Una reflexión que necesitamos leer una y otra vez, ya que nos hemos acostumbrado a relaciones generoso-mendigo, amo-esclavo, señor-servidor. Lo cual no es posible en una relación afectiva que quiera llenar de felicidad a los que la vivan.
Estoy seguro que no debemos ser mendigos de amor, por ello he continuado con la investigación sobre este tema y ahora estoy preparando un manual de funciones para no mendigar amor. Estoy convencido que cada uno de nosotros puede ser protagonista de su vida y puede llevar las riendas de su proyecto existencial. Estoy claro en que cada uno de nosotros tiene en su corazón, en su mente, en su ser todo lo que requiere para realizar con éxito cada una de las tareas que tiene. No acepto ninguna mendicidad. Creo que existimos para ser dueños de nuestra vida y no para suplicarle nada a nadie. No me gusta la esclavitud. Me rebelo contra cualquiera esclavitud. Dolorosamente entre nosotros, y tal vez por el espíritu consumista de la sociedad en la que vivimos, cada día en se buscan establecer distintas esclavitudes disfrazadas de hobbies, de modas, de nuevas tendencias. Una de ellas es la dependencia emocional. Si, nuestra sociedad nos enseña a “mendigar cariño” tal vez porque sabe que en la medida que menos seguros nos sintamos de nosotros mismos y necesitemos de las “migajas” de los otros somos más compradores.
Hoy quiero advertirte sobre expresiones que dicen personas que son importantes afectivamente para nosotros y que son sospechosas de que en el corazón de esa persona se puede esconder la intención implicita o explicita de dominarnos, someternos y tratarnos como sus mendigos. Ponte alerta ante expresiones cómo:
“¿Qué harías sin mí?”: No sé tú pero yo tengo que decir que si alguien está pensando que me muero si me deja o no me pone bolas está equivocado, porque pase lo que pase seré feliz y saldré adelante en la realización de mi proyecto de vida. Nadie es tan indispensable en mi vida como para que está no tenga sentido sin él.
“No sirves para nada”: No se le puede aceptar a nadie que lo trate a uno en estos términos. Es cierto que podemos fallar y equivocarnos pero jamás somos inservibles. Siempre tenemos mucho por hacer y lo podemos realizar.
“Estamos así por tu culpa”: las relaciones son de dos y somos los dos los responsables de lo que estamos viviendo, no permitas que nadie te haga cargar con sus propias culpas. Todos tenemos que aceptar que fallamos pero no podemos creer que somos los causantes de todas las desgracias de la relación.
“Eso hay que hacerlo bien, mejor lo hago yo”: ¡Ja! ¡Que tal! Que hiper-autoestima la de al persona que te dice eso, pero que desconocimiento de todas las cualidades que hay en tu corazón. Esa que dice eso no te conoce verdaderamente.
“No sé por qué estoy contigo”: Bueno, lo seguro es que tienen que haber muchas razones. No me vas a hacer creer que es porque no tengo nada que ofrecerte. Si la idea es hacerme sentir poca cosa tendrás que saber que confío en mi y en mis cualidades.
“Yo me merezco algo mejor que tú”: Sal a buscarlo. Y lamento decirte que no lo vas a encontrar porque soy único e irrepetible. Que nadie te haga creer que te está haciendo el favor de amarte y de estar contigo.
“Cuando será el día que hagas las cosas como yo”. Nunca. Porque soy auténtico, tengo mis propias maneras de ser, de entender y de hacer.
Ten pendiente estas expresiones quien las dice está tratando de hacerte creer que sin él o ella no puedes vivir y eso no es cierto: tú estás creado para ser feliz, eres dueño de ti mismo y estás llamado a ser protagonista de tu propia vida.
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miércoles, 14 de marzo de 2012
martes, 17 de enero de 2012
Mejor solo…
En la vida establecemos relaciones con otros seres humanos siempre. Somos sociales por naturaleza. Pero la naturaleza de nuestro ser social cambia, se transforma, se renueva. De las relaciones vamos aprendiendo a entablar otras relaciones. Así nos estamos siempre relacionando; repitiendo y corrigiendo formas, estableciendo vínculos. Hoy los humanos buscan “conectarse” con otros. El concepto de “amigos” ya no implica el conocimiento personal, ni el compartir del tiempo, ni el tener una historia en común; ahora se es amigo de otra forma: al hacer click en aceptar la invitación para ser un contacto de una red social.
Para mí la amistad implica una vida compartida, unos proyectos comunes, una historia, un conocimiento del otro, una aceptación de sus diferencias y una conciencia de sus limitaciones como una capacidad de aportar al otro como éste me aporta. Pero esa no es la amistad de la que se habla hoy; sino que está gobernada y limitada a una pantalla de computador. A una especie de “AVATAR”, en la que terminamos convertidos en una foto que nos aparenta.
Y esa falta de contacto humano está llevando a una vida social que se hace tan grande como un océano, pero tan profunda como un charco. Se conectan con muchos, pero no conocen, ni se dejan conocer por nadie. Están conectados, pero no hay compromiso humano con los otros. No existe una relación personal, sino virtual; y lo virtual tiene visos de inexistencia, de irrealidad.
Por eso vemos a tantos que tienen mil y más amigos en el Facebook o en Twitter, pero que no se relacionan con nadie, no tienen vínculos con ninguno. En este sentido quisiera que pensáramos en todas las veces en las que hemos mal invertido nuestro tiempo y esfuerzo para construir relaciones que no son ciertas. Cuántas veces hemos perdido horas y horas frente a una pantalla dejando que pase la vida de verdad y la gente de verdad sin que les interese.
También pienso en otras maneras equivocadas de establecer relaciones. Estoy seguro de que muchos tienen relaciones inconvenientes a las que se aferran inexplicablemente. Y pienso en los que se hacen amigos de gente que no aporta nada bueno a sus existencias. En los que se juntan para malgastar el tiempo. En los que se dicen amigos pero nunca ayudan. En aquellos que saben que el otro está equivocándose pero se callan para no dañar la diversión. Pienso en los viven juntos, pero nunca comparten una conversación sobre un tema serio.
Quisiera que revisaras qué tipo de relaciones tienes con los otros; que pensaras en la gente con la que compartes tu vida, quiénes son, qué los une, qué hacen juntos, de qué hablas con ellos. Esto no es accesorio, es urgente: necesitas pensar en tu vida, en lo que haces, si logrando algo que te haga sentir orgulloso y si quien te acompaña sirve para que pasen cosas buenas en tu historia.
Es mejor terminar una relación cuando descubres que nada te aporta, que trae más problemas que beneficios; cuando te detienes a pensar y te resulta difícil enumerar más de tres aportes positivos para ti. Sin embargo sé que nos cuesta mucho desprendernos de lo que nos hemos acostumbrado a tener y que preferimos la costumbre que la incertidumbre. Y por eso la gente dice que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Así mantenemos muchas relaciones insanas, que nos agobian, que nos resultan tormentosas, complicadas. No las rompemos porque tenemos miedo de la soledad y nos conformamos con cualquier cosa con tal de no estar solos.
