongo que no te desanimes frente a las adversidades, que no creas que ya estás perdido, que seas capaz de ceñirte como un valiente y enfrentar esa adversidad –por muy difícil que parezca- con la certeza de que vas a vencer. Puedes darte por vencido, puedes tirar la toalla pero, insisto, hay diferencias entre perder sin intentarlo o perder dando la batalla. Por eso saca fuerzas de desde dentro y date cuenta que puedes hacer lo mejor. Creo que debes trabajar sobre tres confianzas fundamentales para toda batalla:
1. Confía en ti mismo, para ello debes tener claro que eres una persona con las aptitudes que se requieren para la batalla, sabiendo que Dios ha puesto en tu corazón muchos talentos que no puedes despreciar. Esa confianza en ti se debe manifestar en una actitud decidida y constante.

2. También hay que confiar en aquellos con quienes hago equipo. Siempre necesitamos ayuda y es necesario creerle al otro. Saber que igual que yo, los que me rodean tienen valores, aportan cosas importantes, son talentosos. En la vida no sólo basta con lo que hago, siempre necesito un aporte más que yo mismo no puedo dar. Y en mi equipo hay quienes tienen esa ayuda oportuna que requiero.

3. Y, claro, una confianza plena y total en Dios. Él es el Dueño de la vida, y nos da su ayuda siempre. Ayuda que implica nuestro esfuerzo y no es mágica. Estoy seguro de que con esas confianzas y un plan de trabajo inteligente y real, podremos revertir todas las situaciones difíciles que tenemos; y si no tendremos la satisfacción de haber dado todo, esto no nos quita el dolor de la derrota, pero nos da un fresquito que nos hace sentir mejor.

Eso fue lo que les dije a los jugadores de Junior el martes antes del partido. Ellos, que son auténticos guerreros, lo creyeron e hicieron de ese partido una experiencia de triunfo que los junioristas no van a olvidar pues forma parte de las leyendas que tendrán para contar a sus hijos. Ahora no toca a nosotros mostrar que también podemos dar la batalla y ganarla; de tal manera que podamos sonreír. Creo en ti y estoy seguro que puedes hacer lo mejor. Ánimo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La felicidad de ser lo que soy

Me gusta la gente auténtica. Aquella que no usa máscaras, ni caretas para esconder quién es y cómo vive. Me fascina relacionarme con la gente que no saca relucir sus “buenas costumbres”; ni quiere enrostrarles a otros sus supuestos abolengos y alcurnias medievales, propias de épocas oscurantistas. No puedo negar mi admiración por aquellos que tienen el don de hablar sencillo y decir cosas profundas. No sé nadar en el mar de las palabras rebuscadas que termina siendo bien llanito. No disfruto hablando con quienes viven contando sus acciones heróicas, las grandes cifras que tienen en sus cuentas corrientes o los cipotes negocios que se les han ocurrido. Nada de eso me gusta, ni lo disfruto sino que huyo de esas experiencias.

Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.

Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.

Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.

Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).

Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.

Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).

Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Esperanza no inútil

Uno de los temas recurrentes cuando hacemos análisis de las circunstancias del país es la creciente desesperanza aprendida. Uno se encuentra con gente que piensa, siente, vive de un modo pesimista. Todo está mal. Todo estará peor. Esas máximas con las que se viven, no sólo se propagan, se repiten y se creen; sino que definen el modo cómo nos relacionamos con la existencia. No hay nada bueno, no lo habrá, entonces hay que intentar sobrevivir según se pueda sin aspirar a más.
Estoy convencido de que esa desesperanza no es el sentido de lo que somos; ni de lo que debemos ser. Creo que es fundamental tener esperanza y que ésta sea capaz de vencer al pesimismo. Y defino esperanza como la certeza de que ocurrirán las cosas buenas que ya han pasado anteriormente en mi vida. También la entiendo como la seguridad existencial de que voy a estar bien, a pesar de que ahora pueda que no lo esté.

Si nos detenemos a pensar al respecto de lo que define nuestra condición humana, lo espiritual es básico. Y aclaro, una vez más, que lo espiritual no es lo religioso, sino aquellas capacidades auténticamente humanas de trascender la realidad, lo que me lleva más allá del aquí y el ahora, lo que me faculta para comprender por encima de lo evidente. Está claro que capacidades como la contemplación, el silencio, la admiración, el aguante y la esperanza, forman parte de ese universo espiritual humano.

En el caso de la esperanza, podemos decir que aquellos que vivimos con ella, tenemos las siguientes cualidades:

1. Tener esperanza nos impulsa a no dejarnos derrotar por las dificultades. El que espera lo mejor está más preparado para conseguirlo. El que tiene esperanza sabe que llegarán adversidades, pero que todos los proyectos tienen que ir afinándose, van a presentar fallas, van a ir haciéndose perfectos a medida que aparezcan los errores y se vayan superando.

2. No somos inferiores a ninguno, tenemos posibilidades que otros no tienen. Nuestra manera particular de conjugar las acciones de la vida nos da unas facultades especiales que sólo tengo yo. Cuando tengo esperanza me descubro valioso porque tengo las capacidades que requiero para triunfar. Estoy reforzando mi visión positiva sobre quién soy. Los problemas se presentan entonces como retos a vencer, como oportunidades para crecer, como situaciones propicias para demostrarme de lo que soy capaz.

3. No dudamos de nosotros, confiamos que podemos dar el golpe. Cuando otros se sientan a llorar sobre la leche derramada y profundizan sus sentimientos de derrota e incapacidad, quienes tenemos esperanza sabemos que llegará el momento, que se dará la oportunidad, tenemos paciencia, vamos encontrando alternativas de solución en la calma, mientras todo se da como debe. A la desesperanza le subsigue el desespero, a la esperanza la atención y el estar despiertos para reaccionar en el justo momento.

4. Los esperanzados han logrado mucho, son quienes cambian las cosas, quienes visionan lo que otros no pueden. No se quedan en la oscuridad, sino que crean la luz; aunque tengan que intentarlo muchas veces, aunque todos opinen que no lo lograrán, aunque parezca algo absurdo el solo hecho de intentarlo. Los esperanzados ven lo que aún no se da, lo sueñan y luego trabajan duro para lograrlo.

Quisiera invitarte a tener esperanza, a lanzar fuera de tu corazón los pensamientos pesimistas y derrotistas; vive con intensidad, aún en medio de tu dificultad, de tus problemas, todo será para tu bien, de esto saldrás fortalecido y preparado para ser feliz siempre de un modo más profundo y más pleno.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Plan de Dios

“Entonces Pedro comenzó a decirles: –Ahora comprendo que para Dios todos somos iguales. Dios ama a todos los que le obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean” Hechos 10, 34-35. Nunca nos comparemos con nadie. Somos originales, y nuestra originalidad consiste en que tenemos cualidades diferentes; y aunque hagamos cosas parecidas a otros, seguimos siendo únicos. Tú eres como eres, no vas a ser igual a esa cantante “exitosa”, ni a aquel predicador “famoso”, tampoco como aquella persona que admiras. Podrás alcanzar más o menos, eso lo decides tú; pero no repetirás su historia. Tú eres tú y Dios te ama tal como eres. Tu originalidad la usará Dios con un propósito específico.

Podemos ver en la Biblia que la mayoría de hombres usados por Dios no eran perfectos, pero los utilizó de una manera especial, según sus cualidades y posibilidades; sin descartar sus defectos, sin pedirles ser perfectos. Vemos que Dios actúa a través de hombres y mujeres de carne y hueso: con carácter fuerte (Pedro), con muchas dudas (Tomás), con un pasado difícil (Magdalena), hombres que reconocían sus debilidades (Pablo), hombres que pensaban que no eran dignos de ser usados por Dios (Isaías, Jeremías), hombres que se negaban a su llamado (Jonás), hombres con mucho orgullo pero que llegaron a ser humildes (Moisés) y así una larga lista de personas con luchas, debilidades y situaciones difícil como las nuestras.

Jamás te sientas menos que otros, porque para Dios no hay favoritos. Todos somos sus hijos, su especial tesoro. A tal punto que nos amó tanto que envió a su único Hijo a salvarnos de nuestros pecados. Cada uno tiene las mismas probabilidades de ser usado por Dios de gran manera; pero para ello debemos buscarlo, intentar agradarle descubriendo y siguiendo su voluntad. Dios, aun con tus debilidades y defectos, puede usarte de forma especial para hacer historia.

Dios nos llama y su llamado ha dejado huellas claras en nosotros. Para saber qué quiere de nosotros debemos mirarnos interiormente y tomar conciencia de las cualidades, las capacidades, como las limitaciones y los defectos que tenemos. Dios no nos llama sin darnos las fuerzas y las posibilidades de realizar el llamado. Si sientes un llamado pero no tienes ninguna de las cualidades que para él se exigen sería bueno que discernieras con mayor detenimiento porque es probable que estés llamado a una misión distinta. Pongo un ejemplo bien simple: no creo que Dios te llame a jugador de fútbol sin que tengas las capacidades físicas que se necesitan para ello.

Revisar bien si contamos con las cualidades necesarias para asumir una misión o llevar a cabo una tarea e insistes en ser un jugador de fútbol, un sacerdote, un médico, etc., entonces es probable que estés siendo un terco al que habría que invitar a repensar su vida. Habría que centrarse en dos aspectos fundamentales: qué siento y para qué tengo capacidades. No puedo pensar que estoy llamado para hacer algo si al pensar en las realidades típicas de ese camino mi corazón se sobresalta y se deprime. No puede ser que quieras ser médico, pero nunca perder una noche en una sala de urgencias; ni que quieras ser arquitecto, pero no te gusta dibujar planos.

