lunes, 18 de enero de 2010

Primero lo primero

Para salvar una relación afectiva lo primero es tener claro si, de verdad, se quiere salvar. Porque muchos casos hay en los que los actores hacen todo para terminar la relación que sostienen. Pues es posible que la relación esté tan desgastada que ya no se quiera continuar con ella.

Hay muchos que no terminan de un todo, sino que prefieren agotarse en una relación que les resulta angustiante, tediosa, fofa o ridícula. Entonces hay que partir de la certeza de que se quiere rescatar una relación que está en crisis, pero que se considera importante, valiosa, deseable.

Y esta consideración primera no es de los espectadores, sino de los actores mismos de la relación. Es decir, no es tu mamá quien decide que debes salvar tu matrimonio; ni tus amigos los que deciden si vale la pena seguir; ni nadie. La primera toma de conciencia que se debe hacer es por parte del miembro de la pareja en conflicto. Quien debe saber qué quiere frente al otro.

Intentar salvar una relación que no se desea como la realización del futuro es como arar en el mar. Mejor dicho, es extender indefinidamente una tortura. Es por eso que la primera pregunta frente a tu relación en conflicto sería: ¿quieres salvarla? Mientras haya titubeos, dudas o ambigüedades en la respuesta, no será posible hacer un plan de salvación; porque se seguirá navegando en el mismo mar y es muy complicado esperar resultados distintos, mientras se hace lo mismo.

Luego de tener claro que se quiere salvar la relación, entonces habrá que establecer un plan de trabajo posible y realizable, que tenga -por lo menos- las siguientes características:

1. Que parta de la toma de conciencia de los defectos, errores y responsabilidades de cada uno en el conflicto. Es decir, que cada quien asuma que no es perfecto, que la culpa no es del otro únicamente, que la solución también me pedirá unos cambios en mis conductas y actitudes, unas renuncias y unas afirmaciones. La tendencia normal, insisto, está en señalar al otro como principal causante de los conflictos y esto es equivocado; primero porque nadie es completamente malo y, segundo, porque me hace quedarme estático pues todo está bien conmigo.

2. Que parta de la disposición de cada uno de sacrificarse y esforzarse por cambiar o transformar las actitudes y los comportamientos que sean necesarios. Los cambios no son fáciles porque nos quitan el piso seguro de la costumbre; porque nos desacomodan y nos hacen sentir inseguros. Pero si descubrimos que hay cosas por cambiar y queremos realmente salvar una relación, es fundamental e ineludible hacerlo.

3. Que parta de la disposición por ceder en algunas situaciones, no se puede pretender, vivir en pareja, sin ceder un ápice en las posiciones negociables que se tengan. Todos debemos tener un espacio de tolerancia que abra el espectro para moverme de la posición en la que estoy hasta donde mi capacidad me lo permita y donde no esté en juego mi dignidad.

4. Tener presente que la otra persona es la que elegí para que me acompañe en el camino hacia la felicidad, por lo tanto, merece mi mejor actitud y mi mejor disposición ante ella. Esto es, debe ser objeto de mi cariño, de mi ternura y de mi amor. Jamás puedo olvidar esto, pues hacerlo equivaldría a llamarla enemiga y acreedora de mis peores epítetos y actitudes existenciales.

5. Es importante trascender las acciones y descubrir las intenciones que animan a la persona que me ama. Saber que los seres humanos, primero yo, podemos equivocarnos cuando queríamos hacer algo bien. Entender que las acciones algunas veces son contrarias a la intención, que es posible no decir lo que se quiere porque se escogieron frases o gestos erróneos.

6. En las personas con una dimensión espiritual se debe recordar que esa unión es signo visible del amor de Cristo por la Iglesia (sacramento), es decir, una pareja que se ama es una pareja que transparenta a Dios.

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