Pero de qué vale conformarnos con asegurar ese “aunque sea” que tenemos; para qué aferrarnos a esa relación mediocre y quebradiza, si al final sabemos que quien está a mi lado preferiría no estarlo; ese que se aguanta todo de mí lo hace porque no hay más opciones. Creo que es mejor enfrentarnos a lo soledad, atravesar por un desierto sin rendirnos, porque estamos convencidos de que queremos lo realmente bueno, lo deseable.
Para mí la amistad implica una vida compartida, unos proyectos comunes, una historia, un conocimiento del otro, una aceptación de sus diferencias y una conciencia de sus limitaciones como una capacidad de aportar al otro como éste me aporta. Pero esa no es la amistad de la que se habla hoy; sino que está gobernada y limitada a una pantalla de computador. A una especie de “AVATAR”, en la que terminamos convertidos en una foto que nos aparenta.
Y esa falta de contacto humano está llevando a una vida social que se hace tan grande como un océano, pero tan profunda como un charco. Se conectan con muchos, pero no conocen, ni se dejan conocer por nadie. Están conectados, pero no hay compromiso humano con los otros. No existe una relación personal, sino virtual; y lo virtual tiene visos de inexistencia, de irrealidad.
Por eso vemos a tantos que tienen mil y más amigos en el Facebook o en Twitter, pero que no se relacionan con nadie, no tienen vínculos con ninguno. En este sentido quisiera que pensáramos en todas las veces en las que hemos mal invertido nuestro tiempo y esfuerzo para construir relaciones que no son ciertas. Cuántas veces hemos perdido horas y horas frente a una pantalla dejando que pase la vida de verdad y la gente de verdad sin que les interese.
También pienso en otras maneras equivocadas de establecer relaciones. Estoy seguro de que muchos tienen relaciones inconvenientes a las que se aferran inexplicablemente. Y pienso en los que se hacen amigos de gente que no aporta nada bueno a sus existencias. En los que se juntan para malgastar el tiempo. En los que se dicen amigos pero nunca ayudan. En aquellos que saben que el otro está equivocándose pero se callan para no dañar la diversión. Pienso en los viven juntos, pero nunca comparten una conversación sobre un tema serio.
Quisiera que revisaras qué tipo de relaciones tienes con los otros; que pensaras en la gente con la que compartes tu vida, quiénes son, qué los une, qué hacen juntos, de qué hablas con ellos. Esto no es accesorio, es urgente: necesitas pensar en tu vida, en lo que haces, si logrando algo que te haga sentir orgulloso y si quien te acompaña sirve para que pasen cosas buenas en tu historia.
Es mejor terminar una relación cuando descubres que nada te aporta, que trae más problemas que beneficios; cuando te detienes a pensar y te resulta difícil enumerar más de tres aportes positivos para ti. Sin embargo sé que nos cuesta mucho desprendernos de lo que nos hemos acostumbrado a tener y que preferimos la costumbre que la incertidumbre. Y por eso la gente dice que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Así mantenemos muchas relaciones insanas, que nos agobian, que nos resultan tormentosas, complicadas. No las rompemos porque tenemos miedo de la soledad y nos conformamos con cualquier cosa con tal de no estar solos.
Pero de qué vale conformarnos con asegurar ese “aunque sea” que tenemos; para qué aferrarnos a esa relación mediocre y quebradiza, si al final sabemos que quien está a mi lado preferiría no estarlo; ese que se aguanta todo de mí lo hace porque no hay más opciones. Creo que es mejor enfrentarnos a lo soledad, atravesar por un desierto sin rendirnos, porque estamos convencidos de que queremos lo realmente bueno, lo deseable.
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lunes, 26 de diciembre de 2011
Camino seguro al fracaso
Hoy te quiero dar la fórmula para que fracases como ser humano. Te aseguro que si sigues al pie de las letras estás indicaciones vivirás frustrado, derrotado, amargado y no tendrás nada. Te aseguro que si cumples a pie juntillas cada paso que te doy en esta reflexión, podrás tener una vida sin sentido como la que estás buscando.
1. No tengas prioridades. Dale a todo la misma importancia. No vayas a creer que tu familia es más importante que una fiesta, ni vayas a creer que el trabajo es importante. Vive al garete. Sin saber para dónde vas ni que quieres. Puedes gastarte la plata de la comida en rumba, puedes vestirte bien aunque te ahogues en deudas. Deja a los tuyos por una aventura de una noche; no hagas lo que toca, sino lo que quieres.
2. No tengas disciplina. Eso aburre a la gente. No cumplas ninguna responsabilidad y trabaja cuando quieras y cuando no quieras no lo hagas. Vive como si fueras a vivir mil años, sin ahorrar, sin tener en cuenta el futuro y dedicándole todo el tiempo a las cosas menos importantes. Vive con la ley del menor esfuerzo y puedes dejar para mañana cualquier trabajo sin que se te asome algo de culpa.
3. Excúsate siempre. Tú nunca fallas. No aceptes jamás que pudiste hacer algo mal. Al contrario culpa a otros y trata siempre de sacar una excusa y un pretexto para no dar lo mejor. Además eres ingenioso y no te faltará inteligencia para encontrar los motivos lógicos por los que no pudiste hacer algo.
4. Recompénsate sin alcanzar las metas, celebra antes de que llegues al objetivo. Desprecia a los contendores como hizo la liebre con la tortuga. Vive por el placer y nunca pienses en sacrificarte eso es un castigo que no te mereces. Además para qué te pones a esperar alcanzar un logro para gozar, qué tal que no lo consigas y te quedes ahí esperando por siempre.
5. No distingas entre objetivos parciales y los finales. Celebra uno parcial como si ya hubieras ganado todo y olvídate de programar bien la vida. Ganar es ganar, es igual que sea el primer partido o la final del torneo, igual te dan los mismos puntos al principio o al fina.
6. No crezcas. Sé siempre el mismo adolescente de antes. Pide a tu papá o a los que están a tu lado que resuelvan las situaciones más difíciles de tu vida. Dedícate a tener todas las parejas posibles, no pienses en organízate y sentar cabeza, eso es de viejos. Además nada más aburrido que volverse uno adulto, porque se va volviendo más serio, más tranquilo, más mesurado… ¡qué hartera!
7. Vuelvete fanático de la religión y cree que todo es responsabilidad de Dios. Literaliza las Sagradas Escrituras sin importar que son de otra cultura, otra lengua, otra época; ni aceptes que son un producto literario. No seas coherente entre la vida y la fe. Ve a la Iglesia y ya, no importan que no vivas nada de lo que dices creer. Culpa a Dios de lo que te sucede o cree que Él lo hizo todo y que el resultado no fue fruto de tus esfuerzos sino de su acción mágica. Ponte a pensar en el final del mundo -que será el 30 de febrero del 2012- y asústate tanto que no hagas nada más, por que cómo decía una vecina: a comer, comer, que el mundo se va a acabar.
8. No cuides tu salud. Eso de andar pensando en saber comer es de locos. Daña tu cuerpo con todo lo que puedas y por favor no vayas nunca donde el médico.
9. No tengas ningún pensamiento ecológico !Por favor! hay que destruir el planeta rápido antes que lleguen los extraterestres -que según algunos ya están entre nosotros- y se queden con lo que es de uno.
