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lunes, 23 de abril de 2012

DANDO ES COMO SE RECIBE

El ser humano es un ser social. Esto es, un ser que no puede vivir solitario y totalmente desconectado de los otros. Siempre es necesario estar en relación con los demás. En ellos se encuentra la riqueza, la solidaridad, la retroalimentación que requiere para poder ser feliz. Somos conscientes que esa relación con el otro también puede ser conflictiva y problemática. Estar en relación con el otro supone apertura, renuncias, entregas, compromiso; y eso no siempre es posible. ¿Cómo tener unas buenas relaciones interpersonales? Creo que la clave está en entender y comprender que el otro es un ser humano que quiere y necesita lo que normalmente nosotros necesitamos. Es por esto que se habla mucho de la regla de comportamiento: “No hagas al otro lo que no quieres que te hagan”.

1. Reconocimiento: todos los seres humanos queremos sentirnos conocidos, aceptados, amados y valorados. Nadie quiere pasar desapercibido por los otros o ser maltratado. Si quieres tener una buena relación con los otros tendrás que aprender a sinceramente reconocer sus cualidades y capacidades y hacerle sentir que es una persona valiosa. No estoy hablando de los ‘piropos lambones’ que a todos nos fastidian y no generan confianza, sino de aquellos comentarios agradables que para todos son caricias emocionales que siempre son bien recibidos. No podemos pretender que el otro nos reciba bien si nuestros comentarios siempre son ofensivos, despectivos o simplemente buscan hacer sentir mal a la otra persona. Cuando eres alguien capaz de reconocer los valores de las otras personas, estas abren su corazón para relacionarse bien contigo.

2. Esperanza: el corazón humano se alimenta de esperanza. El futuro siempre nos genera muchas expectativas y queremos sentir que en él nos va a ir bien, que todo saldrá mejor de lo que estamos viviendo ahora. No queremos tener al lado a personas que siempre están manifestándose negativamente o que hacen del negativismo su bandera. Si quieres buenas relaciones comparte esperanza con los otros, que tus palabras y tus actitudes comuniquen a los otros ánimo, fuerza, ganas. Tienes que ser un auténtico luchador, pero a la vez alguien que con su alegría, su seguridad y su fortaleza comunique esperanza a los otros. Eso hará que ellos quieran tener una buena relación contigo.

3. Orientación: todos necesitamos orientación y la andamos buscando. Pero ¡ojo! No queremos esos seres humanos que andan repartiendo consejos sin que nadie se los pida y tratan de meterse en la vida de los demás. Queremos seres humanos seguros de lo que hacen en su vida, inteligentes a la hora de exponer las ideas que gobiernan su proyecto de vida. En una palabra, gente que sabe para dónde va, que sabe qué quiere. El que tiene palabras claras para aquellos que, en un momento de confusión, piden una orientación. Todos necesitamos a alguien que nos muestre el camino y sea capaz de indicarnos cuál es el mejor.

4. Solidaridad: siempre todos esperamos que alguien nos ayude. Si queremos tener buenas relaciones con los demás tenemos que estar dispuestos a colaborarles, a servirles y bendecirlos con nuestros comportamientos. Lo que se da es lo que se recibe. Muchas veces pretendemos que los otros nos ayuden, pero no somos capaces de salir de nuestra comodidad para colaborarles en la construcción de sus soluciones y respuestas. Todos queremos estar con gente colaborativa y solidaria.
Se trata de comprender que los otros quieren y necesitan, de alguna manera, lo que nosotros queremos y necesitamos, y que para tener unas buenas relaciones hay que saber comportarnos con los demás, porque estos, como nosotros, no tienen por qué aceptar y aguantar ‘cualquier tipo de comportamiento’. Pregúntate si eres una persona que tiene estas cuatro actitudes propuestas anteriormente.

sábado, 14 de abril de 2012

Perdono, luego vivo

Vuelvo sobre el tema del perdón, que es una realidad necesaria y urgente para todo aquel que quiera vivir en paz y tener buenas relaciones interpersonales. El perdón como una herramienta vital, esencialmente humana, para la felicidad. No perdono porque sea tonto, sino por el contrario porque no quiero serlo, pues tonto es aquel que prefiere estar mal cuando puede estar bien.

Insisto, el perdón no es igual a la reconciliación; muchas veces confundimos las dos realidades, la reconciliación es una vuelta a la relación rota, el perdón es una vuelta a la paz también rota. No necesariamente quien perdona vuelve a entablar relación con el ofensor, pero ya no conserva la semilla del odio, del resentimiento o del dolor dentro del corazón.

Quisiera reflexionar sobre algunos puntos en particular sobre la experiencia del perdón como un hecho humano:

1. Nadie merece el perdón, pero todos los necesitamos. Si el tema es de merecimiento nadie podrá perdonar, pues muchas veces la intención del otro no es otra que la de dañarme (y si dejo que su odio permanezca en mí, ya está logrando su cometido); por eso, el perdón es un regalo que me hago a mí mismo. No puedo esperar a que lo merezcas perdón para dártelo, en un acto de libertad y de misericordia te perdono pues no quiero que me siga haciendo daño el pasado. De igual modo, he sido perdonado sin merecerlo, sin que haya hecho nada por lograrlo, porque el perdón es, en primera instancia, un hecho gratuito.

2. Defender mis derechos es una obligación hacerlo violentamente -o en los términos de quien nos ataca- es una necedad. Con el perdón me muestro diferente al que me ofendió. No somos iguales, ni pensamos iguales. Lo más terrible que puede pasarnos es terminar nivelándonos por lo bajo con otros, usando sus lógicas equivocadas, odiando, ofendiendo, humillando o maltratando; yo decido romper esa cadena y vencer el mal a fuerza de bien como Jesús, el Maestro de la Vida, nos enseñó con su sacrificio en la cruz.

3. Te perdono en mi corazón sin que lo pidas. No voy a dejar que tu orgullo, terquedad y crueldad me deje sin paz interior. No necesito que hagas nada para perdonarte, ni necesito que sepas que lo hice, porque el perdón es un hecho para mí, para mi sanación, para mi crecimiento, para mi decisión de vivir mejor y ser feliz. Aunque sigas tratando de dañarme, aunque quieras un mal para mí, ten claro que estaré por encima de esa decisión equivocada tuya, porque decido hacerlo, porque puedo hacerlo, porque no te daré el poder de robarme la paz, de afectarme o herirme, pues yo soy el dueño de mi vida interior.

4. Soy creyente pero no masoquista. Te perdono pero me alejo, cuando tengo claro que me seguirás dañando porque tu actuar está fuera de tu voluntad; cuando inteligentemente me doy cuenta de tu incapacidad de ser de un modo distinto; de que dañas sin querer pues tu corazón está lleno de heridas; cuando me doy cuenta de que haces daño sin que quieras porque no puedes evitarlo o, incluso, porque sientes algo de satisfacción haciéndolo, entonces pongo distancia entre nosotros y te saco de mi vida. Jesús me invita a perdonar siempre, pero no a ser masoquista. No te odio, pero tampoco te quiero haciendo parte de mi historia.

lunes, 19 de marzo de 2012

Ten animo y sé valiente

Es muy normal que las dificultades y los problemas nos hagan creer que no podemos seguir adelante, que lo mejor es abandonar la lucha y darnos por vencidos. Tienen las adversidades -sobretodo cuando son grandes- el poder de hacernos sentir incapaces y deprimirnos. Nos quita la esperanza y nos hace suponer que no hay razones para continuar. Allí es donde nuestra fe en Jesús -tan valiosa e importante siempre- se tiene que hacer notar. Nosotros los que creemos no podemos darnos por vencidos en ninguna situación. Nosotros no hemos nacidos para fracasar ni para ser derrotados. Nosotros no hemos sido creados para el sufrimiento o el dolor. Hemos sido creados para la felicidad. Cristo se ha entregado por nosotros, en la cruz, para que tengamos vida y vida en abundancia (Juan 10,10). Eso no lo podemos olvidar y lo tenemos que tener presente en momentos duros de nuestra vida.