El profeta Jeremías describe su ser profeta con una imagen muy viva: "Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía" (Jeremías 20,9). ¿Quién eres? ¿Cuáles son tus capacidades? ¿Cómo estás preparado para la vida? ¿Qué debes aprender? Tienes que revisar tus talentos, tus cualidades, las capacidades que tienes. Es claro que se necesita un buen índice de liderazgo, que se necesita capacidad para hablar, para consolar, para aconsejar, para dirigir, para entrar rápidamente en relación con los demás, una inteligencia emocional alta, una inteligencia racional mediada, capacidad de sacrificio, generosidad, entrega, responsabilidad, como capacidades mínimas para vivir

lunes, 14 de noviembre de 2011

COMUNICAR LO BUENO...

Desde mi papel como presbítero de la Iglesia Católica, desde mi deseo evangelizador de llenar de sentido la vida humana, me he preguntado por qué lo malo tiene tantos seguidores emocionados; pero lo bueno parece obsoleto, aburrido y soso.

¿Cómo funciona la industria de Hollywood para tener tantos adeptos y tantos consumidores? ¿Qué hacen algunos publicistas para volver locos a los jóvenes con sus productos y lograr que quieran “consumirlos” con unas ganas brutalmente intensas? ¿Qué intentan los docentes que no logran que sus muchachos se emocionen aprendiendo la lección? ¿Qué hacen los presbíteros y catequistas para que los niños se aburran y logren –hasta- odiar sus misas y sus lecciones de catequesis? Seguro hay diferencias entre lo que hacen.

Con resultados tan dispares y contrarios, seguro que sus dinámicas de trabajo no son las mismas. No es sensato descalificar la manera de Hollywood y de los publicistas per se. Hacerlo es usar el mecanismo de defensa de la racionalización y gritar como la zorra que las uvas están verdes. Calificarlos de superficiales y de manipuladores es una manera de desconocer que el mundo cambió y que no se es más, ni está más, aquel en el que fueron criados nuestros profesores y evangelizadores.

La primera reflexión que podemos hacer es tratar de comprender qué mueve a los seres a actuar. Hoy se tiene claro que no son las ideas: como bien nos han enseñado la: “La Neurobiología también apoya esta idea. ‘Nadie’ se mueve por las ideas, a lo sumo hay personas que se mueven por la pasión por unas ideas.

‘Todos’ nos movemos por emociones. Las personas que parecen moverse por grandes ideas lo hacen en realidad porque han desarrollado sinapsis entre estas ideas (corteza cognitiva) y el límbico emocional. La propia etimología de la palabra emoción (e-movere) remite a esta capacidad movilizadora. La misma pregunta es un ruego (inter – “rogación”) y este ruego es la demanda que representa el deseo emocional”[1].

Allí puede estar ya una primera gran diferencia entre la dinámica de la publicidad, de la televisión y la que usan hoy la educación y aún la evangelización: Unas apunta al mundo de las ideas únicamente, a la información que se ha de tener y el otro apunta a la integración emoción-pesamiento: “Esto se debe a que la publicidad apunta a las emociones y es generadora de deseos.

La comunicación persuasiva seductora le apunta al Límbico. La televisión aprovecha que la imagen no debe pagar peaje intelectual (pensar, razonar, etc.) para causar emociones. La Educación, por el contrario genera una comunicación profunda pero insípida debido a su “analfabetismo emocional”. Por esto sus productos indispensables suelen ser considerados prescindibles por sus receptores”[2]. Sin pasión nadie va a aprender verdaderamente, nada que el sistema límbico considere poco importante para la supervivencia va a ser significativo, ni será aprendido. Entre conseguir pareja y aprender una ecuación matemática, esté seguro que el sistema límbico va a saber que escoger.

¿Cómo pretender que el discurso evangelizador/educativo sea importante para los jóvenes de hoy si no toca para nada su mundo emocional? ¿Cómo lograr que nuestro ejercicio evangelizador/educativo logre pasar el filtro del sistema límbico?
Una segunda reflexión sería comprender que de alguna manera la publicidad y los medios masivos están entendiendo mejor al receptor, y están co-produciendo con él una relación más íntima, intensa y productiva que los lleva a ser muy tenidos en cuenta por este.

Si la publicidad entiende al receptor mucho mejor que la educación es porque entiende mucho mejor al mundo emocional en el que el receptor vive como pez en el agua[3]. Sin entender el mundo emocional del “receptor” terminamos comunicándonos con quien no existe y comunicando lo que no les interesa.

Hay que esforzarse a conocer el mundo emocional de aquel con el que estamos trabando una relación que queremos sea significativa para él. Sin ese mundo emocional no hay ninguna posibilidad de comunicar algo realmente significativo, seguro de que su límbico considerará spam todo lo que intentamos comunicar. GC

lunes, 7 de noviembre de 2011

Vicios que desafían la felicidad

Me pregunta un joven qué son los siete pecados capitalinos. Me reí y le expliqué que no son capitalinos, sino que son siete pecados capitales. El Papa San Gregorio Magno en el siglo VI realizó una lista de siete pecados que consideraban los más vicios más populares de la sociedad de su tiempo. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. (Catecismo de la Iglesia Católica, No 1866).

Cada uno de esos pecados, de esas maneras equivocadas de asumir la existencia, nos lleva a alejarnos de lo que deberíamos ser si decidimos ser felices. Creo que es más que claro que aquellas personas soberbias, los que no miran a los otros como iguales sino como inferiores, los que tienen palabras ofensivas para otros, los que se creen perfectos sin serlo y que subestiman al resto de la humanidad, esos no pueden ser felices porque nadie los quiere de verdad. También aquellos que viven para tener, para poseer, para consumir, esos que creen que sólo serán felices si logran tener y tener más cosas, más botones para espichar, más cosas para mostrar que ellos son valiosos porque pueden ostentar, esos tampoco pueden ser felices pues nada de lo que se tenga da felicidad, ninguna cosa puede ocupar el lugar principal del corazón.

Tampoco son felices aquellos que viven llenos de envidia, que se dejan amargar porque a otros les va bien, porque tienen lo que yo no tengo, porque van donde yo no puedo ir, porque viven donde yo no puedo vivir; cuando dejo que la envidia me gane la partida, entonces me vuelvo alguien frustrado porque siempre buscaré compararme con aquellos a quienes veo como mejores. Qué puede ser feliz alguien que deje que su corazón esté gobernado por alguna de esas fuerzas que nos encierran y nos alejan de lo que deberíamos ser.

Piensen un poco, en las veces en las que hemos equivocado nuestras acciones porque estamos llenos de ira, movidos por la rabia que nos enceguece y que nos lleva a, incluso, disfrutar del daño que hacemos a los demás. Sin embargo, ese es un precio muy alto, una factura, que debemos pagar pues la ira nos aconseja que hagamos lo que no está bien en medio de ese estado de alteración que se apodera de nuestro corazón. No podemos ser felices si dejamos que gobierne nuestros actos, porque tiene la capacidad de convencernos de que estamos haciendo bien cuando estamos haciendo mal; porque con rabia, uno cree que es válido pegarle a alguien, que está bien gritarlo, que está bien ofenderle pues se lo merece por lo que hizo y debe ser castigado.

La lujuria es un pecado que tiene pinta de bueno, más en esta sociedad en la que se nos dice que lo más importante es el placer, lo rico, lo agradable; y yo no creo que sea malo el placer, pero sí considero como dañino que sólo pensemos en tener placer, que vivamos pensando solo en lo agradable, porque en la vida lo importante se construye con sacrificio, disciplina y renuncias, aplanzando el placer, dosificando las satisfacciones, creando un plan, un proyecto a largo plazo que postergue la recompensa muchas veces. La lujuria nos hace creer que hay que agotarlo todo, ya, aquí y ahora.

En eso se parece a la gula que es la incapacidad de parar en lo que es bueno hasta hacerlo dañino. Bueno es comer, pero en exceso ya no lo es tanto. Bueno es hablar, pero hay quienes no saben cuándo callarse, ni qué es mejor no decir. La gula consiste en la loca incapacidad de regularse. Y, por último, la pereza que no es un justo descanso, sino la incapacidad verdadera de hacer algo que se debe porque supone desacomodarme; sin embargo, cuando dejamos que esa sea nuestra lógica de vida, entonces nos vemos perdidos porque nada se consigue sin que lo trabajemos, sin que apostemos por ello con grandes porciones de esfuerzo y sacrificio.

lunes, 31 de octubre de 2011

Enredos humanos

La humanidad es tan compleja; que veo gente diciendo que quieren ser felices y haciendo todo para no serlo. Viviendo en busca de conflictos, urdiendo para encender hogueras de odio, tratando de generar rencillas y motivar agresiones.

Por un lado están quienes parece que se esforzaran por hacer que las realidades no sean lo que son. Todo porque nos afecta que descubran nuestros sentimientos, lo sentimos como un tipo de debilidad. Es así que los enmascaramos con todas los recursos que tenemos. Por más tristes que estemos nos presentamos como felices; por más necesitados, nos presentamos como pudientes; por más problemas que tengamos, siempre aparecemos como que todo está bien. Eso nos impide encontrarnos con la ayuda oportuna, con la solidaridad del otro, con la comprensión de lo que somos y por lo que pudiéramos estar pasando.

Claro, es más fácil culpar al mundo por su incapacidad de comprenderme; que aceptar que hago todo lo posible para que no lo hagan. Cuando los demás leen nuestros comportamientos ambiguos, nos ofendemos con su lectura; pero no somos capaces de comprender que algo estamos haciendo para que ellos saquen esas conclusiones erróneas.

Otras veces estamos agrandados, aunque no le hayamos ganado a nadie y comenzamos a sumar enemigos sin necesidad. Con palabras salidas de tono, con opiniones sobre lo que no debemos opinar, con comentarios desatinados y ofensivos que provocan molestias en los demás. Muchas veces nos falta la prudencia para callar. Otras nos falta tacto para decir lo que pensamos sin ofender. En algunas nos exageramos en mostrar nuestra posición como si fuese una palabra indudable, totalmente cierta, sin posibilidad de error.

