martes, 17 de enero de 2012

Mejor solo…

En la vida establecemos relaciones con otros seres humanos siempre. Somos sociales por naturaleza. Pero la naturaleza de nuestro ser social cambia, se transforma, se renueva. De las relaciones vamos aprendiendo a entablar otras relaciones. Así nos estamos siempre relacionando; repitiendo y corrigiendo formas, estableciendo vínculos. Hoy los humanos buscan “conectarse” con otros. El concepto de “amigos” ya no implica el conocimiento personal, ni el compartir del tiempo, ni el tener una historia en común; ahora se es amigo de otra forma: al hacer click en aceptar la invitación para ser un contacto de una red social.

Para mí la amistad implica una vida compartida, unos proyectos comunes, una historia, un conocimiento del otro, una aceptación de sus diferencias y una conciencia de sus limitaciones como una capacidad de aportar al otro como éste me aporta. Pero esa no es la amistad de la que se habla hoy; sino que está gobernada y limitada a una pantalla de computador. A una especie de “AVATAR”, en la que terminamos convertidos en una foto que nos aparenta.

Y esa falta de contacto humano está llevando a una vida social que se hace tan grande como un océano, pero tan profunda como un charco. Se conectan con muchos, pero no conocen, ni se dejan conocer por nadie. Están conectados, pero no hay compromiso humano con los otros. No existe una relación personal, sino virtual; y lo virtual tiene visos de inexistencia, de irrealidad.

Por eso vemos a tantos que tienen mil y más amigos en el Facebook o en Twitter, pero que no se relacionan con nadie, no tienen vínculos con ninguno. En este sentido quisiera que pensáramos en todas las veces en las que hemos mal invertido nuestro tiempo y esfuerzo para construir relaciones que no son ciertas. Cuántas veces hemos perdido horas y horas frente a una pantalla dejando que pase la vida de verdad y la gente de verdad sin que les interese.

También pienso en otras maneras equivocadas de establecer relaciones. Estoy seguro de que muchos tienen relaciones inconvenientes a las que se aferran inexplicablemente. Y pienso en los que se hacen amigos de gente que no aporta nada bueno a sus existencias. En los que se juntan para malgastar el tiempo. En los que se dicen amigos pero nunca ayudan. En aquellos que saben que el otro está equivocándose pero se callan para no dañar la diversión. Pienso en los viven juntos, pero nunca comparten una conversación sobre un tema serio.

Quisiera que revisaras qué tipo de relaciones tienes con los otros; que pensaras en la gente con la que compartes tu vida, quiénes son, qué los une, qué hacen juntos, de qué hablas con ellos. Esto no es accesorio, es urgente: necesitas pensar en tu vida, en lo que haces, si logrando algo que te haga sentir orgulloso y si quien te acompaña sirve para que pasen cosas buenas en tu historia.

Es mejor terminar una relación cuando descubres que nada te aporta, que trae más problemas que beneficios; cuando te detienes a pensar y te resulta difícil enumerar más de tres aportes positivos para ti. Sin embargo sé que nos cuesta mucho desprendernos de lo que nos hemos acostumbrado a tener y que preferimos la costumbre que la incertidumbre. Y por eso la gente dice que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Así mantenemos muchas relaciones insanas, que nos agobian, que nos resultan tormentosas, complicadas. No las rompemos porque tenemos miedo de la soledad y nos conformamos con cualquier cosa con tal de no estar solos.

Pero de qué vale conformarnos con asegurar ese “aunque sea” que tenemos; para qué aferrarnos a esa relación mediocre y quebradiza, si al final sabemos que quien está a mi lado preferiría no estarlo; ese que se aguanta todo de mí lo hace porque no hay más opciones. Creo que es mejor enfrentarnos a lo soledad, atravesar por un desierto sin rendirnos, porque estamos convencidos de que queremos lo realmente bueno, lo deseable.

lunes, 9 de enero de 2012

Serenidad y paciencia

Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.

Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.

Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.

No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.

Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.

Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.

Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.

Serenidad y paciencia

Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.

Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.

Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.

No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.

Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.

Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.

Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.