La humanidad es tan compleja; que veo gente diciendo que quieren ser felices y haciendo todo para no serlo. Viviendo en busca de conflictos, urdiendo para encender hogueras de odio, tratando de generar rencillas y motivar agresiones.
Por un lado están quienes parece que se esforzaran por hacer que las realidades no sean lo que son. Todo porque nos afecta que descubran nuestros sentimientos, lo sentimos como un tipo de debilidad. Es así que los enmascaramos con todas los recursos que tenemos. Por más tristes que estemos nos presentamos como felices; por más necesitados, nos presentamos como pudientes; por más problemas que tengamos, siempre aparecemos como que todo está bien. Eso nos impide encontrarnos con la ayuda oportuna, con la solidaridad del otro, con la comprensión de lo que somos y por lo que pudiéramos estar pasando.
Claro, es más fácil culpar al mundo por su incapacidad de comprenderme; que aceptar que hago todo lo posible para que no lo hagan. Cuando los demás leen nuestros comportamientos ambiguos, nos ofendemos con su lectura; pero no somos capaces de comprender que algo estamos haciendo para que ellos saquen esas conclusiones erróneas.
Otras veces estamos agrandados, aunque no le hayamos ganado a nadie y comenzamos a sumar enemigos sin necesidad. Con palabras salidas de tono, con opiniones sobre lo que no debemos opinar, con comentarios desatinados y ofensivos que provocan molestias en los demás. Muchas veces nos falta la prudencia para callar. Otras nos falta tacto para decir lo que pensamos sin ofender. En algunas nos exageramos en mostrar nuestra posición como si fuese una palabra indudable, totalmente cierta, sin posibilidad de error.
Muchas otras situaciones, encontramos que nuestro comportamiento traiciona nuestro deseo; y por querer mostrarnos como superiores, terminamos “pelando el cobre”; como ese "pobre, inculto, impreparado" que se ve abocado al éxito, no puede con él y necesita un discurso prepotente para escudar su ontológica inseguridad de estar en un lugar cree él no le pertenece. Parece que se hiciera todo para caer mal, para ser rechazado, para no encajar. Se presenta como alguien que fastidia cada vez que abre la boca, pues no reconoce que debe estar agradecido con su estado actual, que es más saludable establecer puentes, aprender del contexto, que generar odios, consentir resentimientos, ahondar abismos.
No falta el que se escude en la fe para hacerse insoportable. El que en nombre de Dios rechaza, excluye, señala. Ese que dice ser cristiano pero en realidad es un fanático de su propia idea de Dios que es casi siempre un Dios que espía y castiga a los hombres que no son como a él le gustan. Esos que, olvidando que la fe es una manera de vivir y no un fetiche en el que esconderse, se atrincheran para humillar a los otros y se olvidan que tenemos que ser hermanos de todos.
lunes, 31 de octubre de 2011
martes, 25 de octubre de 2011
DECISIONES, TODO CUESTA…
Ayer conversaba con el profesor Carlos Silva, actual Técnico del Unión Magdalena y uno de los jóvenes entrenadores con mayor futuro en el fútbol colombiano. Y me decía que la tarea principal de un orientador, entrenador, director técnico, es la de hacer que sus jugadores entiendan el fútbol es un evento “decisional”, un hecho de decisión; por lo tanto, hay que enseñarlos a saber elegir.
Realmente tiene razón, aunque no sólo en el fútbol, sino en el amplio sentido de la vida misma. Después de pensar en lo que decía también llego a la conclusión de que existencia, la historia, el ser y la felicidad se definen a partir de las decisiones que vamos tomando. Cada vez que estamos ante una realidad que nos exige decidir, estamos construyendo una vida distinta. Decido enojarme o no ante la situación, si me enojo actuaré de una manera, si no lo hago actuaré de otra; cualquiera de los dos caminos me llevará a un lugar distinto. Estoy frente a un posible empleo, decido cómo presentarme, qué actitud tener, qué palabras usar, todo eso hará que la entrevista tome un rumbo único.
La vida se construye de decisiones tomadas; para la anécdota de la imaginación quedan las que no tomé. Muchas veces malgastamos el tiempo construyendo la historia que no fue, esa que se nutre del verbo “hubiera”, con frases como “si yo hubiera dicho”, “si te hubiera esperado”, “si no me hubiera casado”, etc. De nada vale gastarnos la existencia tratando de construir lo que no fue. No se puede sino eso, imaginar, especular, y casi siempre desde una intención masoquista de machacarnos la herida frente al error que cometimos.