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él." (Juan 3,16-17). Si, a ti que en este momento estás triste o desanimado te tengo qu e invitar a volver a leer este texto y a darte cuenta de varias cosas:

1. El amor extremo de Dios Padre por Ti. Dios te ama hasta el extremo. Nunca te va a dejar de amar. Su amor es para siempre (Romanos 8,28-37)Eso es lo que El siente por Ti. Y ese amor es la fuente de bendición, de felicidad, de gozo para ti. Tienes que sentirte amado siempre. No dejes que nadie te haga sentir rechazado o olvidado, porque Dios te ama y quiere que seas feliz. No olvides aunque todos los que te amen se olviden de Ti, Dios nunca se olvidará de ti (Isaías 49,15).

2. No hemos sido creados para ser condenados. No tenemos miedo al fin, ni nos asustamos frente a ninguna profecía de destrucción, ni vivimos pendientes de si el mundo se va a acabar o no. Nosotros hemos sido creados para la salvación, y por eso tenemos esperanza y todos los días celebramos la esperanza de estar vivos. Confiamos en el amor de Dios para seguir adelante.

3.Cristo se ha entregado por nuestra felicidad. El pecado no tiene poder sobre nosotros. El miedo no tiene poder sobre nosotros. No estamos a merced del destino o de la suerte, hemos sido salvados y en eso creemos. Por eso hoy nos animamos al mirar la cruz y sentir que en ella está nuestra salvación (Juan 3,14-15). Mirando a Cristo levantado tenemos salvación, porque creemos en El.

4. Estamos confiados en el amor de Dios y no vamos a dejar que nada nos quite las ganas de seguir luchando y de seguir adelante. Vamos a dar la batalla, porque esa batalla, en el nombre de Dios, está ganada. De eso estamos seguros. Dios está a nuestro lado y en este momento nos está bendiciendo. Siente la bendición de Dios que te empuja hacia adelante y te hace confiar y creer. Lucha que eres de Dios.

Hoy le pido al Señor que te haga feliz, que quite de ti todos esos sentimientos de tristeza y de miedo, y te llene de su poder y de su alegría. Animo. Dios está actuando en tu ser.

para que termines de orar te invito a ver este momento de oración, con la primera canción que Dios me permitió componerle: http://www.youtube.com/watch?v=s469j8Z-DWw
o escucha esta canción: http://www.youtube.com/watch?v=59yT6RMlggA

miércoles, 14 de marzo de 2012

“No Mendigues Amor”

Una reflexión que necesitamos leer una y otra vez, ya que nos hemos acostumbrado a relaciones generoso-mendigo, amo-esclavo, señor-servidor. Lo cual no es posible en una relación afectiva que quiera llenar de felicidad a los que la vivan.

Estoy seguro que no debemos ser mendigos de amor, por ello he continuado con la investigación sobre este tema y ahora estoy preparando un manual de funciones para no mendigar amor. Estoy convencido que cada uno de nosotros puede ser protagonista de su vida y puede llevar las riendas de su proyecto existencial. Estoy claro en que cada uno de nosotros tiene en su corazón, en su mente, en su ser todo lo que requiere para realizar con éxito cada una de las tareas que tiene. No acepto ninguna mendicidad. Creo que existimos para ser dueños de nuestra vida y no para suplicarle nada a nadie. No me gusta la esclavitud. Me rebelo contra cualquiera esclavitud. Dolorosamente entre nosotros, y tal vez por el espíritu consumista de la sociedad en la que vivimos, cada día en se buscan establecer distintas esclavitudes disfrazadas de hobbies, de modas, de nuevas tendencias. Una de ellas es la dependencia emocional. Si, nuestra sociedad nos enseña a “mendigar cariño” tal vez porque sabe que en la medida que menos seguros nos sintamos de nosotros mismos y necesitemos de las “migajas” de los otros somos más compradores.
Hoy quiero advertirte sobre expresiones que dicen personas que son importantes afectivamente para nosotros y que son sospechosas de que en el corazón de esa persona se puede esconder la intención implicita o explicita de dominarnos, someternos y tratarnos como sus mendigos. Ponte alerta ante expresiones cómo:
“¿Qué harías sin mí?”: No sé tú pero yo tengo que decir que si alguien está pensando que me muero si me deja o no me pone bolas está equivocado, porque pase lo que pase seré feliz y saldré adelante en la realización de mi proyecto de vida. Nadie es tan indispensable en mi vida como para que está no tenga sentido sin él.
“No sirves para nada”: No se le puede aceptar a nadie que lo trate a uno en estos términos. Es cierto que podemos fallar y equivocarnos pero jamás somos inservibles. Siempre tenemos mucho por hacer y lo podemos realizar.
“Estamos así por tu culpa”: las relaciones son de dos y somos los dos los responsables de lo que estamos viviendo, no permitas que nadie te haga cargar con sus propias culpas. Todos tenemos que aceptar que fallamos pero no podemos creer que somos los causantes de todas las desgracias de la relación.
“Eso hay que hacerlo bien, mejor lo hago yo”: ¡Ja! ¡Que tal! Que hiper-autoestima la de al persona que te dice eso, pero que desconocimiento de todas las cualidades que hay en tu corazón. Esa que dice eso no te conoce verdaderamente.
“No sé por qué estoy contigo”: Bueno, lo seguro es que tienen que haber muchas razones. No me vas a hacer creer que es porque no tengo nada que ofrecerte. Si la idea es hacerme sentir poca cosa tendrás que saber que confío en mi y en mis cualidades.
“Yo me merezco algo mejor que tú”: Sal a buscarlo. Y lamento decirte que no lo vas a encontrar porque soy único e irrepetible. Que nadie te haga creer que te está haciendo el favor de amarte y de estar contigo.
“Cuando será el día que hagas las cosas como yo”. Nunca. Porque soy auténtico, tengo mis propias maneras de ser, de entender y de hacer.
Ten pendiente estas expresiones quien las dice está tratando de hacerte creer que sin él o ella no puedes vivir y eso no es cierto: tú estás creado para ser feliz, eres dueño de ti mismo y estás llamado a ser protagonista de tu propia vida.

jueves, 8 de marzo de 2012

Aprendiendo a comunicarnos

De Ronald Regan se dice: “Fue un gran ejecutivo porque poseía una clara visión, hacía decisiones fácilmente, y delegaba con mucha efectividad pero fue un gran líder debido a su habilidad sobrenatural de comunicarse”. Quien quiera tener éxito en sus relaciones sociales necesitas una gran habilidad de comunicarse. En una sociedad marcada por el estar conectado no se puede pretender triunfar sin hacer un constante esfuerzo por revisar sino nos estamos comunicando bien.