Muchas otras situaciones, encontramos que nuestro comportamiento traiciona nuestro deseo; y por querer mostrarnos como superiores, terminamos “pelando el cobre”; como ese "pobre, inculto, impreparado" que se ve abocado al éxito, no puede con él y necesita un discurso prepotente para escudar su ontológica inseguridad de estar en un lugar cree él no le pertenece. Parece que se hiciera todo para caer mal, para ser rechazado, para no encajar. Se presenta como alguien que fastidia cada vez que abre la boca, pues no reconoce que debe estar agradecido con su estado actual, que es más saludable establecer puentes, aprender del contexto, que generar odios, consentir resentimientos, ahondar abismos.

No falta el que se escude en la fe para hacerse insoportable. El que en nombre de Dios rechaza, excluye, señala. Ese que dice ser cristiano pero en realidad es un fanático de su propia idea de Dios que es casi siempre un Dios que espía y castiga a los hombres que no son como a él le gustan. Esos que, olvidando que la fe es una manera de vivir y no un fetiche en el que esconderse, se atrincheran para humillar a los otros y se olvidan que tenemos que ser hermanos de todos.

martes, 25 de octubre de 2011

DECISIONES, TODO CUESTA…

Ayer conversaba con el profesor Carlos Silva, actual Técnico del Unión Magdalena y uno de los jóvenes entrenadores con mayor futuro en el fútbol colombiano. Y me decía que la tarea principal de un orientador, entrenador, director técnico, es la de hacer que sus jugadores entiendan el fútbol es un evento “decisional”, un hecho de decisión; por lo tanto, hay que enseñarlos a saber elegir.
Realmente tiene razón, aunque no sólo en el fútbol, sino en el amplio sentido de la vida misma. Después de pensar en lo que decía también llego a la conclusión de que existencia, la historia, el ser y la felicidad se definen a partir de las decisiones que vamos tomando. Cada vez que estamos ante una realidad que nos exige decidir, estamos construyendo una vida distinta. Decido enojarme o no ante la situación, si me enojo actuaré de una manera, si no lo hago actuaré de otra; cualquiera de los dos caminos me llevará a un lugar distinto. Estoy frente a un posible empleo, decido cómo presentarme, qué actitud tener, qué palabras usar, todo eso hará que la entrevista tome un rumbo único.

La vida se construye de decisiones tomadas; para la anécdota de la imaginación quedan las que no tomé. Muchas veces malgastamos el tiempo construyendo la historia que no fue, esa que se nutre del verbo “hubiera”, con frases como “si yo hubiera dicho”, “si te hubiera esperado”, “si no me hubiera casado”, etc. De nada vale gastarnos la existencia tratando de construir lo que no fue. No se puede sino eso, imaginar, especular, y casi siempre desde una intención masoquista de machacarnos la herida frente al error que cometimos.

Por eso decidir debe ser algo que nos exija de la mayor concentración; porque la existencia está en juego en las pequeñas decisiones que tomamos a diario, si cumplimos con una responsabilidad, de decimos la verdad frente a un error, si hacemos lo que sabemos que no es correcto, si nos enojamos o no en determinada circunstancia. Esas decisiones que podemos ver como mecánicas, sin importancia, son fundamentales a la hora de sumar el sentido de lo que somos y hacemos.

De hecho, aprender a ser feliz es aprender a elegir bien, porque una vez eliges y realizas esa decisión es probable que ya no puedas echar para atrás, no se pueden obviar las consecuencias de nuestras decisiones acertadas, ni las equivocadas; ni se quita con el deseo aquello que ya dije, ni lo que hice o dejé de hacer. Por todo lo anterior creo conveniente que hoy pensemos en dos condiciones para elegir bien:

1. No elegir sólo por emociones, ni tampoco sólo por ideas; sino buscar que sea fruto de la comprensión. Y creo que la comprensión es un hecho de todo el ser. Ni tomo decisiones porque estoy lleno de rabia, ni porque estoy lleno de alegría, o porque tengo un pálpito de esperanza; ni desde la fría mente, el cálculo lógico y nada más. Algunas veces hay razones que escapan a la razón; es cierto, pero todo debe tener un equilibrio funcional entre nuestras dimensiones humanas. Una buena decisión es integradora, no excluyente, sino que responde a lo que soy y quiero desde unos fundamentos más profundos que la emoción, y más humanos que la sola razón.

2. Con revisión constante de la decisión. La vida me va mostrando si lo que hice fue correcto o no; en el fondo de nuestro corazón sabemos que hemos tomado una opción inteligente y nos encaminamos bien, o si estamos yendo en el sentido contrario a donde queremos estar. Por eso hay que tener certeza de que ésta es la mejor decisión a pesar de todo; o si, por el contrario, es mejor echar para atrás e intentar otro camino. Es mejor desandar un tanto, que seguir derecho al abismo; porque como leí “frente al abismo la única manera de seguir es dar un paso hacia atrás”.

La vida es una gran decisión y la felicidad igual. Pero se construye desde la suma de las pequeñas y sencillas decisiones que estamos tomando, que hemos tomado, que seguiremos tomando.

domingo, 16 de octubre de 2011

Aprendiendo a ayudar

Una de las experiencias más extrañas que voy teniendo en la vida es ir constatando que a las personas que más ayudas son también las que más problemas te causan y hasta, en ocasiones, se vuelven tus enemigos y tratan de dañarte. Lo que al principio es un favor, luego se vuelve una obligación; que si no sigues ayudando te puede causar las peores consecuencias.

Al que ayudas con ganas y ánimo no responde con la misma actitud, sino que -a veces- tiene actitudes totalmente contrarias a las que esperas y que explican por qué les estaba yendo mal antes de tu intervención. Si le invitas a trabajar contigo y no hace bien las cosas; entonces le pides que se vaya, ahí inventa lo que sea para demandarte y hacerte pagar con creces tu buena intención de ayudarlo. No te extrañes que pronto olvide que le ayudaste, que cuando se sienta fuerte se haga tu mal competidor y busque dañarte y acabarte. No se te haga raro  que tu ayuda sea criticada y hasta ridiculizada por el exigente “necesitado” que no acepta cualquier ayuda.

 El Padre García-Herreros con su ironía -propia de la escuela francesa a la que pertenecemos- decía: - Qué extraño que este me ataque tanto; sino le he hecho ningún favor.

 Y Los Diomedes –el papá y el Dionisio- Gritan en La Gran Verdad: “Hubo una vez que yo tuve un gran amigo, y sin pedirle nada a cambio lo ayude, y tengo a Dios de mi lado y de testigo, que yo quería en futuro verlo bien…ahora el quiere verme hundido porque ya se le olvidó, y no se acuerda ni un poquitico, que el lo sacó adelante fui yo…”
 
Parece que es una dinámica de vida: aquellos a los que ayudamos, terminan siendo nuestros enemigos o atacándonos y haciéndonos infelices. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Varias respuestas.

 

Podríamos decidir ser los peores seres humanos y no ayudar a nadie. Es decir, para no tener enemigos cercanos, no ayudemos a ninguno. Simplemente hacer lo que nos toque bien y punto. Pero esa no es una actitud sana. No puedes ser igual al que se comporta mal. Tú eres, y quieres, ser distinto, mejor y ser de bien. Creo que debemos seguir ayudando, siendo consciente de las posibles consecuencias, haciéndolo de manera inteligente y sana. Sin violentar límites y sin esperar más de lo que realmente la gente puede dar. Ayudar con desinterés, con amor e intensamente. Analizar y tratar de entender por qué le está yendo tan mal; esto nunca es gratis y siempre hay algunas razones en la manera de ser de esta persona. Seguro hay más variables que influyen en este resultado, aunque nos cueste aceptar que le esté yendo mal, a pesar de ser el mejor de los trabajadores, la mejor de la persona, el más aplicado. Hay algo que no funciona, eso es cierto. Hay que sospechar de esos malos resultados, de lo contrario podrás comprobar con muchas preocupaciones y dolores que era así. Lo que más me anima a hacer el bien y tender la mano al necesitado es que el Dueño del Apartamento Azul sabe bien qué hay en nuestros corazones y qué quisimos hacer.  Decidimos seguir ayudando a pesar de lo que nos vendrá de vueltas, pero sabiéndolo hacer.
También es importante reflexionar cómo somos nosotros mismos. No podemos quedarnos en la lógica de mirar siempre y sólo a los demás. ¿Cómo eres tú?  ¿Eres agradecido, leal y sabes responder adecuadamente ante la ayuda de los otros? ¿Cómo te comportas ante aquel que estás ayudando? Muchas veces somos quienes ocasionamos que los otros actúen mal, cuando en vez de ayudar lo que hacemos es humillar y hacerles sentir que somos superiores. Eso hay que analizarlo y tratar de ver. Estoy seguro de que nada justifica el comportarse de manera desagradecida y desleal; pero hay que revisar bien cómo actuamos frente a los otros.
 

Lo cierto es que tenemos que trabajar más en torno al valor y la virtud del “agradecimiento”. Tenemos que ser agradecidos y enseñar a otros a serlo. Sin esa actitud de agradecimiento no hay verdadera humanidad. Creo que lo que más me hace humano es poderle decir al otro Gracias, y decirselo con la vida y cada uno de mis actos. La lealtad al que nos ayuda debe ser eterna. No digo sometimiento, ni lambonería digo lealtad verdadera, de ojos abiertos y palabra clara pero corazón agradecido.

domingo, 9 de octubre de 2011

MIS AMIGOS LOS ENEMIGOS

Nos enseñaron a odiar a nuestros enemigos; pero Jesús nos invita a amarlos. A veces, meditando esta enseñanza de El Maestro, me pregunto cómo lograr amarlos, y la única manera es encontrar el bien que me hacen. ¿Me hacen algún bien mis enemigos? Sí. Creo que sí.

Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.

Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.

Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.

Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.

Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.

Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.

Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.

Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.

A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.

Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.

domingo, 2 de octubre de 2011

Los problemas y su bendición

He oído en repetidas ocasiones que los problemas son lecciones que debemos aprender, detrás de cada dificultad hay bendiciones y debemos darle gracias a la vida porque nos permite enfrentar vientos en contra y nos posibilita pelear batallas duras, difíciles. Recuerdo que un amigo al oír una de estas expresiones gritó: ¡Entonces estoy haciendo un doctorado en eso, porque que pocotón de problemas los que tengo por estos días!

Creo que aprendemos mucho de estas situaciones que nos hacen sufrir; de esas que nos duelen y no quisiéramos tener. También me parece que tendríamos que trabajar más en el cómo hacer que esas experiencias duras, difíciles, se vuelvan trampolín para llegar a estadios mejores de nuestra vida. Hoy quisiera reflexionar eso con ustedes:
1. Reconocer las dificultades y los problemas que tenemos, pues nada hacemos negando la realidad y tratando de huir de ella. Si tenemos una situación dura, lo primero que debemos hacer es aceptarla. Tomar conciencia de qué es realmente, cómo se produjo, qué actores están presentes y por qué, cómo puedo solucionarla. No culpes a nadie. Encontrar culpables no soluciona los problemas; a veces lo que hace es agravarlos. Es bueno ver quiénes son los responsables, para ver qué se puede hacer; pero de nada sirve vivir señalando con el dedo índice a los otros hermanos con los que compartimos la vida.

2. Es necesario ser valientes. No podemos desesperarnos, ni angustiarnos, frente al problema; sino debemos decirnos: ¡soy capaz de solucionarlo! Siempre hay una solución. Hay que desterrar el negativismo de nuestra manera de pensar. Hay que hacerse sordo a todos esos comentarios de los “dificilitadores” que tratarán de desanimarte y decirte que te des por vencido.

3. Es bueno pensar en batallas anteriores que he dado y en las que he salido victorioso. Es fundamental que estos recuerdos los tengamos vivos y nos sirvan de inspiración para creer que somos capaces de vencer. ¿Si en el ayer pudiste resolver el conflicto porque ahora no vas a poder? Ten la certeza que ahora estás más -y mejor- preparado que en el ayer; luego hay más posibilidades de poder resolver el tema.

4. Hay que analizar con cuidado, con detenimiento, de qué se trata. Si no comprendes el problema no lo vas a solucionar. Recuerda que muchas veces las cosas no son lo que parecen, ni el problema está en lo que aparece más evidente. Hay que discernir con mucha inteligencia para descubrir la dinámica de la situación y ver, realmente, cómo se puede solucionar.

5. Revisa qué cualidades se te exigen tener para solucionar ese problema y salir vencedor. Mejor ¿Con qué cualidades de tu ser puedes vencer esos problemas? Estoy seguro de que aquí puede estar la bendición, la lección que la vida quiere darte y que vas a aprender. Cuando nos dedicamos a solucionar la situación que tenemos vamos desarrollando esa cualidad, esa virtud que nos hacía falta.

6. La espiritualidad es fundamental. Dios es el centro de la vida, y es el que pronuncia Palabras de vida eterna, el que sana con su Palabra. Necesitamos tener una relación íntima e intensa son Él, necesitamos amarlo y dejar que su presencia, su poder, su Espíritu, nos guíe y nos haga crecer. Cuando llegan los dolores, Él nos consuela. Cuando llegan las derrotas, Él está a nuestro lado para levantarnos. Cuando estamos a oscuras, Él es la luz que se enciende y nos orienta. Pero sobre todo cuando estamos en relación con Él, sabemos que todo lo que nos sucede es para nuestro bien (Romanos 8,28-37)

Piensa que este problema que estás viviendo no es para tu destrucción; sino para que crezcas y seas mejor. Te invito a leer Isaías 43,1-7 y Habacuc 13,16-17

martes, 20 de septiembre de 2011

Nadie cambia a nadie

Una de las tendencias humanas más fuertes en las relaciones interpersonales es la de pretender producir cambios en las personas con las que interactuamos. Nos gusta pensar que podemos hacer que los otros sean de una manera distinta. Estoy pensando -por ejemplo- en las parejas que se dedican con todas las fuerzas de su corazón a tratar a cambiar aquel con quien viven. Para ello usan manipulaciones emocionales, económicas y toda clase de artimañas para que el otro sea como ellos quieren que sea. Porque es uno de los puntos más “arbitrarios” de la humanidad, este deseo de cambiar al otro que cambie según lo que yo necesito, quiero y pienso que debe ser.

1. Nadie cambia a nadie. Esto hay que tenerlo bien claro. Ningún ser humano cambia realmente por la presión de fuera. Si logra cambiar, lo hace porque ha tomado consciencia del error en el que se encuentra y lo dañino que es para los demás y para sí mismo, así decide interiormente cambiar y hacer las cosas de otra forma. Es una decisión personal e íntima. Esto lo entienden bien quienes han vivido con adictos y han hecho hasta lo imposible para que deje la sustancia que los está destruyendo, pero no lo han conseguido, pues sólo se dará ese ruptura cuando el adicto tome conciencia y decida por sí mismo cambiar.

2. Nadie cambia solo: Esta es la otra cara de la moneda. Ninguno puede decir que va a cambiar aislado de todos los demás. Esto es imposible. Siempre se necesita ayuda de aquellos con los que convivimos y de los que están preparados idóneamente para ayudarme. Por eso, es importante escuchar, analizar y tratar de comprender bien lo que los otros me dicen, porque es importante para cualquier decisión de ser y de actuar de manera distinta.

3. El amor y la aceptación es la mejor manera de ayudar a cambiar: Mientras tengamos que defendernos de los ataques de alguien, nos sintamos presionados u obligados a ser distintos a como somos, es muy probable que no cambiemos. Por inercia humana –válganme el concepto- no queremos dejarnos imponer nada de nadie. Cuando nos sentimos amados, aceptados y valorados, seguro somos capaces de comprender y aceptar lo que se nos está pidiendo e intentamos hacer lo mejor para actuar y hablar de forma distinta. Quien me ama, me ayuda a cambiar sin obligarme, amenazarme, ni manipularme. Cuando me siento amado, cualquier proceso de cambio es posible.

4. Hay cosas que no se pueden cambiar: También debemos saber lo que estamos pidiendo al otro que cambie, porque hay realidades humanas que definen la personalidad, que son estructurales y que no se pueden cambiar. Hay otras que forman parte de la dinámica de la personalidad y seguro que pueden ser distintas. En algunos casos es mejor tomar distancia de alguien que intentar cambiar lo que es imposible que cambie, porque eso lo define y lo hace ser quien es. .

5. Dios ayuda pero no lo hace solo: Sé que para algunos es fácil decir: Dios me cambia. Seguro que Dios tiene poder para cambiar a quien quiera pero ¡ojo! Recordemos que en la historia de salvación hay una clara opción de Dios por respetar la libertad de los hombres, por no obligarlos a nada sino por dejarlos ser. Pues entonces, para que Dios te ayude a cambiar, tienes que dejarlo actuar, tienes que tomar la decisión de hacerlo y luchar por tu cambio. Si no es pura cometa elevada al viento, con apariencia de verdad teológica y nada más.

Tenemos que aprender a respetar y a amar a las otras personas tal cual son. Igual que tener claro que ese es el mejor camino para actuar con los demás. Antes de comprometernos con alguien -o hacernos socios- lo mejor que debemos hacer es conocerlos suficientemente –sé que a nadie conocemos totalmente, pero intentarlo al máximo- para así minimizar el margen de error.

martes, 13 de septiembre de 2011

Que te perdone... que te perdone...

Uno de los temas reiterativos en las relaciones humanas es el perdón. Todos hemos necesitados ser perdonados y hemos recibido la invitación a perdonar a alguien.

Hoy quisiera proponerles algunas reflexiones -desde mi experiencia espiritual- en torno al perdón desde estas preguntas: ¿Qué es el perdón? ¿Por qué perdonar? ¿Cuántas veces hacerlo? ¿Cómo perdonar?

¿Qué es perdonar? Muchas definiciones he leído en torno a esta experiencia humana, pero quisiera compartir con ustedes dos: primero, es la decisión por recuperar la paz perdida. No un sentimiento sino una acción de nuestra voluntad para volver a vivir en la armonía que alguna situación nos hubiese quitado.

En este orden de ideas todos podemos perdonar, porque todos tenemos la capacidad y la posibilidad de tomar esa decisión.

Segunda definición, que me gusta por la relación que se ha establecido desde siempre entre el olvido y el perdón, dice que “perdonar es recordar sin dolor”. Está claro que hay cosas que no vamos a olvidar -y es necesario que no hacerlo- pero no podemos sufrirlo cada vez que lo recordamos.

¿Por qué perdonar? Estoy seguro de que hay muchas razones para tomar esta decisión. Perdono porque es lo mejor que me puede pasar, pues soy el primer beneficiado de mi decisión. Perdono porque el resentimiento, como decía mi abuela, es un veneno que me tomo, para que se muera el otro. Perdono porque sé que todos necesitamos una nueva oportunidad. Perdono porque le creo al Señor Jesús y Él nos ha invitado a hacerlo como una manera de ser cada día mejores.

¿Cuántas veces perdonar? Desde la perspectiva que estamos reflexionando, creo que siempre hay que perdonar. Cuando Pedro le pregunta lo mismo a Jesús, el Maestro responde con la parábola del siervo sin entrañas (Mateo 18, 23-35), quien primero pide perdón al Rey de sus grandiosas deudas y éste se lo da; pero luego condena a su hermano por una deuda mucho menor.