10. Confunde amor con enamoramiento y placer. Dedícate a vivir como todo un hedonista y no creas jamás en que hay otras cosas tan valiosas como el placer. Con el dinero todo se puede comprar.
Bueno espero que sigas estos mandamientos del fracaso. La verdad cada uno hace con su vida lo que quiere. Y tú puedes destruir la tuya; que, al fin y al cabo, es tuya.
1. No tengas prioridades. Dale a todo la misma importancia. No vayas a creer que tu familia es más importante que una fiesta, ni vayas a creer que el trabajo es importante. Vive al garete. Sin saber para dónde vas ni que quieres. Puedes gastarte la plata de la comida en rumba, puedes vestirte bien aunque te ahogues en deudas. Deja a los tuyos por una aventura de una noche; no hagas lo que toca, sino lo que quieres.
2. No tengas disciplina. Eso aburre a la gente. No cumplas ninguna responsabilidad y trabaja cuando quieras y cuando no quieras no lo hagas. Vive como si fueras a vivir mil años, sin ahorrar, sin tener en cuenta el futuro y dedicándole todo el tiempo a las cosas menos importantes. Vive con la ley del menor esfuerzo y puedes dejar para mañana cualquier trabajo sin que se te asome algo de culpa.
3. Excúsate siempre. Tú nunca fallas. No aceptes jamás que pudiste hacer algo mal. Al contrario culpa a otros y trata siempre de sacar una excusa y un pretexto para no dar lo mejor. Además eres ingenioso y no te faltará inteligencia para encontrar los motivos lógicos por los que no pudiste hacer algo.
4. Recompénsate sin alcanzar las metas, celebra antes de que llegues al objetivo. Desprecia a los contendores como hizo la liebre con la tortuga. Vive por el placer y nunca pienses en sacrificarte eso es un castigo que no te mereces. Además para qué te pones a esperar alcanzar un logro para gozar, qué tal que no lo consigas y te quedes ahí esperando por siempre.
5. No distingas entre objetivos parciales y los finales. Celebra uno parcial como si ya hubieras ganado todo y olvídate de programar bien la vida. Ganar es ganar, es igual que sea el primer partido o la final del torneo, igual te dan los mismos puntos al principio o al fina.
6. No crezcas. Sé siempre el mismo adolescente de antes. Pide a tu papá o a los que están a tu lado que resuelvan las situaciones más difíciles de tu vida. Dedícate a tener todas las parejas posibles, no pienses en organízate y sentar cabeza, eso es de viejos. Además nada más aburrido que volverse uno adulto, porque se va volviendo más serio, más tranquilo, más mesurado… ¡qué hartera!
7. Vuelvete fanático de la religión y cree que todo es responsabilidad de Dios. Literaliza las Sagradas Escrituras sin importar que son de otra cultura, otra lengua, otra época; ni aceptes que son un producto literario. No seas coherente entre la vida y la fe. Ve a la Iglesia y ya, no importan que no vivas nada de lo que dices creer. Culpa a Dios de lo que te sucede o cree que Él lo hizo todo y que el resultado no fue fruto de tus esfuerzos sino de su acción mágica. Ponte a pensar en el final del mundo -que será el 30 de febrero del 2012- y asústate tanto que no hagas nada más, por que cómo decía una vecina: a comer, comer, que el mundo se va a acabar.
8. No cuides tu salud. Eso de andar pensando en saber comer es de locos. Daña tu cuerpo con todo lo que puedas y por favor no vayas nunca donde el médico.
9. No tengas ningún pensamiento ecológico !Por favor! hay que destruir el planeta rápido antes que lleguen los extraterestres -que según algunos ya están entre nosotros- y se queden con lo que es de uno.
10. Confunde amor con enamoramiento y placer. Dedícate a vivir como todo un hedonista y no creas jamás en que hay otras cosas tan valiosas como el placer. Con el dinero todo se puede comprar.
Bueno espero que sigas estos mandamientos del fracaso. La verdad cada uno hace con su vida lo que quiere. Y tú puedes destruir la tuya; que, al fin y al cabo, es tuya.
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lunes, 12 de diciembre de 2011
La felicidad de ser lo que soy
Me gusta la gente auténtica. Aquella que no usa máscaras, ni caretas para esconder quién es y cómo vive. Me fascina relacionarme con la gente que no saca relucir sus “buenas costumbres”; ni quiere enrostrarles a otros sus supuestos abolengos y alcurnias medievales, propias de épocas oscurantistas. No puedo negar mi admiración por aquellos que tienen el don de hablar sencillo y decir cosas profundas. No sé nadar en el mar de las palabras rebuscadas que termina siendo bien llanito. No disfruto hablando con quienes viven contando sus acciones heróicas, las grandes cifras que tienen en sus cuentas corrientes o los cipotes negocios que se les han ocurrido. Nada de eso me gusta, ni lo disfruto sino que huyo de esas experiencias.
Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.
Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.
Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.
Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).
Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.
Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).
Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.
Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.
Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.
Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.
Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).
Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.
Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).
Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.
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lunes, 31 de octubre de 2011
Enredos humanos
La humanidad es tan compleja; que veo gente diciendo que quieren ser felices y haciendo todo para no serlo. Viviendo en busca de conflictos, urdiendo para encender hogueras de odio, tratando de generar rencillas y motivar agresiones.
Por un lado están quienes parece que se esforzaran por hacer que las realidades no sean lo que son. Todo porque nos afecta que descubran nuestros sentimientos, lo sentimos como un tipo de debilidad. Es así que los enmascaramos con todas los recursos que tenemos. Por más tristes que estemos nos presentamos como felices; por más necesitados, nos presentamos como pudientes; por más problemas que tengamos, siempre aparecemos como que todo está bien. Eso nos impide encontrarnos con la ayuda oportuna, con la solidaridad del otro, con la comprensión de lo que somos y por lo que pudiéramos estar pasando.
Claro, es más fácil culpar al mundo por su incapacidad de comprenderme; que aceptar que hago todo lo posible para que no lo hagan. Cuando los demás leen nuestros comportamientos ambiguos, nos ofendemos con su lectura; pero no somos capaces de comprender que algo estamos haciendo para que ellos saquen esas conclusiones erróneas.
Otras veces estamos agrandados, aunque no le hayamos ganado a nadie y comenzamos a sumar enemigos sin necesidad. Con palabras salidas de tono, con opiniones sobre lo que no debemos opinar, con comentarios desatinados y ofensivos que provocan molestias en los demás. Muchas veces nos falta la prudencia para callar. Otras nos falta tacto para decir lo que pensamos sin ofender. En algunas nos exageramos en mostrar nuestra posición como si fuese una palabra indudable, totalmente cierta, sin posibilidad de error.
Muchas otras situaciones, encontramos que nuestro comportamiento traiciona nuestro deseo; y por querer mostrarnos como superiores, terminamos “pelando el cobre”; como ese "pobre, inculto, impreparado" que se ve abocado al éxito, no puede con él y necesita un discurso prepotente para escudar su ontológica inseguridad de estar en un lugar cree él no le pertenece. Parece que se hiciera todo para caer mal, para ser rechazado, para no encajar. Se presenta como alguien que fastidia cada vez que abre la boca, pues no reconoce que debe estar agradecido con su estado actual, que es más saludable establecer puentes, aprender del contexto, que generar odios, consentir resentimientos, ahondar abismos.
