Una de las situaciones más duras de la vida moderna es la soledad. Se ha convertido en el ¨coco¨ moderno con el que nadie quiere encontrarse. En nuestra apresurada vida actual, todos le huyen a la soledad. Por eso, los fugitivos de la soledad, llenan su vida de aparatos electrónicos que los acompañen haciéndoles presentes otras voces distintas a las suyas, voces que –aunque lejanas- les hagan creer que están con otros.
Este mundo de la globalización, de la intercomunicación, de la comunicación generalizada, de la tecnología deslumbrante en medios como Internet, teléfonos móviles, reproductores digitales de música y radio, etc. este mundo nos ha enseñado a tenerle miedo a la monstruosa soledad y se empeñó en hacernos creer que quien está solo es infeliz y no puede construir nada.
Tengo que comenzar diciendo que la soledad no es siempre una desgracia, ya que ella nos puede permitir tomar distancia de los ruidos y de las situaciones que nos alejan de nosotros mismos, propiciándonos un espacio para el encuentro con nosotros mismos y con el absoluto, es decir, con Dios. Cuando se acallan las voces de este mundo nos queda escuchar nuestra propia voz interior y en ella encontrar al Dueño de la vida. En muchas ocasiones la soledad es la condición de posibilidad para el encuentro con Dios. Por ello, no debiéramos tenerle miedo sino aprovecharla.
Comprendo también que hay unas experiencias de "solitariedad" y de aislamiento que nos dañan y que nos llevan a sufrir. Somos seres sociales y necesitamos a los otros para podernos realizar de manera adecuada, tampoco eso podemos negar. Sentirse poco valorado, despreciado, marginado y creer que no se es importante para nadie, nos hace daño y nos lleva a la infelicidad. Necesitamos tener relaciones intensas con los otros y saber que somos importantes para ellos.
Franco Devita cantaba: "te veo venir soledad", aludiendo a que la soledad no es algo que cae del cielo sino es algo que nosotros construimos con nuestras actitudes. También es una decisión que tomamos, algunas veces consciente y algunas otras sin percatarnos de ella. Lo cierto es que las opciones que tomamos y las conductas que asumimos, pueden dejarnos a las puertas de la soledad y debemos estar preparados para que esto pase.
Por ejemplo, cuando vivo desconfiando de los otros, cuando todo lo que hacen me parece sospechoso y me amargo y los amargo por eso, entonces tengo que ir preparándome para quedarme solo. Si soy miedoso, si no me atrevo a entablar relaciones con facilidad, si no me abro a los demás porque temo ser defraudado o abandonado, entonces no puedo esperar otra cosa que la soledad al final del camino. Si tengo una crítica ácida para todo, si me produce placer encontrarle defectos a todos y a todos, si no puedo contenerme cuando descubro fallas y me resulta placentero decirlas abiertamente; yo también debería prepararme para estar solo.
Por todo lo anterior quisiera que pensaras en qué tipo de soledad vives o a qué tipo le temes. Si es una soledad circunstancial y efímera o tiende a mantenerse; si es una soledad provocada o es producto accidental de situaciones de momento. Te invito a que hagas un diagnóstico sobre la soledad, que pienses si vas en camino a ella y quieres que así sea o si preferirías cambiar lo que debas para no terminar como el llanero.
Lo otro que quiero proponerte es que venzas el miedo a hacer turismo interior y mires dentro de ti, que investigues quién eres y para dónde vas. Porque quien se conoce puede tomar decisiones más saludables y pertinentes. Alguien que asume sus limitaciones y miedos, que sabe quién quiere ser, que es consciente de cómo lo ven los demás; alguien así puede estar claro en la decisión si es una mejor decisión estar solo o vivir acompañado.
Otro punto para no estar solo tiene que ver con establecer puentes con los demás, invertir en las relaciones, hacer consignaciones positivas a los demás, que no tengamos tantos obstáculos para que existan el acercamiento.
Entendamos que no hay nada que perder, así es que no tengamos miedo al rechazo, no dejemos que se pierdan las oportunidades de encontrar relaciones que pueden hacernos felices por el susto de dar el primer paso, como dice mi papá: ¨hombre cobarde, no disfruta mujer bonita¨.
No hagamos un caparazón que nos proteja de los peligros, al precio de aislarnos del mundo y robarnos el aire fresco que corre por las calles. Que quede claro que encerrarnos en nosotros mismos es reconocer la derrota. Porque nos sienta mejor tener con quién hablar, intimar y a quién querer; pero no nos atrevemos a dar el paso. No somos tan raros como a veces pensamos. No hay más que hablar en profundidad y confianza con cualquier persona para comprobarlo. Podemos "llenar" a más gente de la que creemos y nos pueden resultar atractivas muchas personas que tenemos muy cerca.
En conclusión, la soledad no es el enemigo. El problema real está en llegar a ella sin tener claro por qué o cómo. Puedes decidir construir tu proyecto existencial en compañía o en soledad, pero esa decisión no puede tomarla la brisa por ti.
lunes, 9 de febrero de 2009
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