Este pasaje tiene un sentido bien claro: “Debemos perdonar al hermano todas las veces que queramos que Dios nos perdone”. Es la dimensión social-fraterna de nuestra experiencia de fe. Nada hacemos con tener una buena relación con Dios; sino la tenemos con aquellos con los que vivimos. Es de “descarados” pedir perdón y ayuda a Dios, mientras no se la damos a los hermanos con los que vivimos. Esta es una esquizofrenia que no podemos vivir como cristianos.

¿Cómo perdonar? Pregunta compleja y respondida desde distintos ángulos. Te propongo lo que a mí me ha resultado:

1. Trato de comprender las razones que tiene la otra persona para haber actuado de esa manera. Sé que no justifica su proceder, pero me hace verlo de una manera distinta. No es un monstruo que quiere hacerme lo peor, sino es un “humano” que falla y que no atinó a hacer lo correcto.

2. Recuerdo lo importante que es para mi proyecto de mi vida estar en paz y seguir adelante en la vida.

3. Entiendo que si yo tuviera los mismos condicionantes y las mismas experiencias, seguro que hubiera actuado de la misma manera.

4. Oro por esa persona. Pido a Dios lo mejor, que le vaya súper bien y que pueda estar bien para que no tenga más necesidad de hacerle daño a nadie.

5. Y, claro, tomar la decisión de hacerlo, a pesar de todas las emociones que tengo en este momento.

Por último vuelvo sobre una distinción, que he hecho muchas veces y que causa algunas discusiones en los espacios espirituales: es que en el ámbito humano perdonar no siempre es reconciliarse. Muchas veces te perdono; pero tengo que distanciarme de ti. Otras veces sí puedo perdonarte y seguir contigo. En el ámbito de la relación con Dios sí es lo mismo. Siempre que nos perdona nos reconcilia consigo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

AMORES HUMANOS

Me impresiona la cantidad de matrimonios que se acaban. No tengo estadísticas pero sé que muchos que acompañé al altar, como testigo excepcional de su matrimonio, han decidido que cada uno siga con su proyecto personal de vida de forma individual y distanciado del otro.

Entiendo que esa pueda ser una decisión consciente e inteligente y por ello respeto a todos los que la han tomado. Sin embargo todas estas experiencias me genera una duda ¿Es el amor eterno? ¿Se acaba el amor? ¿Es normal que los que antes morían el uno por el otro se dejen de amar? ¿Pueden los humanos caracterizados por ser efímeros y pasajeros tener experiencias eternas? (No quiero revisar el tema desde la experiencia teológica, ya que estoy seguro que el amor de Dios es eterno. Quisiera que nuestra reflexión fuera antropológica); lo cierto es que me impresiona mucho encontrarme con la dura afirmación –¡Ya no la amo! ¡Lo que sentía por el ya no lo siento! Pero si yo los vi parpadear emocionados manifestando el consentimiento matrimonial y jurando amor para siempre, ¿qué pasó? ¿en qué momentos se agotó esa fuerza que los hacía hacer hasta lo imposible por estar juntos y tenerse el uno al otro? Cómo algún día ya compartí con ustedes en estas reflexiones a veces lo que creo no es que el amor se muere sino que lo matan, esto es, que después de vivir el momento excepcional de encontrarse y descubrir que se aman se dedican con desgano, rutina, pocas expresiones, manipulaciones, heridas, etc, a matar el amor. Hasta que este muere de verdad.

Es como si Joaquín Sabina tuviera razón: “Yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena del sofá;/yo no quiero que viajes al pasado/y vuelvas del mercado/con ganas de llorar. Y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren…”

También veo parejas que se mantienen unidas a pesar de todas las dificultades y los problemas existenciales que han tenido y me encuentro con las siguientes constantes:

1. Han entendido que la felicidad es una actitud ante la vida, una manera de vivir y no la satisfacción repetitiva y contante de los deseos. Han sido capaces de ser felices a pesar de los momentos de dolor, tristeza y de los conflictos que han tenido.

2. Se han aceptado tal cual son. Han comprendido que nadie es perfecto y que amar a alguien es comprender que está lleno de defectos pero que tiene unas cualidades que lo hacen incomparable.

3. Tienen buena comunicación. Saben dialogar, compartir sus sentimientos. En términos prácticos saben escuchar y saben hablar. No dejan que los gritos, las ofensas y los silencios sean las características de su relación.

4. Tienen una creativa y madura relación sexual. Han comprendido las intensidades que la sexualidad tiene según a etapa cronológica de la vida en la que se encuentran. Son tiernos, afectuosos, apasionados y creativos a la hora de expresarse todo lo que sienten el uno por el otro.

5. Han comprendido que la relación de pareja es el eje de la familia, y que todas las otras relaciones familiares deben estar en un segundo plano frente a esta. No se les olvida que antes que padres son pareja y amantes.

6. Han sabido perdonarse. Una y otra vez han abierto el corazón, y se han valido del amor, para perdonar las ofensas, las heridas que el otro le ha hecho, descubriendo la honestidad de su pareja que arrepentida pide una nueva oportunidad.

7. Se esfuerzan por hacer feliz al otro. Tienen claro que la mejor manera de seguir juntos es que cada uno se esfuerce porque el otro sea feliz. Sabiendo que el que da recibe. El amor necesita compromiso y esfuerzo para mantenerse vivo.

8. Tienen proyectos juntos. Sueñan y trabajan juntos por realizar muchos planes que han elaborado.

9. Son compasivos el uno con el otro. No quieren dañarse sino ayudarse.

10. La experiencia espiritual. Saben trascender ir más allá de lo relativo en búsqueda del absoluto.

Estas experiencias me hacen creer que si se puede amar para siempre. Que los amores no mueren. Y que quienes se dedican a amar son capaces de amar para siempre a la misma persona.

martes, 30 de agosto de 2011

Tomar decisiones con Dios

Quien ha descubierto a Jesucristo como el Señor de su vida, sabe que ninguna decisión puede hacerse si no es de cara a Él. Esto es, quien ha descubierto la presencia salvadora de Jesucristo y comprendido la revelación del Padre que nos ha hecho y ha recibido el Don del Espíritu Santo ninguna decisión se puede tomar a espaldas de Él. Por eso lo primero es entrar en un proceso de oración, de diálogo, de captación de su voluntad en nuestra vida.

Dice San Juan Eudes, el fundador de mi comunidad: “La tierra que nos sostiene, el aire que respiramos, el pan que nos alimenta, el corazón que palpita en nuestro pecho, no son tan necesarios para la vida humana como la oración para llevar una vida cristiana… La oración es una elevación respetuosa y amorosa de nuestro espíritu y nuestro corazón a Dios. Es dulce diálogo, santa comunicación, divina conversación del cristiano con su Dios”. Si es de cara a Dios cómo el hombre puede conocerse y puede conocer cómo hacer su futuro. Es en un continuo diálogo con Dios en el que se descubre el misterio del corazón del hombre.

Para Juan Eudes está claro que la finalidad del hombre es conocer y amar a Dios y eso sólo lo puede lograr en la oración. Hay que tener presente que la felicidad no está en hacer cosas sino en seguir a Jesús. Para ello revisemos la escena del Joven Rico: “Al salir él, Jesús, para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándolo, le amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de Dios”. (Marcos 10,17s).

Sino nos damos cuenta la pregunta del joven rico es ¿qué hacer para ganar la vida eterna? Está preguntado por qué cosas tienen que hacer para ganar la vida eterna. Como muchos está convencido que la felicidad está en la Hacer. Pero ha hecho todo lo que manda la ley y aún así no es feliz, porque la ley, el hacer no da felicidad. Lo que da felicidad es la relación con Jesús, es colocar a Jesús en el primer lugar del corazón y actuar desde Él.

Por eso la invitación de Jesús a seguirlo. Ir tras de Jesús es lo que hace feliz al hombre. Es por esto que lo primero que un hombre que está haciendo un discernimiento sobre su vida, quien esté frente a una decisión fundamental de la vida y se pregunte cuál es el camino correcto, lo que debe hacer es hablar con Dios. Orar. Ponerse en contacto con el Dueño de la vida y preguntarle como lo hizo Pablo: ¿qué debo hacer Señor? (Hechos 22,10).

En este sentido la oración no es decirle al Señor lo que se siente y se piensa sino que es escucharlo. Afinar el oído y tener despierto el corazón para captar lo que me está diciendo. No hay manifestaciones mágicas, ni voces de ultratumba; sino la capacidad de percibir qué dice para mí, porque de alguna manera mi vocación no es algo que me invento sino algo que encuentro desde mi Dios.

domingo, 21 de agosto de 2011

Cosas que no podemos olvidar

Acabo de terminar mi pariticpación en varios eventos de la Renovación Carismática Católica de Guatemala, más exactamente en Ciudad de Guatemal. En ellos he compartido la experiencia que sostiene mi vida y que le da sentido a todo lo que soy: Jesús está vivo, y es el Señor. Ha sido una experiencia bien enriquecedora, sobre toda la de predicar a estos jóvenes y encontrarme con el movimiento Cadenas de Oración. Quisiera compartir con ustedes las ideas básicas de mi predicación en estos días acá:

1. Somos hechura de las manos de Dios: Tantas dificultades y problemas que tenemos en la vida nos han hecho creer que no somos importantes, que somos un número más en la vida y que nuestra existencia no tiene sentido. Tantas derrotas, tantas frustraciones nos han convencido de ellas. Por eso lo primero que tenemos que tener claro es que Dios nos ha creado. Nosotros somos fruto de la decisión de Dios, que nos amó primero, creándonos. Cuando tenemos claro eso entonces tenemos claro también que nuestra existencia no sólo tiene sentido sino que a la vez es una oportunidad de felicidad. Que nadie nos convenza de lo contrario, somos creación de Dios y Dios no hace basura.