No falta el que se escude en la fe para hacerse insoportable. El que en nombre de Dios rechaza, excluye, señala. Ese que dice ser cristiano pero en realidad es un fanático de su propia idea de Dios que es casi siempre un Dios que espía y castiga a los hombres que no son como a él le gustan. Esos que, olvidando que la fe es una manera de vivir y no un fetiche en el que esconderse, se atrincheran para humillar a los otros y se olvidan que tenemos que ser hermanos de todos.
Por un lado están quienes parece que se esforzaran por hacer que las realidades no sean lo que son. Todo porque nos afecta que descubran nuestros sentimientos, lo sentimos como un tipo de debilidad. Es así que los enmascaramos con todas los recursos que tenemos. Por más tristes que estemos nos presentamos como felices; por más necesitados, nos presentamos como pudientes; por más problemas que tengamos, siempre aparecemos como que todo está bien. Eso nos impide encontrarnos con la ayuda oportuna, con la solidaridad del otro, con la comprensión de lo que somos y por lo que pudiéramos estar pasando.
Claro, es más fácil culpar al mundo por su incapacidad de comprenderme; que aceptar que hago todo lo posible para que no lo hagan. Cuando los demás leen nuestros comportamientos ambiguos, nos ofendemos con su lectura; pero no somos capaces de comprender que algo estamos haciendo para que ellos saquen esas conclusiones erróneas.
Otras veces estamos agrandados, aunque no le hayamos ganado a nadie y comenzamos a sumar enemigos sin necesidad. Con palabras salidas de tono, con opiniones sobre lo que no debemos opinar, con comentarios desatinados y ofensivos que provocan molestias en los demás. Muchas veces nos falta la prudencia para callar. Otras nos falta tacto para decir lo que pensamos sin ofender. En algunas nos exageramos en mostrar nuestra posición como si fuese una palabra indudable, totalmente cierta, sin posibilidad de error.
Muchas otras situaciones, encontramos que nuestro comportamiento traiciona nuestro deseo; y por querer mostrarnos como superiores, terminamos “pelando el cobre”; como ese "pobre, inculto, impreparado" que se ve abocado al éxito, no puede con él y necesita un discurso prepotente para escudar su ontológica inseguridad de estar en un lugar cree él no le pertenece. Parece que se hiciera todo para caer mal, para ser rechazado, para no encajar. Se presenta como alguien que fastidia cada vez que abre la boca, pues no reconoce que debe estar agradecido con su estado actual, que es más saludable establecer puentes, aprender del contexto, que generar odios, consentir resentimientos, ahondar abismos.
No falta el que se escude en la fe para hacerse insoportable. El que en nombre de Dios rechaza, excluye, señala. Ese que dice ser cristiano pero en realidad es un fanático de su propia idea de Dios que es casi siempre un Dios que espía y castiga a los hombres que no son como a él le gustan. Esos que, olvidando que la fe es una manera de vivir y no un fetiche en el que esconderse, se atrincheran para humillar a los otros y se olvidan que tenemos que ser hermanos de todos.
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martes, 25 de octubre de 2011
DECISIONES, TODO CUESTA…
Ayer conversaba con el profesor Carlos Silva, actual Técnico del Unión Magdalena y uno de los jóvenes entrenadores con mayor futuro en el fútbol colombiano. Y me decía que la tarea principal de un orientador, entrenador, director técnico, es la de hacer que sus jugadores entiendan el fútbol es un evento “decisional”, un hecho de decisión; por lo tanto, hay que enseñarlos a saber elegir.
Realmente tiene razón, aunque no sólo en el fútbol, sino en el amplio sentido de la vida misma. Después de pensar en lo que decía también llego a la conclusión de que existencia, la historia, el ser y la felicidad se definen a partir de las decisiones que vamos tomando. Cada vez que estamos ante una realidad que nos exige decidir, estamos construyendo una vida distinta. Decido enojarme o no ante la situación, si me enojo actuaré de una manera, si no lo hago actuaré de otra; cualquiera de los dos caminos me llevará a un lugar distinto. Estoy frente a un posible empleo, decido cómo presentarme, qué actitud tener, qué palabras usar, todo eso hará que la entrevista tome un rumbo único.
La vida se construye de decisiones tomadas; para la anécdota de la imaginación quedan las que no tomé. Muchas veces malgastamos el tiempo construyendo la historia que no fue, esa que se nutre del verbo “hubiera”, con frases como “si yo hubiera dicho”, “si te hubiera esperado”, “si no me hubiera casado”, etc. De nada vale gastarnos la existencia tratando de construir lo que no fue. No se puede sino eso, imaginar, especular, y casi siempre desde una intención masoquista de machacarnos la herida frente al error que cometimos.
Por eso decidir debe ser algo que nos exija de la mayor concentración; porque la existencia está en juego en las pequeñas decisiones que tomamos a diario, si cumplimos con una responsabilidad, de decimos la verdad frente a un error, si hacemos lo que sabemos que no es correcto, si nos enojamos o no en determinada circunstancia. Esas decisiones que podemos ver como mecánicas, sin importancia, son fundamentales a la hora de sumar el sentido de lo que somos y hacemos.
De hecho, aprender a ser feliz es aprender a elegir bien, porque una vez eliges y realizas esa decisión es probable que ya no puedas echar para atrás, no se pueden obviar las consecuencias de nuestras decisiones acertadas, ni las equivocadas; ni se quita con el deseo aquello que ya dije, ni lo que hice o dejé de hacer. Por todo lo anterior creo conveniente que hoy pensemos en dos condiciones para elegir bien:
1. No elegir sólo por emociones, ni tampoco sólo por ideas; sino buscar que sea fruto de la comprensión. Y creo que la comprensión es un hecho de todo el ser. Ni tomo decisiones porque estoy lleno de rabia, ni porque estoy lleno de alegría, o porque tengo un pálpito de esperanza; ni desde la fría mente, el cálculo lógico y nada más. Algunas veces hay razones que escapan a la razón; es cierto, pero todo debe tener un equilibrio funcional entre nuestras dimensiones humanas. Una buena decisión es integradora, no excluyente, sino que responde a lo que soy y quiero desde unos fundamentos más profundos que la emoción, y más humanos que la sola razón.
2. Con revisión constante de la decisión. La vida me va mostrando si lo que hice fue correcto o no; en el fondo de nuestro corazón sabemos que hemos tomado una opción inteligente y nos encaminamos bien, o si estamos yendo en el sentido contrario a donde queremos estar. Por eso hay que tener certeza de que ésta es la mejor decisión a pesar de todo; o si, por el contrario, es mejor echar para atrás e intentar otro camino. Es mejor desandar un tanto, que seguir derecho al abismo; porque como leí “frente al abismo la única manera de seguir es dar un paso hacia atrás”.
La vida es una gran decisión y la felicidad igual. Pero se construye desde la suma de las pequeñas y sencillas decisiones que estamos tomando, que hemos tomado, que seguiremos tomando.