Cuántas veces hemos escuchado decir: Ese profesor sabe mucho, pero no lo sabe comunicar, lo que hace que su evaluación no sea la mejor. Aún más, muchas veces nos dañamos negocios, alianzas y perdemos oportunidades por no sabernos comunicar. John Maxwell, en su libro las 21 cualidades indispensables de un líder, plantea las siguientes verdades básicas para la comunicación:

• Simplifica tu mensaje: La comunicación no es sólo lo que se dice, sino cómo se dice. Olvídate de impresionar a la gente. Muchas veces por intentar aparecer como una persona que sabe mucho, nos enredamos y terminamos comunicándonos mal. Otra veces lo que hacemos es tener una actitud muy barroca y llenamos de tantos matices y adornos las frases y los textos que terminan siendo realmente inteligibles. Si quieres que te comprendan, sé sencillo y claro en lo que quieres comunicar. No exageres, ni creas que entre más enredado, más fama de “sabio” vas a tener.
• Mira a la persona: Los buenos comunicadores se concentran en las personas con las que se están comunicando. Nada más aburrido y desmotivador que alguien que está tratándose de comunicar con uno y está concentrado en todo menos en uno. Todos queremos ser atendidos y entre más importantes nos sintamos con el otro; más abiertos estaremos a su mensaje. Pregúntate esto: ¿Quién es mi audiencia? ¿Cuáles son sus preguntas? ¿ Cuáles son las necesidades a suplir? ¿cuánto tiempo tengo para hablarles?
• Muestra la verdad: La credibilidad precede a la gran comunicación. Para ser creíble, cree primero en lo que dices y vívelo. Nadie puede impactar a otro si antes no está impactado por el mensaje que quiere comunicar. Además debemos tener claro que la coherencia da credibilidad. Por ello hay que tener claro que debo creer en lo que digo y a la vez debo vivirlo, o por lo menos que sepan que lo estoy intentando.
• Busca una respuesta: Recuerda que el objetivo de la comunicación es la acción. Por tanto al hablar dales algo que sentir, algo que recordar y algo que hacer.

Te pregunto: ¿Cómo evalúas tu capacidad de comunicarte con otros? ¿Es la comunicación una prioridad para ti? ¿Puedes inspirar y motiva a otros? ¿expresas tu visión de tal manera que gente sea campas de entenderla, asimilarla e implementarla? Cuando hablas una a una con las personas ¿eres capaz de establecer un vínculo con ellos?

Hay que atender no sólo lo que digo, sino cómo lo digo. Es necesario darse cuenta si se cumplen las características de un mensaje asertivo: decir la verdad, en el lugar adecuado, a las personas adecuadas, en el momento adecuado, con las palabras adecuadas y con los sentimientos adecuados.

Un hombre iba a hablar por primera vez en público y le pidió un consejo a su mentor que le respondió: “Escribe una apertura estimulante que pueda cautivar a todos en la audiencia. Después escribe un resumen y una conclusión dramáticos que haga que la gente desee actuar. Después pónlos tan juntos como sea posible”

viernes, 2 de marzo de 2012

Dueño de mí

Entre las realidades auténticamente humanas ocupa un lugar importante el ser dueño de mí, dueño de mis opciones, de mis emociones, de mis pensamientos, dueño para decidir qué hago con mi vida, qué sentido le doy, qué acepto y qué rechazo. Y ser dueño implica asumir las responsabilidades de lo que soy y de lo que hago con esta vida mía. En este sentido, no puedo estar echándole la culpa a terceros por aquello que pasa en mi ser. No está bien convertirme en uno que explica todo lo que le pasa a través de las decisiones de otros y no las propias. No resulta conveniente el asumir que soy dueño de mi vida para tomar decisiones, pero no soy igual de dueño para responder por las consecuencias de mis decisiones.

Así como soy el dueño de mi vida -en la libertad que me fue dada como un don- y nadie puede optar por mí, sino que eso es algo que me corresponde, del mismo modo tampoco nadie tendrá que asumir las consecuencias de mis opciones. Como soy libre, también soy responsable. Y para que pueda ser feliz en libertad, siendo dueño de mí, debo estar por encima de apegos. Los apegos me restan libertad, y también me terminan haciendo esclavo suyo. Un cantante sabio decía “terminamos siendo esclavos de aquello que conquistamos”. El dueño del tesoro termina viviendo para cuidarlo y su vida se reduce a eso. Ese apego de algo, aparentemente bueno, agradable, deseable, nos resta vida, verdadera vida.

Entre más apegos tenemos, más vamos necesitando de ellos. Por eso uno ve gente que ya no es feliz, que no podría serlo, si le quitan el internet, el teléfono celular, la televisión, la ropa de marca, la rumba, etc. Y entre más falsas necesidades tiene, más cosas necesita. Es un círculo vicioso en el que muchos caemos. La sociedad nos va construyendo para que seamos consumidores. Y consumimos lo que nos dicen que hay que consumir. Para ser gente, ahora necesitamos más cosas, valorarnos a través de ellas, darle sentido a lo que somos desde nuestras pertenencias. Y ya no somos señores de las necesidades que tenemos y del modo cómo las satisfacemos; sino que estamos a la deriva de lo que manden los mercados, de lo que digan, lo que propongan, lo que ordenen.

Así vamos como veletas, dejando que alguien distinto ocupe el liderazgo de mi proyecto de vida. Y cada vez que nos venden algo nuevo, yo debo tenerlo; porque si no lo tengo valgo menos, soy menos capaz, no alcanzo a validarme. Y, firmemente, creo que para ser felices, además de ser dueños de nosotros, de estar libres de apegos y de ser señores de nuestras necesidades, es urgente que seamos líderes de nuestro proyecto de vida. Que dictemos el rumbo de nuestros pasos. Que ordenemos los recursos con los que contamos. Que proyectemos cómo superar las dificultades que se nos ponen en frente tomando decisiones basadas en análisis inteligentes de las situaciones y en proyecciones válidas de nuestras acciones. Ser líder de mí mismo implica una actitud atenta frente a lo que pasa, despierta, viva. Un líder no deja a otros su trabajo, ni espera que las cosas se solucionen solas.

Por último, para vivir felices de verdad es fundamental reconocer que soy digno, que merezco ser amado. No para vivir mendigando amor, ni para rogarle a otros que me quieran; sino por el contrario para descubrir que nuestro valor es algo que vive en nosotros y que quien lo descubre lo aprecia. Quien decide amarme lo hace, no puedo influir en esa decisión; ni la de aquel que decide dejar de hacerlo. Lo que sí puedo es responder al amor, del mismo modo que ser fiel a mi propio valor para que éste genere un tipo de relación conmigo. Quien se ama no acepta relaciones que irrespeten su amor, ni busca irrespetar el amor de los otros. Alguien sano y feliz, comprende y asume que su vida es un acto de amor libre y libremente lo vive.

lunes, 27 de febrero de 2012

A palabras necias… palabras sabias

Si buscáramos en la Palabra de Dios el mensaje de salvación y dejásemos de preguntarnos tonterías; si descubriésemos la manera profunda cómo nos revela el plan de Dios, que no es otra cosa que nuestra felicidad. Si nos interesara más descubrir lo que me está diciendo, lo que me reta a vivir, lo que me muestra sobre los errores humanos con los que convivo, acepto y asumo. La Palabra es reto para mí, es Palabra para mí, para que descubra que no estoy tan bien como creo, pero que puedo vivir a plenitud cuando renuncio a todo lo que no conviene.

Por ejemplo, cuando leo Marcos 6,1-6, me doy cuenta de que ni Jesús de Nazaret se salvó de los prejuicios que los seres humanos tenemos (desarrollamos, creemos y hasta contamos) de los otros. Desde esos juicios nuestros de los demás, los juzgamos (y hasta sentenciamos). Entiendo que se trata de una “manía” humana de la que nos tendríamos que liberar si queremos conocer y amar a los otros tal cual son.