Por eso decidir debe ser algo que nos exija de la mayor concentración; porque la existencia está en juego en las pequeñas decisiones que tomamos a diario, si cumplimos con una responsabilidad, de decimos la verdad frente a un error, si hacemos lo que sabemos que no es correcto, si nos enojamos o no en determinada circunstancia. Esas decisiones que podemos ver como mecánicas, sin importancia, son fundamentales a la hora de sumar el sentido de lo que somos y hacemos.
De hecho, aprender a ser feliz es aprender a elegir bien, porque una vez eliges y realizas esa decisión es probable que ya no puedas echar para atrás, no se pueden obviar las consecuencias de nuestras decisiones acertadas, ni las equivocadas; ni se quita con el deseo aquello que ya dije, ni lo que hice o dejé de hacer. Por todo lo anterior creo conveniente que hoy pensemos en dos condiciones para elegir bien:
1. No elegir sólo por emociones, ni tampoco sólo por ideas; sino buscar que sea fruto de la comprensión. Y creo que la comprensión es un hecho de todo el ser. Ni tomo decisiones porque estoy lleno de rabia, ni porque estoy lleno de alegría, o porque tengo un pálpito de esperanza; ni desde la fría mente, el cálculo lógico y nada más. Algunas veces hay razones que escapan a la razón; es cierto, pero todo debe tener un equilibrio funcional entre nuestras dimensiones humanas. Una buena decisión es integradora, no excluyente, sino que responde a lo que soy y quiero desde unos fundamentos más profundos que la emoción, y más humanos que la sola razón.
2. Con revisión constante de la decisión. La vida me va mostrando si lo que hice fue correcto o no; en el fondo de nuestro corazón sabemos que hemos tomado una opción inteligente y nos encaminamos bien, o si estamos yendo en el sentido contrario a donde queremos estar. Por eso hay que tener certeza de que ésta es la mejor decisión a pesar de todo; o si, por el contrario, es mejor echar para atrás e intentar otro camino. Es mejor desandar un tanto, que seguir derecho al abismo; porque como leí “frente al abismo la única manera de seguir es dar un paso hacia atrás”.
La vida es una gran decisión y la felicidad igual. Pero se construye desde la suma de las pequeñas y sencillas decisiones que estamos tomando, que hemos tomado, que seguiremos tomando.
Realmente tiene razón, aunque no sólo en el fútbol, sino en el amplio sentido de la vida misma. Después de pensar en lo que decía también llego a la conclusión de que existencia, la historia, el ser y la felicidad se definen a partir de las decisiones que vamos tomando. Cada vez que estamos ante una realidad que nos exige decidir, estamos construyendo una vida distinta. Decido enojarme o no ante la situación, si me enojo actuaré de una manera, si no lo hago actuaré de otra; cualquiera de los dos caminos me llevará a un lugar distinto. Estoy frente a un posible empleo, decido cómo presentarme, qué actitud tener, qué palabras usar, todo eso hará que la entrevista tome un rumbo único.
La vida se construye de decisiones tomadas; para la anécdota de la imaginación quedan las que no tomé. Muchas veces malgastamos el tiempo construyendo la historia que no fue, esa que se nutre del verbo “hubiera”, con frases como “si yo hubiera dicho”, “si te hubiera esperado”, “si no me hubiera casado”, etc. De nada vale gastarnos la existencia tratando de construir lo que no fue. No se puede sino eso, imaginar, especular, y casi siempre desde una intención masoquista de machacarnos la herida frente al error que cometimos.
Por eso decidir debe ser algo que nos exija de la mayor concentración; porque la existencia está en juego en las pequeñas decisiones que tomamos a diario, si cumplimos con una responsabilidad, de decimos la verdad frente a un error, si hacemos lo que sabemos que no es correcto, si nos enojamos o no en determinada circunstancia. Esas decisiones que podemos ver como mecánicas, sin importancia, son fundamentales a la hora de sumar el sentido de lo que somos y hacemos.