2. Somos únicos e irrepetibles: Tenemos la gran tentación de querer ser como los otros, de envidiar lo que los otros son y tienen. Nos gusta compararnos y llorar porque los otros tienen más o son mejores que nosotros. Hoy vuelvo a decirte que tú eres único e irrepetible, que no hay otro como tú en el mundo y que eso te tiene que hacer vivir en gozo y alegría. Cuando Dios te hizo rompió el molde y te dió a Ti la posibilidad de entregarle al mundo algo que nadie se lo puede entregar. Por eso hoy dale gracias a Dios de ser quien eres y trata de dar lo mejor de ti para ser feliz.

3. Somos valiosos: Y lo somos no por la ropa que usemos, no por los títulos que tengamos, no por el dinero de nuestra cuenta bancaria. Somos valiosos porque Dios nos ha creado y nos ama mucho. Quiero que esto no lo olvides. Tú eres tan valioso que Dios ha dado a su Hijo por ti. El ha entregado como rescate por tu liberación la vida de su Hijo (1Pedro 1,18-19) y te ama con amor infinito (Isaías 43,1-7). Que nadie te haga sentir inferior porque no lo eres. Dios te ha dado todo y quiere lo mejor para ti.

4. Somos llamados a la felicidad: Dios no nos creo para la nada o para la destrucción. Nos creó para que fuéramos felices y disfrutaramos la vida a plenitud. El está a nuestro lado para ayudarnos a ganarle a todos los problemas y dificultades que tenemos, luego no podemos vivir con miedo y con tristeza la vida, sino que tenemos que estar seguro que la plenitud nos espera.

Eso fue lo que ocmpartí con estos hermanos. Seguro que Dios tocó con esas palabras sus corazones. Ahora, le pido que a ti que me lees también te toque y te haga sentir que tienes la gran oportunidad de ser felices. No sé si estés viviendo momentos duros pero lo que si sé es que Dios está a tu lado para ayudarte a construir una vida feliz. Animo.

Agradezco a todos los hermanos de Guatemala que me acogieron y me acompañaron en estos días de predicación. Ya vuelvo a Colombia, a Barranquilla, para tratar de seguir haciendo mi ministerio como hasta hoy. Oro por ustedes y espero que lo hagan por mi. Gracias.

martes, 16 de agosto de 2011

ASUSTAO PERO LIBRE

Leer el libro de los Números me ha posibilitado volver a reflexionar sobre una de las situaciones humanas más fuertes: el miedo a la libertad. Sí. Los relatos teológicos de este libro, que buscan mostrar la experiencia del pueblo bíblico por el desierto y su encuentro permanente con el Dios que los ha liberado, deja constancia de la continua queja y rebelión del pueblo ante la necesidad de asumir las consecuencias de ser libre.

En su travesía por el desierto es normal que el pueblo tenga que enfrentar muchas dificultades. Igual que nosotros. Esa es la condición humana: enfrentar dificultades y luchar para vencerlas y solucionarlas. La reacción del pueblo –que retrata bien la de muchos de nosotros- es rebelarse, quejarse, maldecir y añorar la tranquilidad de la esclavitud. Una manera de no querer asumir las consecuencias de ser libre. Esa es la paradoja, queremos ser libres, luchamos por serlo, pero nos da miedo asumir las consecuencias de serlo ¿Cuáles son estas? Planteamos algunas:

1. Tenemos que ganarnos el “pan” cotidiano: El esclavo recibe migajas. Estas nunca faltan. No alcanzan, no llenan, pero no faltan. El libre tiene que caminar el sendero de la incertidumbre, del esfuerzo valeroso y del fracaso para conseguir el pan. No tiene nada asegurado. Comprobará que a veces tanto esfuerzo no alcanza para obtener lo deseado. Aún así es mejor ser libre.

2. Tenemos que asumir las consecuencias de lo que hacemos: Normalmente el esclavo sabe que el culpable de todos sus males es el amo, del cual reniega pero quien sirve como consolador de cualquier sentimiento de culpa que lo presione. El libre no tiene esa posibilidad, sabe que es dueño de sus decisiones, de sus emociones y que tendrá que responsabilizarse de ellas sin usar el espejo retrovisor para culpar a otros. Si fracasó es su fracaso. Si triunfa es su triunfo. Esa incertidumbre es la que le da mucho sentido a la vida libre.

3. Tenemos que construir nuestro propio destino: El destino del esclavo no le pertenece sino que está decidido por el amo. El no es más que un actor que tiene que interpretar el libreto escrito por el amo. El libre tiene que hacer su propia vida, la cual se le presenta como una página en blanco que tiene que llenar con sus propias decisiones y acciones. Será lo que decida ser. Siempre es más calmado saber que todo está decidido, que tener que sentarse a discernir qué hacer y medir bien las actuaciones.

4. Tenemos que enfrentar las duras condiciones del camino: El esclavo normalmente está seguro, cómodo y dispuesto a seguir la rutina. Su vida, aunque gobernada por el amo, trascurre en cierta tranquilidad, la de hacer lo que le toca hacer. El libre tiene que enfrentarse a las incomodidades de tener que decidir qué hacer, a la fragilidad de su inteligencia que muchas veces le permitirá equivocarse, a la lentitud de la dinámica de la vida que muchas veces le privará de lo que necesita ya, a los ataques de los “otros” y del viento en contra que muchas veces le mostrará un camino espinoso.

Por estas razones no me extraña que muchos prefieran ser esclavos y vendan su libertad al mejor postor y prefiera decir como el pueblo de Israel anhelando la esclavitud de Egipto: “Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos, y melones, y puerros, y cebollas, y ajos…” (Números 11,5). O prefieran la muerte en la tranquilidad de la esclavitud que las luchas de la libertad: “!Ojalá hubiéramos muerto en Egipto o en este desierto, ojalá muriéramos! ¿Por qué nos ha traído el Señor a esta tierra? ¿Para qué caigamos a espada y nuestras mujeres e hijos caigan cautivos? ¿No es mejor volvernos a Egipto?

No sé, hoy a pesar de todas las consecuencias que tengo por ser libre, doy gracias a Dios por la libertad y me afirmo en ella para seguir luchando y salir adelante. Prefiero pagar caro mi libertad que ser esclavo. Es tu turno responder a la pregunta ¿Prefieres ser esclavo y tenerlo todo o ser libre y conquistar lo que necesitas?

domingo, 7 de agosto de 2011

Hay que ser felices

El hombre al haber sido llamado a la existencia ha sido llamado a la felicidad, por ello buscar la felicidad debe ser su principal tarea existencial . Lo cual nos lleva a no comprender porque algunos se empecinan en ser infelices. Es como si tuviera la clara y distinta idea de no disfrutar la vida y de sufrirla hasta el extremo. En este contexto quiero dejar claro que el amor tiene que ser una experiencia que posibilite la felicidad. Una experiencia afectiva que nos haga infelices no se puede llamar amor y tiene que ser revisada de manera exhaustiva. Esto lo digo pensando en tantas relaciones de pareja que viven un infierno y que creen que lo viven por amor. Algunos hasta justifican su sufrimiento en su relación con Dios, lo cual es realmente herético. Dios nos creo para la felicidad, su Hijo murió en la cruz para que fuéramos felices. Ahora tenemos que tener claro que muchas emociones placenteras se parecen al amor. Algunos creen que poseer a unas personas es amarla, cuando es todo lo contrario, ya que el amor exige total libertad. Otros creen que desear sexualmente a otra persona es amarla reduciendo el más sensible de los sentimientos a unas descargas físico-químicas. No faltan los que creen que sus inseguridades, sus miedos que se expresan en unos celos paranoicos son frutos del amor. No. Nada de eso es amor, y no se puede pretender construir una relación duradera sobre esas manifestaciones del afecto, en algunos casos afectos patológicos. Si dejan que el amor se confunda con esas experiencias estoy seguro que no habrá felicidad y más bien estarán atados a los dolores.
El amor supone por lo menos tres características: decisión del que el otro sea feliz y ser realice como persona, total libertad del otro y solidaridad. Seguro que tienen otras más pero quiero enfatizar estas.
1. Nadie puede decirme que ama si no hace todo lo posible porque yo esté bien y pueda ser feliz. Se necesita un alta manifestación de amabilidad, de benevolencia, de querer que el otro puedo sonreír. Si el otro me maltrata de palabras y de acciones, omite acciones para que yo no pueda disfrutar la existencia y gozar cada una de las experiencias diarias, es porque no me ama. No olviden que lo que definen son las acciones y las obras. Me pueden decir muchas palabras lindas y bellas pero si las acciones las niegan no puedo creer. El que me ama busca que me afirme como ser, que me pueda realizar, que pueda expresar lo que siento y pienso teniendo mis propios ideales y sueños.
2. No le pertenecemos a nadie. No podemos dejar que nadie nos absorba de tal manera que nos niegue la posibilidad de decidir. Si tienes que pedir permiso a tu pareja para expresar tus ideas, si tienes que dar cuenta de qué haces y dónde estás, si controlan lo que comes o no comes, si no puedes disponer de recursos, es porque no eres libre en la relación y estás siendo poseído. Esa es la vida de un esclavo, no la de uno que está unido a otra por amor. No se puede dejar de ser quien se es por amor a otro, eso equivaldría a que la otra persona no me ama a mi sino a la idea de mi que tiene en su cabeza y que me está imponiendo. El amor confía, cree, motiva al otro. Se le abre espacios y se está seguro de que el otro quiere lo mejor. No hay discurso que pueda justificar estas actitudes, que normalmente expresan la inmadurez emocional del otro y su inseguridad patológica. Sólo quien no cree en el otro tiene que amarrarlo. El que ama de verdad lo hace en la libertad.
3. Comprendo la solidaridad como un ejercicio de reciprocidad. Los dos se ayudan a dar lo mejor. Se complementan, se apoyan y asumen construir la vida como un proyecto común. No son enemigos, ni competidores, ni tienen que negarse los recursos para seguir adelante. Se tienden la mano para agarrarse y juntos llegar a las metas propuestas.
Espero que estas características nos ayuden a pensar que es el amor y como vivirlo, y a dejar atrás cualquiera manifestación que se parezca el amor pero no lo sea. Se trata de ser felices. Esa es la tarea y las relaciones son para eso. Insisto se trata de vivir en la armonía de ser dos siendo uno. Se necesita valentía y firmeza para decir esa no es la manera como quiero vivir y tomar una decisión. Vuelvo a decir en nombre de Dios no se puede esclavizar a nadie, Dios nos quiere libres.