Me impresiona que ante la enseñanza y el poder sanador de Jesús, sus familiares y coterráneos se hayan extrañado y preguntaran ¿de dónde le viene a éste tal sabiduría? ¿No es este el hijo de María? ¿No es este el carpintero? Por conocer su origen -y seguro que por tener un rótulo sobre Jesús y su familia- no pueden aceptar que predique tan bien y que el poder de Dios se haga presente a través suyo. Es lo mismo que nos pasa con nosotros a la gente. Nos hacemos unos preconceptos de la gente y desde allí la juzgamos sin permitirle ser verdaderamente.

¿Cuántos seres humanos están condenados a hacer lo que no quieren ni les interesa por los rótulos que otros a su lado le han impuesto? ¿Cuántos hijos se han convertido en seres humanos de actuaciones perversas porque sus padres desde pequeños los convencieron de serlo por el rotulo de “ovejas negras”?

Creemos que conocemos al otro y con nuestros comentarios le tratamos de enmarcar unos límites que no puede traspasar. Esto está relacionado macabramente con la tendencia que tenemos de no querer decepcionar a los otros. Vivimos la vida tratando de agradar a los demás aunque eso comprometa nuestra felicidad.

Nos enseñaron a ser y hacer lo que los otros quieren, so pena de ser rechazados y marginados de los grupos a los que queremos pertenecer. Nos mimetizamos para ser aceptados; negociamos la convicciones, negociamos lo que sea con tal de que nos quieran, nos incluyan, se nos tenga en cuenta. Pero de nada vale jugar ese juego; Cioran, un pensador contemporáneo, decía que no vale la pena suicidarse si todavía quedaba gente por decepcionar. Y lo entiendo como que el sentido de la vida está muy conectado con ser lo que somos verdaderamente y no con lo que la gente quiere que seamos.

Hoy los invito a decepcionar a aquellos que están seguros de que somos malos, o incapaces; decepcionemos a los que nos miran con desprecio porque nos creen poca cosa; es el momento de frustrar a quienes basados en los errores del pasado creen y vociferan que no hay solución para nuestra vida. Les invito a decepcionar a todos aquellos que han apostado porque serían derrotados. Es tiempo de dejar con los crespos hechos a quienes alquilaron balcón para ver nuestra caída definitiva. Seguramente tienes gente interesada en verte en el suelo para sacar pecho diciendo “yo sabía, ese no servía para nada”.

Decepciona a los que quieren convertirte a la lógica del odio, a quienes hablando mal de ti esperan que hagas lo mismo. Decepciona al que están convencidos de que vas a pagar mal con mal. Haz el quite a quien proclama que no puedes salir adelante y que estás condenado a fallar. Hay que ser indiferentes a esos comentarios y comprometernos con los valores que tenemos en nuestro corazón.

martes, 14 de febrero de 2012

Pruebas de Dios

Los test están de moda. Hay para todo. Y cada vez nos gustan más. Están los que sirven para saber si los aparatos electrodomésticos sirven y ayudan a verificar la relación «calidad-precio». En otros test se miden las facultades intelectuales de los estudiantes. Hay test para saber si supuestamente eres compatible con otra persona para ser pareja. Hay test para saber si tu pelo está reseco. O para descubrir la capacidad de adaptación de un empleado. Por medio de un test se acorrala a un candidato para comprobar su capacidad de resistencia. Hasta en las redes sociales hay test para todo. Uno ve que la gente contesta encuestas de todo en el facebook y cree en los resultados de esos test: que si tu novio te es infiel, llena esto y sabrás… que si eres más inteligente que el promedio, responde las preguntas… que si eres más lindo que el resto del planeta, manda tu foto y será calificada.

Y esto de probar y de probarse no es algo nuevo. Al ser humano le fascinan las supuestas pruebas y cree en los resultados ciento por ciento, como si ellas garantizaran todo. Por eso a Jesús lo probaron siempre. La gente le pedía señales a donde iba para demostrar que era el Mesías. Es más, hasta último minuto podemos oír las burlas al pie de La cruz: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: pues que baje ahora y creeremos en el!». Ultima prueba y último test que esperan que supere; pero Jesús no aprobará el examen de recuperación: morirá. No como ahora que los estudiantes son malos todo el año y recuperan en un minuto lo que no estudiaron el año completo. Jesús no, Él muere para convencer a todos de que esa es una lógica equivocada, esa del odio y esa de estar siempre probando a Dios.

¿Habrá confirmado Dios la decisión de los hombres? Hasta los discípulos dudaron. Someter a Dios a prueba... ¡Que nos dé garantías y aceptaremos (¿quizás?) comprometernos! Que demuestre la rentabilidad de lo que propone. y respetaremos sus exigencias! Someter a Dios a prueba, conocer de dónde viene y adónde nos lleva, calcular y sopesar lo que el ofrece y lo que nosotros damos, en lugar de abandonarse y entregarse.

El único test que Dios soporta es el riesgo de una palabra que se da y la locura de una vida que se compromete. El amor no se mide; no conoce otro modo de probarse que su propia existencia. Era La fiesta de las Tiendas, en la época de la vendimia, es decir, de la cosecha de la uva.... Jesús ya había aceptado la prueba. Irá al lugar de la cruz. El vino sólo existe para ser tomado, no tiene sentido si se almacena eternamente.

Yo no quiero ponerte a prueba con nada, Dios tampoco quiere eso. Pero sí quiere verte feliz, sí quiere que te sientas contento de lo que eres y lo que haces. Dios quiere que seas feliz de verdad, con todo, sin quedarte jamás con las manos vacías. Es momento de encontrar el camino, de decidirte a andar por él, sin estar probando, sino con una decisión: lanzándote a vivir de verdad, con la única certeza de que estás intentando de verdad algo bueno para ti, para tu vida, para tu proyecto.

Sólo la certeza de tu corazón podrá decidir a qué le apuestas; y eso es algo que va más allá de las comprensiones, de las pruebas, de los grados de fiabilidad que tenga algo, porque escapa a la comprensión racional. No estoy diciendo que no sea racional, sino que, al contrario, incluye elementos y dimensiones humanas que se suman a la razón y que sumadas son más, elementos tan importantes y definitivos que definen también nuestra humanidad.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Unas Palabras de Reflexión

Hay un cierto desprecio por la gente soltera -es más con maldad se les dice solteronas- es decir, por los que no se han casado –por a, b, c d, razones-, se les mira como si fueran fracasados o como si estuvieran incompletos. Sin son mujeres se les ve con un dejo de pobrecitas, hay que presentarles a alguien para que les haga el favor, si son hombres inmediatamente se les coloca el aparato –no digo el nombre para evitar molestias- que mida que tan varones son, ya que si es soltero, a esa edad es sospechosa su virilidad.

Es tal la presión que algunas mujeres que no han encontrado su pareja por distintas razones se desesperan y se meten con el primero que proponga algo, así no cumpla ninguno de los requisitos que ella en el pasado habría tenido en cuenta al elegir pareja. Eso genera más problemas que soluciones, y terminan sufriendo sin necesidad. También algunas mujeres que se ha separado –en algunos casos porque nunca se debieron casar con esa pareja- o simplemente porque fueron abandonadas por ellas o ha fallecido su esposo, tienen que conseguir “alguien” con quien estar “sea quien sea”, no importa si es un jovencito de la edad de su hijo, o una persona que, también, la hacer sufrir, lo importante es que pueda contarles a sus amigas que tiene alguien con quien “matar” sus excitantes deseos o presentar en publico su nueva pareja para no ser blanco de los chismes y de los comentarios mal intencionados.