De hecho, aprender a ser feliz es aprender a elegir bien, porque una vez eliges y realizas esa decisión es probable que ya no puedas echar para atrás, no se pueden obviar las consecuencias de nuestras decisiones acertadas, ni las equivocadas; ni se quita con el deseo aquello que ya dije, ni lo que hice o dejé de hacer. Por todo lo anterior creo conveniente que hoy pensemos en dos condiciones para elegir bien:
1. No elegir sólo por emociones, ni tampoco sólo por ideas; sino buscar que sea fruto de la comprensión. Y creo que la comprensión es un hecho de todo el ser. Ni tomo decisiones porque estoy lleno de rabia, ni porque estoy lleno de alegría, o porque tengo un pálpito de esperanza; ni desde la fría mente, el cálculo lógico y nada más. Algunas veces hay razones que escapan a la razón; es cierto, pero todo debe tener un equilibrio funcional entre nuestras dimensiones humanas. Una buena decisión es integradora, no excluyente, sino que responde a lo que soy y quiero desde unos fundamentos más profundos que la emoción, y más humanos que la sola razón.
2. Con revisión constante de la decisión. La vida me va mostrando si lo que hice fue correcto o no; en el fondo de nuestro corazón sabemos que hemos tomado una opción inteligente y nos encaminamos bien, o si estamos yendo en el sentido contrario a donde queremos estar. Por eso hay que tener certeza de que ésta es la mejor decisión a pesar de todo; o si, por el contrario, es mejor echar para atrás e intentar otro camino. Es mejor desandar un tanto, que seguir derecho al abismo; porque como leí “frente al abismo la única manera de seguir es dar un paso hacia atrás”.
La vida es una gran decisión y la felicidad igual. Pero se construye desde la suma de las pequeñas y sencillas decisiones que estamos tomando, que hemos tomado, que seguiremos tomando.
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domingo, 16 de octubre de 2011
Aprendiendo a ayudar
Una de las experiencias más extrañas que voy teniendo en la vida es ir constatando que a las personas que más ayudas son también las que más problemas te causan y hasta, en ocasiones, se vuelven tus enemigos y tratan de dañarte. Lo que al principio es un favor, luego se vuelve una obligación; que si no sigues ayudando te puede causar las peores consecuencias.
Al que ayudas con ganas y ánimo no responde con la misma actitud, sino que -a veces- tiene actitudes totalmente contrarias a las que esperas y que explican por qué les estaba yendo mal antes de tu intervención. Si le invitas a trabajar contigo y no hace bien las cosas; entonces le pides que se vaya, ahí inventa lo que sea para demandarte y hacerte pagar con creces tu buena intención de ayudarlo. No te extrañes que pronto olvide que le ayudaste, que cuando se sienta fuerte se haga tu mal competidor y busque dañarte y acabarte. No se te haga raro que tu ayuda sea criticada y hasta ridiculizada por el exigente “necesitado” que no acepta cualquier ayuda.
El Padre García-Herreros con su ironía -propia de la escuela francesa a la que pertenecemos- decía: - Qué extraño que este me ataque tanto; sino le he hecho ningún favor.
Y Los Diomedes –el papá y el Dionisio- Gritan en La Gran Verdad: “Hubo una vez que yo tuve un gran amigo, y sin pedirle nada a cambio lo ayude, y tengo a Dios de mi lado y de testigo, que yo quería en futuro verlo bien…ahora el quiere verme hundido porque ya se le olvidó, y no se acuerda ni un poquitico, que el lo sacó adelante fui yo…”
Parece que es una dinámica de vida: aquellos a los que ayudamos, terminan siendo nuestros enemigos o atacándonos y haciéndonos infelices. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Varias respuestas.
Podríamos decidir ser los peores seres humanos y no ayudar a nadie. Es decir, para no tener enemigos cercanos, no ayudemos a ninguno. Simplemente hacer lo que nos toque bien y punto. Pero esa no es una actitud sana. No puedes ser igual al que se comporta mal. Tú eres, y quieres, ser distinto, mejor y ser de bien. Creo que debemos seguir ayudando, siendo consciente de las posibles consecuencias, haciéndolo de manera inteligente y sana. Sin violentar límites y sin esperar más de lo que realmente la gente puede dar. Ayudar con desinterés, con amor e intensamente. Analizar y tratar de entender por qué le está yendo tan mal; esto nunca es gratis y siempre hay algunas razones en la manera de ser de esta persona. Seguro hay más variables que influyen en este resultado, aunque nos cueste aceptar que le esté yendo mal, a pesar de ser el mejor de los trabajadores, la mejor de la persona, el más aplicado. Hay algo que no funciona, eso es cierto. Hay que sospechar de esos malos resultados, de lo contrario podrás comprobar con muchas preocupaciones y dolores que era así. Lo que más me anima a hacer el bien y tender la mano al necesitado es que el Dueño del Apartamento Azul sabe bien qué hay en nuestros corazones y qué quisimos hacer. Decidimos seguir ayudando a pesar de lo que nos vendrá de vueltas, pero sabiéndolo hacer.