Realmente tiene razón, aunque no sólo en el fútbol, sino en el amplio sentido de la vida misma. Después de pensar en lo que decía también llego a la conclusión de que existencia, la historia, el ser y la felicidad se definen a partir de las decisiones que vamos tomando. Cada vez que estamos ante una realidad que nos exige decidir, estamos construyendo una vida distinta. Decido enojarme o no ante la situación, si me enojo actuaré de una manera, si no lo hago actuaré de otra; cualquiera de los dos caminos me llevará a un lugar distinto. Estoy frente a un posible empleo, decido cómo presentarme, qué actitud tener, qué palabras usar, todo eso hará que la entrevista tome un rumbo único.
La vida se construye de decisiones tomadas; para la anécdota de la imaginación quedan las que no tomé. Muchas veces malgastamos el tiempo construyendo la historia que no fue, esa que se nutre del verbo “hubiera”, con frases como “si yo hubiera dicho”, “si te hubiera esperado”, “si no me hubiera casado”, etc. De nada vale gastarnos la existencia tratando de construir lo que no fue. No se puede sino eso, imaginar, especular, y casi siempre desde una intención masoquista de machacarnos la herida frente al error que cometimos.
Por eso decidir debe ser algo que nos exija de la mayor concentración; porque la existencia está en juego en las pequeñas decisiones que tomamos a diario, si cumplimos con una responsabilidad, de decimos la verdad frente a un error, si hacemos lo que sabemos que no es correcto, si nos enojamos o no en determinada circunstancia. Esas decisiones que podemos ver como mecánicas, sin importancia, son fundamentales a la hora de sumar el sentido de lo que somos y hacemos.
De hecho, aprender a ser feliz es aprender a elegir bien, porque una vez eliges y realizas esa decisión es probable que ya no puedas echar para atrás, no se pueden obviar las consecuencias de nuestras decisiones acertadas, ni las equivocadas; ni se quita con el deseo aquello que ya dije, ni lo que hice o dejé de hacer. Por todo lo anterior creo conveniente que hoy pensemos en dos condiciones para elegir bien:
1. No elegir sólo por emociones, ni tampoco sólo por ideas; sino buscar que sea fruto de la comprensión. Y creo que la comprensión es un hecho de todo el ser. Ni tomo decisiones porque estoy lleno de rabia, ni porque estoy lleno de alegría, o porque tengo un pálpito de esperanza; ni desde la fría mente, el cálculo lógico y nada más. Algunas veces hay razones que escapan a la razón; es cierto, pero todo debe tener un equilibrio funcional entre nuestras dimensiones humanas. Una buena decisión es integradora, no excluyente, sino que responde a lo que soy y quiero desde unos fundamentos más profundos que la emoción, y más humanos que la sola razón.
2. Con revisión constante de la decisión. La vida me va mostrando si lo que hice fue correcto o no; en el fondo de nuestro corazón sabemos que hemos tomado una opción inteligente y nos encaminamos bien, o si estamos yendo en el sentido contrario a donde queremos estar. Por eso hay que tener certeza de que ésta es la mejor decisión a pesar de todo; o si, por el contrario, es mejor echar para atrás e intentar otro camino. Es mejor desandar un tanto, que seguir derecho al abismo; porque como leí “frente al abismo la única manera de seguir es dar un paso hacia atrás”.
La vida es una gran decisión y la felicidad igual. Pero se construye desde la suma de las pequeñas y sencillas decisiones que estamos tomando, que hemos tomado, que seguiremos tomando.
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domingo, 9 de octubre de 2011
MIS AMIGOS LOS ENEMIGOS
Nos enseñaron a odiar a nuestros enemigos; pero Jesús nos invita a amarlos. A veces, meditando esta enseñanza de El Maestro, me pregunto cómo lograr amarlos, y la única manera es encontrar el bien que me hacen. ¿Me hacen algún bien mis enemigos? Sí. Creo que sí.
Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.
Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.
Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.
Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.
Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.
Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.
Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.
Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.
A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.
Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.
Cuando alguien es tu enemigo está atento a encontrar tus errores, tus fallos, es un buscador de tus defectos para decirlos y seguro que no de la mejor manera. Pero los dice y así te enfrenta a tu propia verdad, te ayuda a ver y te da templanza.
Ese es un gran bien que te hace. Pues la mejor manera de crecer, de madurar, es asumirse con total claridad y verdad. Quien nos ataca, también provoca reflexiones, análisis, nuevos trabajos existenciales, es decir, nos da la oportunidad de elaborar caminos de crecimiento. ¿Cómo no amar a quien nos hace crecer? Se trata de mirarlo de otra forma, de aprender a pensarlos de una manera distinta. Esto implica que seamos amplios y libres al acercarnos a su realidad.
Esto no supone que, ante los ataques, no podamos defendernos digna y asertivamente. Ni tampoco que seamos estoicos en asumir dolores que podemos evitar; mucho menos pretender que otros comprendan lo que, en definitiva, no les interesa comprender. De lo que se trata es de evaluar si la mirada del ‘enemigo’ es correcta, cierta, y está mostrando algo en lo que debo trabajar.
Para ello habría que desapegarnos de cualquier orgullo malsano y darnos cuenta de que nada que lo que se me diga me hace menos de lo que soy; es decir, debo aprender a hacerme responsable de mis emociones.
Yo las decido y no ninguna palabra pronunciada por otro, ni un acto de quien me quiera destruir. Soy y punto. Ni bueno, ni malo, simplemente soy. Que el otro me vea mal, no significa que lo sea; que aquel me vea bien, tampoco significa que lo sea. Tengo que aprender a ser libre a esos comentarios; tanto de ataques, como de adulaciones.
Los comentarios dicen más de quienes los hacen que de mí; expresan más debilidades, envidias e inseguridades de sus creadores, que algo realmente mío. Entonces no vale la pena engancharme, ni desgastarme, en ellos; es mejor dejarlos pasar. Y cuando dicen una verdad, los aprovecho para crecer y ser mejor. No porque lo diga él o ella, éste o aquel, sino porque dice una verdad y me reta a mejorar.
Le tengo que quitar al otro el poder de dañarme. Que haga lo que quiera; pero no dejo que me dañe. Que me quite cosas, que me quite espacios, que me eche de sitios míos, que me maldiga… pero no le permito que me dañe. Eso lo decido yo. Y no le doy ese poder a ninguno.
Sus acciones, hasta eliminarme, las hará sabiendo que en mis labios habrá una sonrisa y no en mis ojos una mirada de odio o de dolor. Por momentos imagino la escena los verdugos de Jesús escuchando decir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… e imagino su desconcierto; porque definitivamente no hay nada más extraño para el “malo”, que no poder dañar al bueno, y más que éste le devuelva con misericordia su acción.
A veces aprendo más de un enemigo que desnuda mis debilidades, que de cien amigos y sus comentarios salameros que me disfrazan en mis incapacidades. Tengo que ser capaz de enfrentar lo que soy. Asumirlo y vivirlo con libertad y responsabilidad. Nuestra tarea es ser, cada vez, mejor seres humanos; gente sana interiormente, que sabe relacionarse con los demás y que deja espacios para que todos puedan crecer y ser.