El caso de los hombres es un poco menos tensionante –dolorosamente esta sociedad sigue siendo machista- pero también se les somete a una critica constante hasta que algunos deciden “casarse” o “juntarse con alguien” sin importar si realmente se le ama o no, pero hay que despejar la duda pronto de la varonilidad.

La verdad no dudo de la necesidad de pareja para algunos. Creo que es normal y que tienen derecho a tenerla y a buscarla, sin miedos y sin complejos pero también creo que es necesario que aprendamos a respetar y aceptar las decisiones de los otros cuando estos deciden vivir su vida afectiva sin pareja. La soledad no es una desgracias y tiene también sus valiosos espacios. La soledad implica estar libres de algunos compromisos que no siempre son fáciles de llevar, también permite que se sea libre en las relaciones sin tener temor de dañar a nadie que vigila celosamente. Cada ser humano es completo y puede ser feliz sin tener una relación de pareja, ya que no tenerla no implica que no se tenga una vida rica emocional y afectivamente hablando, con amigos, con familiares y con tantas personas que están alrededor.

Uno que decide ser soltero –o que está momentáneamente soltero- no es un enfermo, ni un desgraciado, ni un pobrecito, ni monstruo del cual librarnos. Si fuera cierto esto también lo sería al revés es decir que todo aquel que tiene pareja es bueno, santo, feliz y realizado y tenemos bastantes ejemplos a nuestro alrededor que no nos deja afirmar esto último con tanta severidad. Los seres humanos somos sanos o enfermos aparte de si tenemos o no pareja.

Es claro que esta es un decisión de cada uno. Y que nadie tiene que sentirse frenado a buscar o a no buscar pareja por el comentario o la intromisión de alguien. Cada uno tiene que ser libre de vivir su vida afectiva y de hacerla fructífera en alegrías, gozos y júbilos. Se trata es de ser feliz no de agradar, simplemente, las exigencias de los otros, sabiendo que muchas de esas exigencias son totalmente malsanas.

Me gusta cuando veo algunas personas felices con su parejas. Me encanta cuando algunas personas que se han separado y que han sufrido mucho encuentran con quien compartir la vida pero también me gusta cuando veo que hay gente que ha decidido construir su proyecto de vida sin pareja y se dedica a si mismo y a sus deseos más internos de una manera plena y feliz. Lo importante insisto es que sea fruto de su libertad y se viva en total sanidad.

Creo que hay temas en los que uno tiene que decidir por uno mismo y punto. Tema en los que nadie tiene que meterse –se escuchan consejos pero se decide íntimamente- ya que están conectados al sentido de la vida y ese es muy personal –y hasta intransferible-. Estoy seguro que ni Dios se mete en esas cosas, ya que el siempre respeta la libertad humana.

martes, 17 de enero de 2012

Mejor solo…

En la vida establecemos relaciones con otros seres humanos siempre. Somos sociales por naturaleza. Pero la naturaleza de nuestro ser social cambia, se transforma, se renueva. De las relaciones vamos aprendiendo a entablar otras relaciones. Así nos estamos siempre relacionando; repitiendo y corrigiendo formas, estableciendo vínculos. Hoy los humanos buscan “conectarse” con otros. El concepto de “amigos” ya no implica el conocimiento personal, ni el compartir del tiempo, ni el tener una historia en común; ahora se es amigo de otra forma: al hacer click en aceptar la invitación para ser un contacto de una red social.

Para mí la amistad implica una vida compartida, unos proyectos comunes, una historia, un conocimiento del otro, una aceptación de sus diferencias y una conciencia de sus limitaciones como una capacidad de aportar al otro como éste me aporta. Pero esa no es la amistad de la que se habla hoy; sino que está gobernada y limitada a una pantalla de computador. A una especie de “AVATAR”, en la que terminamos convertidos en una foto que nos aparenta.

Y esa falta de contacto humano está llevando a una vida social que se hace tan grande como un océano, pero tan profunda como un charco. Se conectan con muchos, pero no conocen, ni se dejan conocer por nadie. Están conectados, pero no hay compromiso humano con los otros. No existe una relación personal, sino virtual; y lo virtual tiene visos de inexistencia, de irrealidad.

Por eso vemos a tantos que tienen mil y más amigos en el Facebook o en Twitter, pero que no se relacionan con nadie, no tienen vínculos con ninguno. En este sentido quisiera que pensáramos en todas las veces en las que hemos mal invertido nuestro tiempo y esfuerzo para construir relaciones que no son ciertas. Cuántas veces hemos perdido horas y horas frente a una pantalla dejando que pase la vida de verdad y la gente de verdad sin que les interese.

También pienso en otras maneras equivocadas de establecer relaciones. Estoy seguro de que muchos tienen relaciones inconvenientes a las que se aferran inexplicablemente. Y pienso en los que se hacen amigos de gente que no aporta nada bueno a sus existencias. En los que se juntan para malgastar el tiempo. En los que se dicen amigos pero nunca ayudan. En aquellos que saben que el otro está equivocándose pero se callan para no dañar la diversión. Pienso en los viven juntos, pero nunca comparten una conversación sobre un tema serio.

Quisiera que revisaras qué tipo de relaciones tienes con los otros; que pensaras en la gente con la que compartes tu vida, quiénes son, qué los une, qué hacen juntos, de qué hablas con ellos. Esto no es accesorio, es urgente: necesitas pensar en tu vida, en lo que haces, si logrando algo que te haga sentir orgulloso y si quien te acompaña sirve para que pasen cosas buenas en tu historia.

Es mejor terminar una relación cuando descubres que nada te aporta, que trae más problemas que beneficios; cuando te detienes a pensar y te resulta difícil enumerar más de tres aportes positivos para ti. Sin embargo sé que nos cuesta mucho desprendernos de lo que nos hemos acostumbrado a tener y que preferimos la costumbre que la incertidumbre. Y por eso la gente dice que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Así mantenemos muchas relaciones insanas, que nos agobian, que nos resultan tormentosas, complicadas. No las rompemos porque tenemos miedo de la soledad y nos conformamos con cualquier cosa con tal de no estar solos.

Pero de qué vale conformarnos con asegurar ese “aunque sea” que tenemos; para qué aferrarnos a esa relación mediocre y quebradiza, si al final sabemos que quien está a mi lado preferiría no estarlo; ese que se aguanta todo de mí lo hace porque no hay más opciones. Creo que es mejor enfrentarnos a lo soledad, atravesar por un desierto sin rendirnos, porque estamos convencidos de que queremos lo realmente bueno, lo deseable.

lunes, 9 de enero de 2012

Serenidad y paciencia

Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.

Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.

Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.

No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.

Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.

Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.

Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.

Serenidad y paciencia

Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.

Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.

Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.

No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.

Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.

Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.

Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

No está muerto quien pelea

Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido que todo está perdido; que no tenemos ninguna oportunidad para salir adelante. Seguro que no falta el “amigo” que, con una falsa cara de dolor, nos diga que lo siente mucho pero que no lo intentemos, que ya no hay nada que hacer. Frente a esas situaciones tenemos dos posibilidades bien claras y definidas:
1. Nos damos por venidos y entregar todas nuestras “armas” diciendo que nada hay que hacer. Esta es una posibilidad que muchos asumen, declarándose vencidos antes de salir al último asalto. Esa opción nos deja amargados, tristes y derrotados. Es una decisión que nos deja con la pregunta interior de qué hubiera pasado si hubiéramos intentado un último esfuerzo. No es extraña este tipo de actitudes en una sociedad que predica el facilismo, la magia y teorías que invitan a alcanzar el éxito o el triunfo sin el esfuerzo necesario. Es fácil tomar la decisión de dejarse vencer por la situación, pero es difícil aceptar las consecuencias que se derivan después.