También es importante reflexionar cómo somos nosotros mismos. No podemos quedarnos en la lógica de mirar siempre y sólo a los demás. ¿Cómo eres tú? ¿Eres agradecido, leal y sabes responder adecuadamente ante la ayuda de los otros? ¿Cómo te comportas ante aquel que estás ayudando? Muchas veces somos quienes ocasionamos que los otros actúen mal, cuando en vez de ayudar lo que hacemos es humillar y hacerles sentir que somos superiores. Eso hay que analizarlo y tratar de ver. Estoy seguro de que nada justifica el comportarse de manera desagradecida y desleal; pero hay que revisar bien cómo actuamos frente a los otros.
Lo cierto es que tenemos que trabajar más en torno al valor y la virtud del “agradecimiento”. Tenemos que ser agradecidos y enseñar a otros a serlo. Sin esa actitud de agradecimiento no hay verdadera humanidad. Creo que lo que más me hace humano es poderle decir al otro Gracias, y decirselo con la vida y cada uno de mis actos. La lealtad al que nos ayuda debe ser eterna. No digo sometimiento, ni lambonería digo lealtad verdadera, de ojos abiertos y palabra clara pero corazón agradecido.
Al que ayudas con ganas y ánimo no responde con la misma actitud, sino que -a veces- tiene actitudes totalmente contrarias a las que esperas y que explican por qué les estaba yendo mal antes de tu intervención. Si le invitas a trabajar contigo y no hace bien las cosas; entonces le pides que se vaya, ahí inventa lo que sea para demandarte y hacerte pagar con creces tu buena intención de ayudarlo. No te extrañes que pronto olvide que le ayudaste, que cuando se sienta fuerte se haga tu mal competidor y busque dañarte y acabarte. No se te haga raro que tu ayuda sea criticada y hasta ridiculizada por el exigente “necesitado” que no acepta cualquier ayuda.
El Padre García-Herreros con su ironía -propia de la escuela francesa a la que pertenecemos- decía: - Qué extraño que este me ataque tanto; sino le he hecho ningún favor.
Y Los Diomedes –el papá y el Dionisio- Gritan en La Gran Verdad: “Hubo una vez que yo tuve un gran amigo, y sin pedirle nada a cambio lo ayude, y tengo a Dios de mi lado y de testigo, que yo quería en futuro verlo bien…ahora el quiere verme hundido porque ya se le olvidó, y no se acuerda ni un poquitico, que el lo sacó adelante fui yo…”
Parece que es una dinámica de vida: aquellos a los que ayudamos, terminan siendo nuestros enemigos o atacándonos y haciéndonos infelices. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Varias respuestas.
Podríamos decidir ser los peores seres humanos y no ayudar a nadie. Es decir, para no tener enemigos cercanos, no ayudemos a ninguno. Simplemente hacer lo que nos toque bien y punto. Pero esa no es una actitud sana. No puedes ser igual al que se comporta mal. Tú eres, y quieres, ser distinto, mejor y ser de bien. Creo que debemos seguir ayudando, siendo consciente de las posibles consecuencias, haciéndolo de manera inteligente y sana. Sin violentar límites y sin esperar más de lo que realmente la gente puede dar. Ayudar con desinterés, con amor e intensamente. Analizar y tratar de entender por qué le está yendo tan mal; esto nunca es gratis y siempre hay algunas razones en la manera de ser de esta persona. Seguro hay más variables que influyen en este resultado, aunque nos cueste aceptar que le esté yendo mal, a pesar de ser el mejor de los trabajadores, la mejor de la persona, el más aplicado. Hay algo que no funciona, eso es cierto. Hay que sospechar de esos malos resultados, de lo contrario podrás comprobar con muchas preocupaciones y dolores que era así. Lo que más me anima a hacer el bien y tender la mano al necesitado es que el Dueño del Apartamento Azul sabe bien qué hay en nuestros corazones y qué quisimos hacer. Decidimos seguir ayudando a pesar de lo que nos vendrá de vueltas, pero sabiéndolo hacer.