Cuando soy capaz de comprender esto, no le tengo miedo al ridículo, ni a no ser tan bueno como los otros, ni a no recibir elogios. Entiendo que me basta con ser y amarme de verdad, sólo así podré dejar ser a los otros y amarlos en verdad. Es hora de que comprendas por qué tienes que amar a tu enemigo. Estoy seguro de que hacerlo te hará mejor ser humano.
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domingo, 4 de septiembre de 2011
AMORES HUMANOS
Me impresiona la cantidad de matrimonios que se acaban. No tengo estadísticas pero sé que muchos que acompañé al altar, como testigo excepcional de su matrimonio, han decidido que cada uno siga con su proyecto personal de vida de forma individual y distanciado del otro.
Entiendo que esa pueda ser una decisión consciente e inteligente y por ello respeto a todos los que la han tomado. Sin embargo todas estas experiencias me genera una duda ¿Es el amor eterno? ¿Se acaba el amor? ¿Es normal que los que antes morían el uno por el otro se dejen de amar? ¿Pueden los humanos caracterizados por ser efímeros y pasajeros tener experiencias eternas? (No quiero revisar el tema desde la experiencia teológica, ya que estoy seguro que el amor de Dios es eterno. Quisiera que nuestra reflexión fuera antropológica); lo cierto es que me impresiona mucho encontrarme con la dura afirmación –¡Ya no la amo! ¡Lo que sentía por el ya no lo siento! Pero si yo los vi parpadear emocionados manifestando el consentimiento matrimonial y jurando amor para siempre, ¿qué pasó? ¿en qué momentos se agotó esa fuerza que los hacía hacer hasta lo imposible por estar juntos y tenerse el uno al otro? Cómo algún día ya compartí con ustedes en estas reflexiones a veces lo que creo no es que el amor se muere sino que lo matan, esto es, que después de vivir el momento excepcional de encontrarse y descubrir que se aman se dedican con desgano, rutina, pocas expresiones, manipulaciones, heridas, etc, a matar el amor. Hasta que este muere de verdad.
Es como si Joaquín Sabina tuviera razón: “Yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena del sofá;/yo no quiero que viajes al pasado/y vuelvas del mercado/con ganas de llorar. Y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren…”
También veo parejas que se mantienen unidas a pesar de todas las dificultades y los problemas existenciales que han tenido y me encuentro con las siguientes constantes:
1. Han entendido que la felicidad es una actitud ante la vida, una manera de vivir y no la satisfacción repetitiva y contante de los deseos. Han sido capaces de ser felices a pesar de los momentos de dolor, tristeza y de los conflictos que han tenido.
2. Se han aceptado tal cual son. Han comprendido que nadie es perfecto y que amar a alguien es comprender que está lleno de defectos pero que tiene unas cualidades que lo hacen incomparable.
3. Tienen buena comunicación. Saben dialogar, compartir sus sentimientos. En términos prácticos saben escuchar y saben hablar. No dejan que los gritos, las ofensas y los silencios sean las características de su relación.
4. Tienen una creativa y madura relación sexual. Han comprendido las intensidades que la sexualidad tiene según a etapa cronológica de la vida en la que se encuentran. Son tiernos, afectuosos, apasionados y creativos a la hora de expresarse todo lo que sienten el uno por el otro.
5. Han comprendido que la relación de pareja es el eje de la familia, y que todas las otras relaciones familiares deben estar en un segundo plano frente a esta. No se les olvida que antes que padres son pareja y amantes.
6. Han sabido perdonarse. Una y otra vez han abierto el corazón, y se han valido del amor, para perdonar las ofensas, las heridas que el otro le ha hecho, descubriendo la honestidad de su pareja que arrepentida pide una nueva oportunidad.
7. Se esfuerzan por hacer feliz al otro. Tienen claro que la mejor manera de seguir juntos es que cada uno se esfuerce porque el otro sea feliz. Sabiendo que el que da recibe. El amor necesita compromiso y esfuerzo para mantenerse vivo.
8. Tienen proyectos juntos. Sueñan y trabajan juntos por realizar muchos planes que han elaborado.
9. Son compasivos el uno con el otro. No quieren dañarse sino ayudarse.
10. La experiencia espiritual. Saben trascender ir más allá de lo relativo en búsqueda del absoluto.
Estas experiencias me hacen creer que si se puede amar para siempre. Que los amores no mueren. Y que quienes se dedican a amar son capaces de amar para siempre a la misma persona.
Entiendo que esa pueda ser una decisión consciente e inteligente y por ello respeto a todos los que la han tomado. Sin embargo todas estas experiencias me genera una duda ¿Es el amor eterno? ¿Se acaba el amor? ¿Es normal que los que antes morían el uno por el otro se dejen de amar? ¿Pueden los humanos caracterizados por ser efímeros y pasajeros tener experiencias eternas? (No quiero revisar el tema desde la experiencia teológica, ya que estoy seguro que el amor de Dios es eterno. Quisiera que nuestra reflexión fuera antropológica); lo cierto es que me impresiona mucho encontrarme con la dura afirmación –¡Ya no la amo! ¡Lo que sentía por el ya no lo siento! Pero si yo los vi parpadear emocionados manifestando el consentimiento matrimonial y jurando amor para siempre, ¿qué pasó? ¿en qué momentos se agotó esa fuerza que los hacía hacer hasta lo imposible por estar juntos y tenerse el uno al otro? Cómo algún día ya compartí con ustedes en estas reflexiones a veces lo que creo no es que el amor se muere sino que lo matan, esto es, que después de vivir el momento excepcional de encontrarse y descubrir que se aman se dedican con desgano, rutina, pocas expresiones, manipulaciones, heridas, etc, a matar el amor. Hasta que este muere de verdad.
Es como si Joaquín Sabina tuviera razón: “Yo no quiero un amor civilizado/con recibos y escena del sofá;/yo no quiero que viajes al pasado/y vuelvas del mercado/con ganas de llorar. Y morirme contigo si te matas/y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren…”
También veo parejas que se mantienen unidas a pesar de todas las dificultades y los problemas existenciales que han tenido y me encuentro con las siguientes constantes:
1. Han entendido que la felicidad es una actitud ante la vida, una manera de vivir y no la satisfacción repetitiva y contante de los deseos. Han sido capaces de ser felices a pesar de los momentos de dolor, tristeza y de los conflictos que han tenido.
2. Se han aceptado tal cual son. Han comprendido que nadie es perfecto y que amar a alguien es comprender que está lleno de defectos pero que tiene unas cualidades que lo hacen incomparable.
3. Tienen buena comunicación. Saben dialogar, compartir sus sentimientos. En términos prácticos saben escuchar y saben hablar. No dejan que los gritos, las ofensas y los silencios sean las características de su relación.
4. Tienen una creativa y madura relación sexual. Han comprendido las intensidades que la sexualidad tiene según a etapa cronológica de la vida en la que se encuentran. Son tiernos, afectuosos, apasionados y creativos a la hora de expresarse todo lo que sienten el uno por el otro.