lunes, 1 de agosto de 2011

PENSANDO LA FAMILIA

La familia es el laboratorio en el cual aprendemos a ser persona. Por eso es tan importante que una y otra vez reflexionemos sobre ella y tratemos de comprender su situación y lo que tenemos que hacer para que pueda cumplir mejor ese rol en la sociedad. Es evidente que el primer objeto de nuestro análisis tiene que ser la propia familia, aquella en la que nosotros vivimos y con la que compartimos nuestras luchas diarias. Creo que una familia debe girar en torno a 4 ejes fundamentales:
1. Amor: Es la razón de ser de la familia. Ella se crea por amor y se define desde el amor. No es una reunión cualquiera de seres, es la reunión de seres que se aman y que están interesados el uno en el otro porque tienen claro que la felicidad de cada uno está determinada por la felicidad de los otros. Se necesita que este amor sea explicito. Esto es, que esté expresado en palabras, en actitudes, en acciones diarias. Muchas familias se han olivado que es el amor lo que las tiene que caracterizar, se les ha olvidado vivir de cara al otro. Sin indiferencias, sin desprecios, sin rencores. Buscando que el otro sea feliz. Cuando alguien que comienza su proceso de crecimiento –como un niño- no encuentra el amor como el espacio característico corre el riesgo de quedarse sin aprender a amar y a dejarse amar. Pero cuando alguien en el ocaso de su vida –como puede ser la situación de una persona mayor- no encuentra relaciones de amor en su familia podría terminar solo y amargado, porque sin amor nadie puede vivir. Insisto en que no es un amor nominal, es una experiencia viva y contundente. Es un darse por el otro, es un hacerle sentir al otro que es importante y que cuenta.
2. Tolerancia: La familia está marcada por la diferencia. En ella convivimos seres de diferentes características físicas, emocionales, espirituales, sociales. No somos iguales al interior de la familia. Convivimos adultos mayores, adultos, adolescentes, niños. Todos tratando de respetarnos, amarnos y aceptarnos tal cual somos. La tolerancia no se puede entender como indiferencia, como un no me meto con el otro, sino que tiene que ser vivida como un amar desde la realidad, como una comunicarnos desde lo que somos, como un compartir espacios desde los límites y las posibilidades que el ser diferentes nos da. Respetamos los roles que cada uno tiene que en la comunidad familiar. Se valora y se comprende la autoridad modélica de los padres, el querer aprender a toda carrera de los hijos, la sabiduría de los mayores. Se sabe que cada uno en la etapa cronológica y existencial en la que está tiene mucho que aportar al desarrollo familiar.
3. Disciplina: Los seres humanos para poder vivir con otros tenemos que aprender a vivir los límites y las obligaciones que tenemos con los demás y con nosotros mismos. Darnos cuenta que nos nuestras acciones tienen consecuencias y que somos irremplazables al asumirlas es una de las experiencias en las que el hogar nos aportarà mucho. Sacrificarnos, luchar, esforzarnos, saber medir y controlar nuestras emociones lo aprenderemos en la interrelación familiar. Es muy difícil que quien no haya aprendido a respetar la autoridad paterna pueda cumplir las leyes sin problemas. Sin en la familia se priva a los hijos de hacerles vivir en disciplina se les ayuda a crear un mundo irreal en el cual solo podrán vivir con psicopatologías o enfermedades psíquicas y emocionales. El mundo está marcado por el dolor y la tristeza y ellas las aprendemos a afrontar cuando en la familia se nos disciplina también.
4. Espiritualidad: El hombres sin espiritualidad es un ser incompleto. Tenemos que aprender y encontrar lo que es esencial al hombre y no pasa por lo útil, por lo valioso y material. Tenemos ir más allá de lo que podemos tocar, pesar, ver. Esa experiencia existencial sólo se puede vivir en casa. No se imaginan lo que sufro como predicador o formador de jóvenes cuando trato de propiciarles experiencias espirituales a jóvenes que pertenecen a familias que adora en el templo de los centros comerciales al dios venta-compra y que creen que el sentido de la vida se agota en la chequera, la tarjeta de crédito o los billetes que tengan. Es muy complicado que alguien que no ha visto que sus padres comprendan que el sentido trasciende lo histórico pueda gozar un rito o un momento de encuentro con el absoluto. Es en la familia dónde lo espiritual tiene que forjarse. El problema es que las familias de hoy desprecian esta dimensión y por eso más tarde –algunas veces muy tarde- la buscan de rodillas.
Esas son las familias que tenemos que formar. Desde estos ejes se despliega todo lo demás. Si no fortalecemos las familias les aseguro que vamos a asistir a la degradación del ser humano. Les bendigo y los invito a reflexionar en torno a sus familias.

jueves, 28 de julio de 2011

VIVIENDO EL PERDON

Mucha gente me pregunta ¿cómo perdonar? Es una pregunta que constantemente me la hacen personas que sienten que su corazón no puede seguir sintiendo el miedo, el dolor, la incomodidad que les produce la herida no cerrada por no saber perdonar. Pero de alguna manera todos queremos aprender a perdonar. Por eso hoy quiero volver a colocar delante de ustedes una reflexión que expresa un método para perdonar. Insisto en que es un método, no el único. Esta reflexión me ha acompañado en muchos espacios y es posible que les suene conocida pero lo importante no es su novedad sino que nos pueda ayudar a Perdonar de verdad.

Así son estos pasos que les propongo:

1. Toma conciencia de que todos necesitamos ser perdonados. Saber que no existe nadie perfecto entre nosotros que nunca ha fallado, nos lleva a ser más proclives al perdón. Así como en más de una ocasión tú has fallado otros lo pueden hacer, y así cómo tu has pedido y has necesitado que te perdonen otros hoy lo están pidiendo y necesitando.
2. Relativiza la situación. No puedes magnificar cada situación y dejar que el dolor te obnubile y te haga creer que ese acontecimiento lo es todo. Muchas veces son más las percepciones que tenemos de la situación que lo que objetivamente pasó. Ubicar cada situación en su tiempo, en su lugar y en nuestro proyecto de vida nos ayudará a abrirnos a vivir una experiencia de perdón.
3. Trata de comprender al que te dañó u ofendió. Estoy seguro que cada persona actúa lo más lógico y racional posible según la información y las posibilidades que tiene en ese momento. Me cuesta creer que la gente es mala por ser mala y punto. Estoy seguro que lo más probable es que si nosotros tuviéramos esas características.
4. Recuerda que quien primero se beneficia de vivir el perdón eres tú mismo. Que al perdonar quedas libres de sentimientos interiores que te dañan y te hacen infeliz. Recuerda la frase que hemos repetido una y otra vez: El resentimiento es el veneno que se toma uno para se muera el otro.
5. Pide a Dios todos los días que actúe en ti para que puedas vivir la misericordia constante con tus hermanos.

Sé que no es una fórmula mágica pero sé que nos ayuda mucho a iniciar ese proceso de perdón. Te invito a reflexionarlo y hacerlo realidad en tu vida. Compártelo con tus amigos y traten de enriquecer estas claves de vida. De hecho si en el compartir encuentras nuevas ideas compártelas conmigo en palbertojose@hotmail.com estaré atento a leerte.

Gracias por tener este oracional en tus manos, te invito a que compres siempre uno más y se lo regales a una persona que no lo conozca, así estarás evangelizando. Te bendigo y te deseo lo mejor. Animo. Se feliz.

jueves, 31 de marzo de 2011

Y cuando creo, qué

La experiencia de Dios es reveladora de sentido. Pero no es sólo que nos muestra su Ser y su voluntad, sino que su amor y confianza en nosotros muestra su sueño al crearnos, nos revela su ideal para nosotros. Por lo anterior, una experiencia profunda con Dios abre las puertas para un conocimiento verdadero de nuestro ser; nos debe llevar a la toma de conciencia de quiénes somos y qué podemos hacer.

Cuando nos ponemos ante Dios, infinito y eterno, tenemos que hacernos conscientes de nuestra pequeñez y contingencia. Estar frente a Él y conocerlo, nos debe llevar a estar frente a nosotros y conocernos. No somos dioses. Ni somos perfectos, ni santos absolutos. Esos son atributos de Dios. Nosotros somos frágiles, débiles, contingentes, finitos y limitados.

No podemos -ninguno de los que nos decimos creyentes en Dios- asumir una posición de juez o de acusador de nuestros hermanos. Aquel que ha descubierto quién es Dios, sabe también quién es él y, por lo mismo, tiene cuidado de no asumir posiciones que muestren que no conoce el amor profundo y total de un Dios que es fuente inagotable del perdón y de la aceptación del otro, aunque pecador.