También es importante reflexionar cómo somos nosotros mismos. No podemos quedarnos en la lógica de mirar siempre y sólo a los demás. ¿Cómo eres tú? ¿Eres agradecido, leal y sabes responder adecuadamente ante la ayuda de los otros? ¿Cómo te comportas ante aquel que estás ayudando? Muchas veces somos quienes ocasionamos que los otros actúen mal, cuando en vez de ayudar lo que hacemos es humillar y hacerles sentir que somos superiores. Eso hay que analizarlo y tratar de ver. Estoy seguro de que nada justifica el comportarse de manera desagradecida y desleal; pero hay que revisar bien cómo actuamos frente a los otros.
Lo cierto es que tenemos que trabajar más en torno al valor y la virtud del “agradecimiento”. Tenemos que ser agradecidos y enseñar a otros a serlo. Sin esa actitud de agradecimiento no hay verdadera humanidad. Creo que lo que más me hace humano es poderle decir al otro Gracias, y decirselo con la vida y cada uno de mis actos. La lealtad al que nos ayuda debe ser eterna. No digo sometimiento, ni lambonería digo lealtad verdadera, de ojos abiertos y palabra clara pero corazón agradecido.
domingo, 9 de octubre de 2011
MIS AMIGOS LOS ENEMIGOS
Nos enseñaron a odiar a nuestros enemigos; pero Jesús nos invita a amarlos. A veces, meditando esta enseñanza de El Maestro, me pregunto cómo lograr amarlos, y la única manera es encontrar el bien que me hacen. ¿Me hacen algún bien mis enemigos? Sí. Creo que sí.
Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.
Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.
Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.
Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.
Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.
Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.
Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.
Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.
A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.
Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.
Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.
Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.
Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.
Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.
Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.
Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.
Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.
Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.
A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.
Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.
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domingo, 2 de octubre de 2011
Los problemas y su bendición
He oído en repetidas ocasiones que los problemas son lecciones que debemos aprender, detrás de cada dificultad hay bendiciones y debemos darle gracias a la vida porque nos permite enfrentar vientos en contra y nos posibilita pelear batallas duras, difíciles. Recuerdo que un amigo al oír una de estas expresiones gritó: ¡Entonces estoy haciendo un doctorado en eso, porque que pocotón de problemas los que tengo por estos días!
Creo que aprendemos mucho de estas situaciones que nos hacen sufrir; de esas que nos duelen y no quisiéramos tener. También me parece que tendríamos que trabajar más en el cómo hacer que esas experiencias duras, difíciles, se vuelvan trampolín para llegar a estadios mejores de nuestra vida. Hoy quisiera reflexionar eso con ustedes:
1. Reconocer las dificultades y los problemas que tenemos, pues nada hacemos negando la realidad y tratando de huir de ella. Si tenemos una situación dura, lo primero que debemos hacer es aceptarla. Tomar conciencia de qué es realmente, cómo se produjo, qué actores están presentes y por qué, cómo puedo solucionarla. No culpes a nadie. Encontrar culpables no soluciona los problemas; a veces lo que hace es agravarlos. Es bueno ver quiénes son los responsables, para ver qué se puede hacer; pero de nada sirve vivir señalando con el dedo índice a los otros hermanos con los que compartimos la vida.
2. Es necesario ser valientes. No podemos desesperarnos, ni angustiarnos, frente al problema; sino debemos decirnos: ¡soy capaz de solucionarlo! Siempre hay una solución. Hay que desterrar el negativismo de nuestra manera de pensar. Hay que hacerse sordo a todos esos comentarios de los “dificilitadores” que tratarán de desanimarte y decirte que te des por vencido.
3. Es bueno pensar en batallas anteriores que he dado y en las que he salido victorioso. Es fundamental que estos recuerdos los tengamos vivos y nos sirvan de inspiración para creer que somos capaces de vencer. ¿Si en el ayer pudiste resolver el conflicto porque ahora no vas a poder? Ten la certeza que ahora estás más -y mejor- preparado que en el ayer; luego hay más posibilidades de poder resolver el tema.
4. Hay que analizar con cuidado, con detenimiento, de qué se trata. Si no comprendes el problema no lo vas a solucionar. Recuerda que muchas veces las cosas no son lo que parecen, ni el problema está en lo que aparece más evidente. Hay que discernir con mucha inteligencia para descubrir la dinámica de la situación y ver, realmente, cómo se puede solucionar.