5. Han comprendido que la relación de pareja es el eje de la familia, y que todas las otras relaciones familiares deben estar en un segundo plano frente a esta. No se les olvida que antes que padres son pareja y amantes.
6. Han sabido perdonarse. Una y otra vez han abierto el corazón, y se han valido del amor, para perdonar las ofensas, las heridas que el otro le ha hecho, descubriendo la honestidad de su pareja que arrepentida pide una nueva oportunidad.
7. Se esfuerzan por hacer feliz al otro. Tienen claro que la mejor manera de seguir juntos es que cada uno se esfuerce porque el otro sea feliz. Sabiendo que el que da recibe. El amor necesita compromiso y esfuerzo para mantenerse vivo.
8. Tienen proyectos juntos. Sueñan y trabajan juntos por realizar muchos planes que han elaborado.
9. Son compasivos el uno con el otro. No quieren dañarse sino ayudarse.
10. La experiencia espiritual. Saben trascender ir más allá de lo relativo en búsqueda del absoluto.
Estas experiencias me hacen creer que si se puede amar para siempre. Que los amores no mueren. Y que quienes se dedican a amar son capaces de amar para siempre a la misma persona.
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domingo, 7 de agosto de 2011
Hay que ser felices
El hombre al haber sido llamado a la existencia ha sido llamado a la felicidad, por ello buscar la felicidad debe ser su principal tarea existencial . Lo cual nos lleva a no comprender porque algunos se empecinan en ser infelices. Es como si tuviera la clara y distinta idea de no disfrutar la vida y de sufrirla hasta el extremo. En este contexto quiero dejar claro que el amor tiene que ser una experiencia que posibilite la felicidad. Una experiencia afectiva que nos haga infelices no se puede llamar amor y tiene que ser revisada de manera exhaustiva. Esto lo digo pensando en tantas relaciones de pareja que viven un infierno y que creen que lo viven por amor. Algunos hasta justifican su sufrimiento en su relación con Dios, lo cual es realmente herético. Dios nos creo para la felicidad, su Hijo murió en la cruz para que fuéramos felices. Ahora tenemos que tener claro que muchas emociones placenteras se parecen al amor. Algunos creen que poseer a unas personas es amarla, cuando es todo lo contrario, ya que el amor exige total libertad. Otros creen que desear sexualmente a otra persona es amarla reduciendo el más sensible de los sentimientos a unas descargas físico-químicas. No faltan los que creen que sus inseguridades, sus miedos que se expresan en unos celos paranoicos son frutos del amor. No. Nada de eso es amor, y no se puede pretender construir una relación duradera sobre esas manifestaciones del afecto, en algunos casos afectos patológicos. Si dejan que el amor se confunda con esas experiencias estoy seguro que no habrá felicidad y más bien estarán atados a los dolores.
El amor supone por lo menos tres características: decisión del que el otro sea feliz y ser realice como persona, total libertad del otro y solidaridad. Seguro que tienen otras más pero quiero enfatizar estas.
1. Nadie puede decirme que ama si no hace todo lo posible porque yo esté bien y pueda ser feliz. Se necesita un alta manifestación de amabilidad, de benevolencia, de querer que el otro puedo sonreír. Si el otro me maltrata de palabras y de acciones, omite acciones para que yo no pueda disfrutar la existencia y gozar cada una de las experiencias diarias, es porque no me ama. No olviden que lo que definen son las acciones y las obras. Me pueden decir muchas palabras lindas y bellas pero si las acciones las niegan no puedo creer. El que me ama busca que me afirme como ser, que me pueda realizar, que pueda expresar lo que siento y pienso teniendo mis propios ideales y sueños.
2. No le pertenecemos a nadie. No podemos dejar que nadie nos absorba de tal manera que nos niegue la posibilidad de decidir. Si tienes que pedir permiso a tu pareja para expresar tus ideas, si tienes que dar cuenta de qué haces y dónde estás, si controlan lo que comes o no comes, si no puedes disponer de recursos, es porque no eres libre en la relación y estás siendo poseído. Esa es la vida de un esclavo, no la de uno que está unido a otra por amor. No se puede dejar de ser quien se es por amor a otro, eso equivaldría a que la otra persona no me ama a mi sino a la idea de mi que tiene en su cabeza y que me está imponiendo. El amor confía, cree, motiva al otro. Se le abre espacios y se está seguro de que el otro quiere lo mejor. No hay discurso que pueda justificar estas actitudes, que normalmente expresan la inmadurez emocional del otro y su inseguridad patológica. Sólo quien no cree en el otro tiene que amarrarlo. El que ama de verdad lo hace en la libertad.
3. Comprendo la solidaridad como un ejercicio de reciprocidad. Los dos se ayudan a dar lo mejor. Se complementan, se apoyan y asumen construir la vida como un proyecto común. No son enemigos, ni competidores, ni tienen que negarse los recursos para seguir adelante. Se tienden la mano para agarrarse y juntos llegar a las metas propuestas.
Espero que estas características nos ayuden a pensar que es el amor y como vivirlo, y a dejar atrás cualquiera manifestación que se parezca el amor pero no lo sea. Se trata de ser felices. Esa es la tarea y las relaciones son para eso. Insisto se trata de vivir en la armonía de ser dos siendo uno. Se necesita valentía y firmeza para decir esa no es la manera como quiero vivir y tomar una decisión. Vuelvo a decir en nombre de Dios no se puede esclavizar a nadie, Dios nos quiere libres.
El amor supone por lo menos tres características: decisión del que el otro sea feliz y ser realice como persona, total libertad del otro y solidaridad. Seguro que tienen otras más pero quiero enfatizar estas.
1. Nadie puede decirme que ama si no hace todo lo posible porque yo esté bien y pueda ser feliz. Se necesita un alta manifestación de amabilidad, de benevolencia, de querer que el otro puedo sonreír. Si el otro me maltrata de palabras y de acciones, omite acciones para que yo no pueda disfrutar la existencia y gozar cada una de las experiencias diarias, es porque no me ama. No olviden que lo que definen son las acciones y las obras. Me pueden decir muchas palabras lindas y bellas pero si las acciones las niegan no puedo creer. El que me ama busca que me afirme como ser, que me pueda realizar, que pueda expresar lo que siento y pienso teniendo mis propios ideales y sueños.
2. No le pertenecemos a nadie. No podemos dejar que nadie nos absorba de tal manera que nos niegue la posibilidad de decidir. Si tienes que pedir permiso a tu pareja para expresar tus ideas, si tienes que dar cuenta de qué haces y dónde estás, si controlan lo que comes o no comes, si no puedes disponer de recursos, es porque no eres libre en la relación y estás siendo poseído. Esa es la vida de un esclavo, no la de uno que está unido a otra por amor. No se puede dejar de ser quien se es por amor a otro, eso equivaldría a que la otra persona no me ama a mi sino a la idea de mi que tiene en su cabeza y que me está imponiendo. El amor confía, cree, motiva al otro. Se le abre espacios y se está seguro de que el otro quiere lo mejor. No hay discurso que pueda justificar estas actitudes, que normalmente expresan la inmadurez emocional del otro y su inseguridad patológica. Sólo quien no cree en el otro tiene que amarrarlo. El que ama de verdad lo hace en la libertad.