2. Dar la batalla con todas las fuerzas y luchar con la seguridad que todo se puede revertir y que toda adversidad se puede vencer. Para ello hay que prepararse, elegir la mejor estrategia y luchar con todas las fuerzas. Es la decisión de ir a la batalla a dar lo mejor. Por supuesto que estamos arriesgándonos, porque uno va a la pelea sabiendo que es posible que salgamos derrotados; pero y qué, igual perderemos si no lo intentamos. Pero hay una diferencia entre estos que nos se mueren hasta que se mueren, y los que no pierden los partidos hasta que se acaban.

Te propongo que no te desanimes frente a las adversidades, que no creas que ya estás perdido, que seas capaz de ceñirte como un valiente y enfrentar esa adversidad –por muy difícil que parezca- con la certeza de que vas a vencer. Puedes darte por vencido, puedes tirar la toalla pero, insisto, hay diferencias entre perder sin intentarlo o perder dando la batalla. Por eso saca fuerzas de desde dentro y date cuenta que puedes hacer lo mejor. Creo que debes trabajar sobre tres confianzas fundamentales para toda batalla:
1. Confía en ti mismo, para ello debes tener claro que eres una persona con las aptitudes que se requieren para la batalla, sabiendo que Dios ha puesto en tu corazón muchos talentos que no puedes despreciar. Esa confianza en ti se debe manifestar en una actitud decidida y constante.

2. También hay que confiar en aquellos con quienes hago equipo. Siempre necesitamos ayuda y es necesario creerle al otro. Saber que igual que yo, los que me rodean tienen valores, aportan cosas importantes, son talentosos. En la vida no sólo basta con lo que hago, siempre necesito un aporte más que yo mismo no puedo dar. Y en mi equipo hay quienes tienen esa ayuda oportuna que requiero.

3. Y, claro, una confianza plena y total en Dios. Él es el Dueño de la vida, y nos da su ayuda siempre. Ayuda que implica nuestro esfuerzo y no es mágica. Estoy seguro de que con esas confianzas y un plan de trabajo inteligente y real, podremos revertir todas las situaciones difíciles que tenemos; y si no tendremos la satisfacción de haber dado todo, esto no nos quita el dolor de la derrota, pero nos da un fresquito que nos hace sentir mejor.

Eso fue lo que les dije a los jugadores de Junior el martes antes del partido. Ellos, que son auténticos guerreros, lo creyeron e hicieron de ese partido una experiencia de triunfo que los junioristas no van a olvidar pues forma parte de las leyendas que tendrán para contar a sus hijos. Ahora no toca a nosotros mostrar que también podemos dar la batalla y ganarla; de tal manera que podamos sonreír. Creo en ti y estoy seguro que puedes hacer lo mejor. Ánimo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La felicidad de ser lo que soy

Me gusta la gente auténtica. Aquella que no usa máscaras, ni caretas para esconder quién es y cómo vive. Me fascina relacionarme con la gente que no saca relucir sus “buenas costumbres”; ni quiere enrostrarles a otros sus supuestos abolengos y alcurnias medievales, propias de épocas oscurantistas. No puedo negar mi admiración por aquellos que tienen el don de hablar sencillo y decir cosas profundas. No sé nadar en el mar de las palabras rebuscadas que termina siendo bien llanito. No disfruto hablando con quienes viven contando sus acciones heróicas, las grandes cifras que tienen en sus cuentas corrientes o los cipotes negocios que se les han ocurrido. Nada de eso me gusta, ni lo disfruto sino que huyo de esas experiencias.

Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.

Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.

Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.

Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).

Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.

Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).

Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.

lunes, 14 de noviembre de 2011

COMUNICAR LO BUENO...

Desde mi papel como presbítero de la Iglesia Católica, desde mi deseo evangelizador de llenar de sentido la vida humana, me he preguntado por qué lo malo tiene tantos seguidores emocionados; pero lo bueno parece obsoleto, aburrido y soso.

¿Cómo funciona la industria de Hollywood para tener tantos adeptos y tantos consumidores? ¿Qué hacen algunos publicistas para volver locos a los jóvenes con sus productos y lograr que quieran “consumirlos” con unas ganas brutalmente intensas? ¿Qué intentan los docentes que no logran que sus muchachos se emocionen aprendiendo la lección? ¿Qué hacen los presbíteros y catequistas para que los niños se aburran y logren –hasta- odiar sus misas y sus lecciones de catequesis? Seguro hay diferencias entre lo que hacen.

Con resultados tan dispares y contrarios, seguro que sus dinámicas de trabajo no son las mismas. No es sensato descalificar la manera de Hollywood y de los publicistas per se. Hacerlo es usar el mecanismo de defensa de la racionalización y gritar como la zorra que las uvas están verdes. Calificarlos de superficiales y de manipuladores es una manera de desconocer que el mundo cambió y que no se es más, ni está más, aquel en el que fueron criados nuestros profesores y evangelizadores.

La primera reflexión que podemos hacer es tratar de comprender qué mueve a los seres a actuar. Hoy se tiene claro que no son las ideas: como bien nos han enseñado la: “La Neurobiología también apoya esta idea. ‘Nadie’ se mueve por las ideas, a lo sumo hay personas que se mueven por la pasión por unas ideas.

‘Todos’ nos movemos por emociones. Las personas que parecen moverse por grandes ideas lo hacen en realidad porque han desarrollado sinapsis entre estas ideas (corteza cognitiva) y el límbico emocional. La propia etimología de la palabra emoción (e-movere) remite a esta capacidad movilizadora. La misma pregunta es un ruego (inter – “rogación”) y este ruego es la demanda que representa el deseo emocional”[1].

Allí puede estar ya una primera gran diferencia entre la dinámica de la publicidad, de la televisión y la que usan hoy la educación y aún la evangelización: Unas apunta al mundo de las ideas únicamente, a la información que se ha de tener y el otro apunta a la integración emoción-pesamiento: “Esto se debe a que la publicidad apunta a las emociones y es generadora de deseos.

La comunicación persuasiva seductora le apunta al Límbico. La televisión aprovecha que la imagen no debe pagar peaje intelectual (pensar, razonar, etc.) para causar emociones. La Educación, por el contrario genera una comunicación profunda pero insípida debido a su “analfabetismo emocional”. Por esto sus productos indispensables suelen ser considerados prescindibles por sus receptores”[2]. Sin pasión nadie va a aprender verdaderamente, nada que el sistema límbico considere poco importante para la supervivencia va a ser significativo, ni será aprendido. Entre conseguir pareja y aprender una ecuación matemática, esté seguro que el sistema límbico va a saber que escoger.

¿Cómo pretender que el discurso evangelizador/educativo sea importante para los jóvenes de hoy si no toca para nada su mundo emocional? ¿Cómo lograr que nuestro ejercicio evangelizador/educativo logre pasar el filtro del sistema límbico?
Una segunda reflexión sería comprender que de alguna manera la publicidad y los medios masivos están entendiendo mejor al receptor, y están co-produciendo con él una relación más íntima, intensa y productiva que los lleva a ser muy tenidos en cuenta por este.

Si la publicidad entiende al receptor mucho mejor que la educación es porque entiende mucho mejor al mundo emocional en el que el receptor vive como pez en el agua[3]. Sin entender el mundo emocional del “receptor” terminamos comunicándonos con quien no existe y comunicando lo que no les interesa.