5. Revisa qué cualidades se te exigen tener para solucionar ese problema y salir vencedor. Mejor ¿Con qué cualidades de tu ser puedes vencer esos problemas? Estoy seguro de que aquí puede estar la bendición, la lección que la vida quiere darte y que vas a aprender. Cuando nos dedicamos a solucionar la situación que tenemos vamos desarrollando esa cualidad, esa virtud que nos hacía falta.
6. La espiritualidad es fundamental. Dios es el centro de la vida, y es el que pronuncia Palabras de vida eterna, el que sana con su Palabra. Necesitamos tener una relación íntima e intensa son Él, necesitamos amarlo y dejar que su presencia, su poder, su Espíritu, nos guíe y nos haga crecer. Cuando llegan los dolores, Él nos consuela. Cuando llegan las derrotas, Él está a nuestro lado para levantarnos. Cuando estamos a oscuras, Él es la luz que se enciende y nos orienta. Pero sobre todo cuando estamos en relación con Él, sabemos que todo lo que nos sucede es para nuestro bien (Romanos 8,28-37)
Piensa que este problema que estás viviendo no es para tu destrucción; sino para que crezcas y seas mejor. Te invito a leer Isaías 43,1-7 y Habacuc 13,16-17
Creo que aprendemos mucho de estas situaciones que nos hacen sufrir; de esas que nos duelen y no quisiéramos tener. También me parece que tendríamos que trabajar más en el cómo hacer que esas experiencias duras, difíciles, se vuelvan trampolín para llegar a estadios mejores de nuestra vida. Hoy quisiera reflexionar eso con ustedes:
1. Reconocer las dificultades y los problemas que tenemos, pues nada hacemos negando la realidad y tratando de huir de ella. Si tenemos una situación dura, lo primero que debemos hacer es aceptarla. Tomar conciencia de qué es realmente, cómo se produjo, qué actores están presentes y por qué, cómo puedo solucionarla. No culpes a nadie. Encontrar culpables no soluciona los problemas; a veces lo que hace es agravarlos. Es bueno ver quiénes son los responsables, para ver qué se puede hacer; pero de nada sirve vivir señalando con el dedo índice a los otros hermanos con los que compartimos la vida.
2. Es necesario ser valientes. No podemos desesperarnos, ni angustiarnos, frente al problema; sino debemos decirnos: ¡soy capaz de solucionarlo! Siempre hay una solución. Hay que desterrar el negativismo de nuestra manera de pensar. Hay que hacerse sordo a todos esos comentarios de los “dificilitadores” que tratarán de desanimarte y decirte que te des por vencido.
3. Es bueno pensar en batallas anteriores que he dado y en las que he salido victorioso. Es fundamental que estos recuerdos los tengamos vivos y nos sirvan de inspiración para creer que somos capaces de vencer. ¿Si en el ayer pudiste resolver el conflicto porque ahora no vas a poder? Ten la certeza que ahora estás más -y mejor- preparado que en el ayer; luego hay más posibilidades de poder resolver el tema.
4. Hay que analizar con cuidado, con detenimiento, de qué se trata. Si no comprendes el problema no lo vas a solucionar. Recuerda que muchas veces las cosas no son lo que parecen, ni el problema está en lo que aparece más evidente. Hay que discernir con mucha inteligencia para descubrir la dinámica de la situación y ver, realmente, cómo se puede solucionar.
5. Revisa qué cualidades se te exigen tener para solucionar ese problema y salir vencedor. Mejor ¿Con qué cualidades de tu ser puedes vencer esos problemas? Estoy seguro de que aquí puede estar la bendición, la lección que la vida quiere darte y que vas a aprender. Cuando nos dedicamos a solucionar la situación que tenemos vamos desarrollando esa cualidad, esa virtud que nos hacía falta.
6. La espiritualidad es fundamental. Dios es el centro de la vida, y es el que pronuncia Palabras de vida eterna, el que sana con su Palabra. Necesitamos tener una relación íntima e intensa son Él, necesitamos amarlo y dejar que su presencia, su poder, su Espíritu, nos guíe y nos haga crecer. Cuando llegan los dolores, Él nos consuela. Cuando llegan las derrotas, Él está a nuestro lado para levantarnos. Cuando estamos a oscuras, Él es la luz que se enciende y nos orienta. Pero sobre todo cuando estamos en relación con Él, sabemos que todo lo que nos sucede es para nuestro bien (Romanos 8,28-37)
Piensa que este problema que estás viviendo no es para tu destrucción; sino para que crezcas y seas mejor. Te invito a leer Isaías 43,1-7 y Habacuc 13,16-17
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