Sé que es fácil creerse más que los demás y hacerlos sentir poca cosa con palabras y acciones; arroparnos bajo un falso halo de perfección que no tenemos y ofender sin detenernos a pensar hasta dónde cala una frase en el corazón de quien la recibe. También sé que es fácil estar al acecho de los errores de los otros y usar nuestro índice para hacerlos objetos de nuestras condenas bajo la equivocada convicción de que no caeríamos en los mismos errores porque estamos más avanzados en la escala del desarrollo humano.

Pero estoy seguro de que esas no son las acciones que se generan de una buena relación con Dios. Cuando conocemos a Dueño de la Existencia y nos damos cuenta de que nos ama a pesar de todo; que nos da nuevas oportunidades a pesar de nuestros continuos errores; que nos da fuerzas aunque nosotros las malgastemos en proyectos contrarios a los suyos; que nos levanta aunque hemos caído por cuenta de nuestra terquedad. Frente a un Dios tan lleno de misericordia para con nosotros, no tenemos otra cosa sino que tratar de hacer lo mismo con nuestros hermanos. Quien se siente amado por Dios lo mínimo que hace es aprender a amar a los otros que están con él en la vida diaria.

Tampoco nos lleva la experiencia de Dios a un comportamiento de mendigos, como personas que desconocen su valor o de sujetos incapaces de saber quiénes son y qué son capaces de lograr. La experiencia con el Señor nos hace conscientes de quienes somos pues, entonces, nos hace saber también cuáles son nuestras capacidades, cualidades, posibilidades, y nos lleva a reconciliarnos con los dones que Dios nos ha dado para la construcción de nuestro proyecto. Al estar frente a Dios me siento invitado a dar lo mejor de mí y salir adelante.

Es decir, la experiencia de Dios me hace saber quien soy: un pecador, que falla y está luchando por ser mejor. Soy alguien que tiene valor y que al reconocerlo se prepara para salir adelante. No asumamos las posiciones de ser jueces de nuestros hermanos, no somos nosotros los que tenemos que acusarlos o señalarlos por sus errores. Hacerlo es demostrar que estamos satisfaciendo nuestra envidia y tratando de llenar de mala forma los vacios que tenemos en función de los otros. Quien se siente santo y señala el pecado de los otros, está desviando la mirada de su conciencia para otro lado porque sabe que ha fallado mucho.

Tampoco podemos escudarnos en nuestra fe para asumir la posición de los que no quieren comprometerse con la responsabilidad de su vida. Debemos ser protagonistas de nuestra historia, luchadores que consquistan sus proyectos impulsados por la fuerza de Dios, sin triunfalismos pero sin falsas humildades que se convierten en lastre y enmascaran fracasados. Estamos llamados a dar lo mejor, a poner el ciento por uno, a conquistar metas, pero sin que eso signifique despreciar o maltratar a los otros.
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domingo, 27 de febrero de 2011

Promesas y cumplimientos

Estamos siempre expuestos a las promesas que otras personas nos hacen. Algunas podremos creerlas y otras no. Algunas serán la expresión del compromiso decidido y coherente y por ello podremos confiar en ellas, pero otras expresaran más el deseo que las personas tienen a lo que realmente lo que pueden hacer. Quisiera reflexionar con ustedes sobre estas segundas promesas:

No basta con querer hacer algo para poder hacerlo. Es necesario que se den unas condiciones objetivas, y aún subjetivas, que posibiliten que eso que queremos hacer se pueda hacer. Esto es, no todos los deseos que tenemos se pueden volver una realidad objetiva. Muchas veces aquello que queremos no lo podemos hacer porque no sabemos cómo o, simplemente, porque las condiciones que tenemos no nos lo permiten.
Es necesario conocer los límites de la voluntad. Nosotros vivimos en una sociedad que ha hiper-valorizado la voluntad, nos a hecho creer que basta con ella para transformar la vida y eso no es cierto. La libertad, que es la que nos posibilita pensar en la voluntad, no es absoluta; sino relativa y está condicionada por muchas cosas. Por ejemplo, si tengo ganas de irme ya a París pero no tengo el dinero. Mi libertad está condicionada por el dinero, de alguna manera. Este ejemplo sencillo nos pone frente a una de las realidades que el hombre de hoy muchas veces quiere soslayar y lo hacen ilusionarse con lo que no puede realizar.
Hay que tener claro qué condiciones se necesitan para que pueda realizarse lo que deseo o estoy prometiendo. Este punto es fundamental. Muchos de nuestros comportamientos son ocasionados por nuestras taras mentales, por nuestras adicciones, por nuestras debilidades, por nuestras experiencias traumáticas del ayer, por nuestros aprendizajes, etc. Lo cual significa que, para podernos comprometer a hacer algo, tenemos que saber exactamente que es lo qué nos ha estado influyendo y cómo lo podemos transformar o usar mejor en nuestra vida diaria.

Estoy pensando, por ejemplo en una persona infiel que promete no volverle a fallar a su pareja. Esta promesa, si no está sostenida por un análisis exhaustivo y concreto de las causas que le han llevado a faltar al compromiso adquirido, sino está respaldada por la terapia o por el proceso de sanación que supone el cambio de lo que ha causado ese comportamiento, no podrá creerse; porque seguro no se podrá cumplir. Sin tomar conciencia de los traumas y de las situaciones que nos están influyendo para ser infieles no vamos a poder ser fieles. Se quedará en un bello discurso y en una muy buena intención (Recordemos, que Voltaire nos decía que de buenas intenciones está empedrado el infierno). Le creo a un infiel que va a dejar de serlo, porque además de su buena intención va a hacer un proceso que ayudará a controlar, manejar, usar, en buen sentido, sus emociones. Mientras tanto es muy difícil de creer.

También pudiéramos citar el ejemplo del drogadicto que jura y jura que no va a volver a consumir. Sin un proceso terapéutico serio que lo re-eduque totalmente será muy difícil que no vuelva a caer. Se necesita de la fuerza de voluntad pero también de los procesos psicológicos que puedan ayudarle a vencer su falta de autoestima, o cualquiera de las causas de su adicción.

Sé que para algunos este tema puede resultar difícil de aceptar, ya que pareciera que al reconocer lo relativo de la libertad estuviéramos mermando la responsabilidad de las personas en sus actos. Pero tengan la seguridad de que no es así, porque cada uno es dueño de sus actos, de tratar de hacer lo mejor; pero a la vez de tratar de encontrar el camino que lo lleve a solucionar los problemas que no lo dejan cumplir su decisión. Esto es, es doblemente responsable no sólo de lo que quiere hacer sino también de generar las condiciones para hacerlo.

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P. Alberto Linero G. Facebook

martes, 8 de febrero de 2011

¡Hay que crecer, aunque duela!

Los seres humanos nos movemos en medio de una tensión permanente entre el desarrollo y la decadencia, entre ir hacia delante y retroceder, hay días en que amanecemos llenos de optimismo y nuestro corazón se alegra porque nos descubrimos caminando con paso firme hacia el desarrollo, días en los que nos sentimos y nos descubrimos efectuando acciones de verdadera autenticidad, actos de verdadera libertad y responsabilidad; y entonces nos descubrimos con un corazón cargado de amor y dispuesto a desbordarse en servicio a los demás.

Del mismo, humanos como somos, tenemos otros días en los que el rostro de la decadencia se nos pone en la frente y un mundo de sombras empieza a encadenar nuestros pies, jornadas en las que nos cuesta levantarnos, nos es imposible tener un acto de amor, menos uno de servicio; días en los que no fluye la alegría, en los que sentimos gris la existencia y la sonrisa no es lo que queremos expresar sino que se parece más a una mueca desagradable… en fin, días que como dice sutilmente el poeta Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profunda:

“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar… Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.

Y yo quisiera asegurarte que estás en uno de esos días, de los tristes o de los alegres, de los dolorosos o de los alegres; pero también que pasará. No será eterno, no durará por siempre, como todo día, tendrá un final. Y esto lo digo para que pienses en que nada puede ser perfecto, ni en la alegría, ni en la tristeza; que tanto unas como otras no llenan la vida absolutamente, porque siempre habrá un resquicio por donde salen y entran dinámicamente las dos. Los días son temporales, no eternos; entonces tu situación también lo es, no estarás eternamente contento, ni por siempre estarás desconsolado. No hagas depender toda tu existencia de la situación actual; porque seguramente cambiará en cualquier instante. Mejor aprende a vivir, a disfrutar tu existencia con lo bueno y lo malo, con alegrías y tristezas, con triunfos y fracasos.

Afortunadamente los que creemos que somos obra de Dios y que fuimos creados a su imagen y semejanza; vemos perfectamente en el en Jesús, que es posible caminar con paso firme por la vida, rumbo a la eternidad, a pesar de la adversidad, a pesar de los días decadentes; él nos muestra que con la fuerza que viene de lo Alto que podemos vencer los miedos que nacen en nuestro corazón.

Crezcamos y asumamos nuestra existencia, con sus pros y sus contras. No le pidamos a Dios que nos quite los problemas, pidámosle que mejor que nos de la fuerza para vencerlos. No deseemos vivir en un paraíso sin sombras, como dice el filósofo Estanislao Zuleta; sino que nos enseñe a ser fieles a nuestra vocación de felicidad a la que fuimos llamados cuando nos creó como sus hijos. Desde Dios podemos vencer esa tensión en la que nuestra condición humana nos exige vivir. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu y cerrarnos a la fuerza del mal que nos empequeñece y nos roba la fuerza con la que estamos hechos para vivir.

Apropiémonos de la existencia que tenemos con valor. Y dejemos de echarle la culpa a todo y a todos. Ya no más excusas, ya no más justificaciones. Dejemos de decir: “Se rompió el vaso”, en lugar de decir: “lo rompí sin querer”; o: “se perdió la plata”, en lugar de “no invertí o no use bien el dinero”. La conclusión de todo esto es simple: buena parte de nuestros problemas se generan en comportamientos infantiles, por tanto ¡Hay que crecer, aunque duela!

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