Hay que esforzarse a conocer el mundo emocional de aquel con el que estamos trabando una relación que queremos sea significativa para él. Sin ese mundo emocional no hay ninguna posibilidad de comunicar algo realmente significativo, seguro de que su límbico considerará spam todo lo que intentamos comunicar. GC

lunes, 7 de noviembre de 2011

Vicios que desafían la felicidad

Me pregunta un joven qué son los siete pecados capitalinos. Me reí y le expliqué que no son capitalinos, sino que son siete pecados capitales. El Papa San Gregorio Magno en el siglo VI realizó una lista de siete pecados que consideraban los más vicios más populares de la sociedad de su tiempo. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. (Catecismo de la Iglesia Católica, No 1866).

Cada uno de esos pecados, de esas maneras equivocadas de asumir la existencia, nos lleva a alejarnos de lo que deberíamos ser si decidimos ser felices. Creo que es más que claro que aquellas personas soberbias, los que no miran a los otros como iguales sino como inferiores, los que tienen palabras ofensivas para otros, los que se creen perfectos sin serlo y que subestiman al resto de la humanidad, esos no pueden ser felices porque nadie los quiere de verdad. También aquellos que viven para tener, para poseer, para consumir, esos que creen que sólo serán felices si logran tener y tener más cosas, más botones para espichar, más cosas para mostrar que ellos son valiosos porque pueden ostentar, esos tampoco pueden ser felices pues nada de lo que se tenga da felicidad, ninguna cosa puede ocupar el lugar principal del corazón.

Tampoco son felices aquellos que viven llenos de envidia, que se dejan amargar porque a otros les va bien, porque tienen lo que yo no tengo, porque van donde yo no puedo ir, porque viven donde yo no puedo vivir; cuando dejo que la envidia me gane la partida, entonces me vuelvo alguien frustrado porque siempre buscaré compararme con aquellos a quienes veo como mejores. Qué puede ser feliz alguien que deje que su corazón esté gobernado por alguna de esas fuerzas que nos encierran y nos alejan de lo que deberíamos ser.

Piensen un poco, en las veces en las que hemos equivocado nuestras acciones porque estamos llenos de ira, movidos por la rabia que nos enceguece y que nos lleva a, incluso, disfrutar del daño que hacemos a los demás. Sin embargo, ese es un precio muy alto, una factura, que debemos pagar pues la ira nos aconseja que hagamos lo que no está bien en medio de ese estado de alteración que se apodera de nuestro corazón. No podemos ser felices si dejamos que gobierne nuestros actos, porque tiene la capacidad de convencernos de que estamos haciendo bien cuando estamos haciendo mal; porque con rabia, uno cree que es válido pegarle a alguien, que está bien gritarlo, que está bien ofenderle pues se lo merece por lo que hizo y debe ser castigado.

La lujuria es un pecado que tiene pinta de bueno, más en esta sociedad en la que se nos dice que lo más importante es el placer, lo rico, lo agradable; y yo no creo que sea malo el placer, pero sí considero como dañino que sólo pensemos en tener placer, que vivamos pensando solo en lo agradable, porque en la vida lo importante se construye con sacrificio, disciplina y renuncias, aplanzando el placer, dosificando las satisfacciones, creando un plan, un proyecto a largo plazo que postergue la recompensa muchas veces. La lujuria nos hace creer que hay que agotarlo todo, ya, aquí y ahora.

En eso se parece a la gula que es la incapacidad de parar en lo que es bueno hasta hacerlo dañino. Bueno es comer, pero en exceso ya no lo es tanto. Bueno es hablar, pero hay quienes no saben cuándo callarse, ni qué es mejor no decir. La gula consiste en la loca incapacidad de regularse. Y, por último, la pereza que no es un justo descanso, sino la incapacidad verdadera de hacer algo que se debe porque supone desacomodarme; sin embargo, cuando dejamos que esa sea nuestra lógica de vida, entonces nos vemos perdidos porque nada se consigue sin que lo trabajemos, sin que apostemos por ello con grandes porciones de esfuerzo y sacrificio.

lunes, 31 de octubre de 2011

Enredos humanos

La humanidad es tan compleja; que veo gente diciendo que quieren ser felices y haciendo todo para no serlo. Viviendo en busca de conflictos, urdiendo para encender hogueras de odio, tratando de generar rencillas y motivar agresiones.

Por un lado están quienes parece que se esforzaran por hacer que las realidades no sean lo que son. Todo porque nos afecta que descubran nuestros sentimientos, lo sentimos como un tipo de debilidad. Es así que los enmascaramos con todas los recursos que tenemos. Por más tristes que estemos nos presentamos como felices; por más necesitados, nos presentamos como pudientes; por más problemas que tengamos, siempre aparecemos como que todo está bien. Eso nos impide encontrarnos con la ayuda oportuna, con la solidaridad del otro, con la comprensión de lo que somos y por lo que pudiéramos estar pasando.

Claro, es más fácil culpar al mundo por su incapacidad de comprenderme; que aceptar que hago todo lo posible para que no lo hagan. Cuando los demás leen nuestros comportamientos ambiguos, nos ofendemos con su lectura; pero no somos capaces de comprender que algo estamos haciendo para que ellos saquen esas conclusiones erróneas.

Otras veces estamos agrandados, aunque no le hayamos ganado a nadie y comenzamos a sumar enemigos sin necesidad. Con palabras salidas de tono, con opiniones sobre lo que no debemos opinar, con comentarios desatinados y ofensivos que provocan molestias en los demás. Muchas veces nos falta la prudencia para callar. Otras nos falta tacto para decir lo que pensamos sin ofender. En algunas nos exageramos en mostrar nuestra posición como si fuese una palabra indudable, totalmente cierta, sin posibilidad de error.

Muchas otras situaciones, encontramos que nuestro comportamiento traiciona nuestro deseo; y por querer mostrarnos como superiores, terminamos “pelando el cobre”; como ese "pobre, inculto, impreparado" que se ve abocado al éxito, no puede con él y necesita un discurso prepotente para escudar su ontológica inseguridad de estar en un lugar cree él no le pertenece. Parece que se hiciera todo para caer mal, para ser rechazado, para no encajar. Se presenta como alguien que fastidia cada vez que abre la boca, pues no reconoce que debe estar agradecido con su estado actual, que es más saludable establecer puentes, aprender del contexto, que generar odios, consentir resentimientos, ahondar abismos.

No falta el que se escude en la fe para hacerse insoportable. El que en nombre de Dios rechaza, excluye, señala. Ese que dice ser cristiano pero en realidad es un fanático de su propia idea de Dios que es casi siempre un Dios que espía y castiga a los hombres que no son como a él le gustan. Esos que, olvidando que la fe es una manera de vivir y no un fetiche en el que esconderse, se atrincheran para humillar a los otros y se olvidan que tenemos que ser hermanos de todos.

domingo, 9 de octubre de 2011

MIS AMIGOS LOS ENEMIGOS

Nos enseñaron a odiar a nuestros enemigos; pero Jesús nos invita a amarlos. A veces, meditando esta enseñanza de El Maestro, me pregunto cómo lograr amarlos, y la única manera es encontrar el bien que me hacen. ¿Me hacen algún bien mis enemigos? Sí. Creo que sí.

Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.

Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.

Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.

Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.

Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.

Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.

Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.

Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.

A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.

Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.

martes, 20 de septiembre de 2011

Nadie cambia a nadie

Una de las tendencias humanas más fuertes en las relaciones interpersonales es la de pretender producir cambios en las personas con las que interactuamos. Nos gusta pensar que podemos hacer que los otros sean de una manera distinta. Estoy pensando -por ejemplo- en las parejas que se dedican con todas las fuerzas de su corazón a tratar a cambiar aquel con quien viven. Para ello usan manipulaciones emocionales, económicas y toda clase de artimañas para que el otro sea como ellos quieren que sea. Porque es uno de los puntos más “arbitrarios” de la humanidad, este deseo de cambiar al otro que cambie según lo que yo necesito, quiero y pienso que debe ser.

1. Nadie cambia a nadie. Esto hay que tenerlo bien claro. Ningún ser humano cambia realmente por la presión de fuera. Si logra cambiar, lo hace porque ha tomado consciencia del error en el que se encuentra y lo dañino que es para los demás y para sí mismo, así decide interiormente cambiar y hacer las cosas de otra forma. Es una decisión personal e íntima. Esto lo entienden bien quienes han vivido con adictos y han hecho hasta lo imposible para que deje la sustancia que los está destruyendo, pero no lo han conseguido, pues sólo se dará ese ruptura cuando el adicto tome conciencia y decida por sí mismo cambiar.

2. Nadie cambia solo: Esta es la otra cara de la moneda. Ninguno puede decir que va a cambiar aislado de todos los demás. Esto es imposible. Siempre se necesita ayuda de aquellos con los que convivimos y de los que están preparados idóneamente para ayudarme. Por eso, es importante escuchar, analizar y tratar de comprender bien lo que los otros me dicen, porque es importante para cualquier decisión de ser y de actuar de manera distinta.

3. El amor y la aceptación es la mejor manera de ayudar a cambiar: Mientras tengamos que defendernos de los ataques de alguien, nos sintamos presionados u obligados a ser distintos a como somos, es muy probable que no cambiemos. Por inercia humana –válganme el concepto- no queremos dejarnos imponer nada de nadie. Cuando nos sentimos amados, aceptados y valorados, seguro somos capaces de comprender y aceptar lo que se nos está pidiendo e intentamos hacer lo mejor para actuar y hablar de forma distinta. Quien me ama, me ayuda a cambiar sin obligarme, amenazarme, ni manipularme. Cuando me siento amado, cualquier proceso de cambio es posible.

4. Hay cosas que no se pueden cambiar: También debemos saber lo que estamos pidiendo al otro que cambie, porque hay realidades humanas que definen la personalidad, que son estructurales y que no se pueden cambiar. Hay otras que forman parte de la dinámica de la personalidad y seguro que pueden ser distintas. En algunos casos es mejor tomar distancia de alguien que intentar cambiar lo que es imposible que cambie, porque eso lo define y lo hace ser quien es. .

5. Dios ayuda pero no lo hace solo: Sé que para algunos es fácil decir: Dios me cambia. Seguro que Dios tiene poder para cambiar a quien quiera pero ¡ojo! Recordemos que en la historia de salvación hay una clara opción de Dios por respetar la libertad de los hombres, por no obligarlos a nada sino por dejarlos ser. Pues entonces, para que Dios te ayude a cambiar, tienes que dejarlo actuar, tienes que tomar la decisión de hacerlo y luchar por tu cambio. Si no es pura cometa elevada al viento, con apariencia de verdad teológica y nada más.

Tenemos que aprender a respetar y a amar a las otras personas tal cual son. Igual que tener claro que ese es el mejor camino para actuar con los demás. Antes de comprometernos con alguien -o hacernos socios- lo mejor que debemos hacer es conocerlos suficientemente –sé que a nadie conocemos totalmente, pero intentarlo al máximo- para así minimizar el margen de error.

domingo, 4 de septiembre de 2011

AMORES HUMANOS

Me impresiona la cantidad de matrimonios que se acaban. No tengo estadísticas pero sé que muchos que acompañé al altar, como testigo excepcional de su matrimonio, han decidido que cada uno siga con su proyecto personal de vida de forma individual y distanciado del otro.

Entiendo que esa pueda ser una decisión consciente e inteligente y por ello respeto a todos los que la han tomado. Sin embargo todas estas experiencias me genera una duda ¿Es el amor eterno? ¿Se acaba el amor? ¿Es normal que los que antes morían el uno por el otro se dejen de amar? ¿Pueden los humanos caracterizados por ser efímeros y pasajeros tener experiencias eternas? (No quiero revisar el tema desde la experiencia teológica, ya que estoy seguro que el amor de Dios es eterno. Quisiera que nuestra reflexión fuera antropológica); lo cierto es que me impresiona mucho encontrarme con la dura afirmación –¡Ya no la amo! ¡Lo que sentía por el ya no lo siento! Pero si yo los vi parpadear emocionados manifestando el consentimiento matrimonial y jurando amor para siempre, ¿qué pasó? ¿en qué momentos se agotó esa fuerza que los hacía hacer hasta lo imposible por estar juntos y tenerse el uno al otro? Cómo algún día ya compartí con ustedes en estas reflexiones a veces lo que creo no es que el amor se muere sino que lo matan, esto es, que después de vivir el momento excepcional de encontrarse y descubrir que se aman se dedican con desgano, rutina, pocas expresiones, manipulaciones, heridas, etc, a matar el amor. Hasta que este muere de verdad.

Es como si Joaquín Sabina tuviera razón: “Yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena del sofá;/yo no quiero que viajes al pasado/y vuelvas del mercado/con ganas de llorar. Y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren…”

También veo parejas que se mantienen unidas a pesar de todas las dificultades y los problemas existenciales que han tenido y me encuentro con las siguientes constantes:

1. Han entendido que la felicidad es una actitud ante la vida, una manera de vivir y no la satisfacción repetitiva y contante de los deseos. Han sido capaces de ser felices a pesar de los momentos de dolor, tristeza y de los conflictos que han tenido.

2. Se han aceptado tal cual son. Han comprendido que nadie es perfecto y que amar a alguien es comprender que está lleno de defectos pero que tiene unas cualidades que lo hacen incomparable.

3. Tienen buena comunicación. Saben dialogar, compartir sus sentimientos. En términos prácticos saben escuchar y saben hablar. No dejan que los gritos, las ofensas y los silencios sean las características de su relación.

4. Tienen una creativa y madura relación sexual. Han comprendido las intensidades que la sexualidad tiene según a etapa cronológica de la vida en la que se encuentran. Son tiernos, afectuosos, apasionados y creativos a la hora de expresarse todo lo que sienten el uno por el otro.

5. Han comprendido que la relación de pareja es el eje de la familia, y que todas las otras relaciones familiares deben estar en un segundo plano frente a esta. No se les olvida que antes que padres son pareja y amantes.

6. Han sabido perdonarse. Una y otra vez han abierto el corazón, y se han valido del amor, para perdonar las ofensas, las heridas que el otro le ha hecho, descubriendo la honestidad de su pareja que arrepentida pide una nueva oportunidad.

7. Se esfuerzan por hacer feliz al otro. Tienen claro que la mejor manera de seguir juntos es que cada uno se esfuerce porque el otro sea feliz. Sabiendo que el que da recibe. El amor necesita compromiso y esfuerzo para mantenerse vivo.

8. Tienen proyectos juntos. Sueñan y trabajan juntos por realizar muchos planes que han elaborado.

9. Son compasivos el uno con el otro. No quieren dañarse sino ayudarse.

10. La experiencia espiritual. Saben trascender ir más allá de lo relativo en búsqueda del absoluto.

Estas experiencias me hacen creer que si se puede amar para siempre. Que los amores no mueren. Y que quienes se dedican a amar son capaces de amar para siempre a la misma persona.