3. Comprendo la solidaridad como un ejercicio de reciprocidad. Los dos se ayudan a dar lo mejor. Se complementan, se apoyan y asumen construir la vida como un proyecto común. No son enemigos, ni competidores, ni tienen que negarse los recursos para seguir adelante. Se tienden la mano para agarrarse y juntos llegar a las metas propuestas.
Espero que estas características nos ayuden a pensar que es el amor y como vivirlo, y a dejar atrás cualquiera manifestación que se parezca el amor pero no lo sea. Se trata de ser felices. Esa es la tarea y las relaciones son para eso. Insisto se trata de vivir en la armonía de ser dos siendo uno. Se necesita valentía y firmeza para decir esa no es la manera como quiero vivir y tomar una decisión. Vuelvo a decir en nombre de Dios no se puede esclavizar a nadie, Dios nos quiere libres.
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jueves, 28 de julio de 2011
VIVIENDO EL PERDON
Mucha gente me pregunta ¿cómo perdonar? Es una pregunta que constantemente me la hacen personas que sienten que su corazón no puede seguir sintiendo el miedo, el dolor, la incomodidad que les produce la herida no cerrada por no saber perdonar. Pero de alguna manera todos queremos aprender a perdonar. Por eso hoy quiero volver a colocar delante de ustedes una reflexión que expresa un método para perdonar. Insisto en que es un método, no el único. Esta reflexión me ha acompañado en muchos espacios y es posible que les suene conocida pero lo importante no es su novedad sino que nos pueda ayudar a Perdonar de verdad.
Así son estos pasos que les propongo:
1. Toma conciencia de que todos necesitamos ser perdonados. Saber que no existe nadie perfecto entre nosotros que nunca ha fallado, nos lleva a ser más proclives al perdón. Así como en más de una ocasión tú has fallado otros lo pueden hacer, y así cómo tu has pedido y has necesitado que te perdonen otros hoy lo están pidiendo y necesitando.
2. Relativiza la situación. No puedes magnificar cada situación y dejar que el dolor te obnubile y te haga creer que ese acontecimiento lo es todo. Muchas veces son más las percepciones que tenemos de la situación que lo que objetivamente pasó. Ubicar cada situación en su tiempo, en su lugar y en nuestro proyecto de vida nos ayudará a abrirnos a vivir una experiencia de perdón.
3. Trata de comprender al que te dañó u ofendió. Estoy seguro que cada persona actúa lo más lógico y racional posible según la información y las posibilidades que tiene en ese momento. Me cuesta creer que la gente es mala por ser mala y punto. Estoy seguro que lo más probable es que si nosotros tuviéramos esas características.
4. Recuerda que quien primero se beneficia de vivir el perdón eres tú mismo. Que al perdonar quedas libres de sentimientos interiores que te dañan y te hacen infeliz. Recuerda la frase que hemos repetido una y otra vez: El resentimiento es el veneno que se toma uno para se muera el otro.
5. Pide a Dios todos los días que actúe en ti para que puedas vivir la misericordia constante con tus hermanos.
Sé que no es una fórmula mágica pero sé que nos ayuda mucho a iniciar ese proceso de perdón. Te invito a reflexionarlo y hacerlo realidad en tu vida. Compártelo con tus amigos y traten de enriquecer estas claves de vida. De hecho si en el compartir encuentras nuevas ideas compártelas conmigo en palbertojose@hotmail.com estaré atento a leerte.
Gracias por tener este oracional en tus manos, te invito a que compres siempre uno más y se lo regales a una persona que no lo conozca, así estarás evangelizando. Te bendigo y te deseo lo mejor. Animo. Se feliz.
Así son estos pasos que les propongo:
1. Toma conciencia de que todos necesitamos ser perdonados. Saber que no existe nadie perfecto entre nosotros que nunca ha fallado, nos lleva a ser más proclives al perdón. Así como en más de una ocasión tú has fallado otros lo pueden hacer, y así cómo tu has pedido y has necesitado que te perdonen otros hoy lo están pidiendo y necesitando.
2. Relativiza la situación. No puedes magnificar cada situación y dejar que el dolor te obnubile y te haga creer que ese acontecimiento lo es todo. Muchas veces son más las percepciones que tenemos de la situación que lo que objetivamente pasó. Ubicar cada situación en su tiempo, en su lugar y en nuestro proyecto de vida nos ayudará a abrirnos a vivir una experiencia de perdón.
3. Trata de comprender al que te dañó u ofendió. Estoy seguro que cada persona actúa lo más lógico y racional posible según la información y las posibilidades que tiene en ese momento. Me cuesta creer que la gente es mala por ser mala y punto. Estoy seguro que lo más probable es que si nosotros tuviéramos esas características.
4. Recuerda que quien primero se beneficia de vivir el perdón eres tú mismo. Que al perdonar quedas libres de sentimientos interiores que te dañan y te hacen infeliz. Recuerda la frase que hemos repetido una y otra vez: El resentimiento es el veneno que se toma uno para se muera el otro.
5. Pide a Dios todos los días que actúe en ti para que puedas vivir la misericordia constante con tus hermanos.
Sé que no es una fórmula mágica pero sé que nos ayuda mucho a iniciar ese proceso de perdón. Te invito a reflexionarlo y hacerlo realidad en tu vida. Compártelo con tus amigos y traten de enriquecer estas claves de vida. De hecho si en el compartir encuentras nuevas ideas compártelas conmigo en palbertojose@hotmail.com estaré atento a leerte.
Gracias por tener este oracional en tus manos, te invito a que compres siempre uno más y se lo regales a una persona que no lo conozca, así estarás evangelizando. Te bendigo y te deseo lo mejor. Animo. Se feliz.
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jueves, 31 de marzo de 2011
Y cuando creo, qué
La experiencia de Dios es reveladora de sentido. Pero no es sólo que nos muestra su Ser y su voluntad, sino que su amor y confianza en nosotros muestra su sueño al crearnos, nos revela su ideal para nosotros. Por lo anterior, una experiencia profunda con Dios abre las puertas para un conocimiento verdadero de nuestro ser; nos debe llevar a la toma de conciencia de quiénes somos y qué podemos hacer.
Cuando nos ponemos ante Dios, infinito y eterno, tenemos que hacernos conscientes de nuestra pequeñez y contingencia. Estar frente a Él y conocerlo, nos debe llevar a estar frente a nosotros y conocernos. No somos dioses. Ni somos perfectos, ni santos absolutos. Esos son atributos de Dios. Nosotros somos frágiles, débiles, contingentes, finitos y limitados.
No podemos -ninguno de los que nos decimos creyentes en Dios- asumir una posición de juez o de acusador de nuestros hermanos. Aquel que ha descubierto quién es Dios, sabe también quién es él y, por lo mismo, tiene cuidado de no asumir posiciones que muestren que no conoce el amor profundo y total de un Dios que es fuente inagotable del perdón y de la aceptación del otro, aunque pecador.
Sé que es fácil creerse más que los demás y hacerlos sentir poca cosa con palabras y acciones; arroparnos bajo un falso halo de perfección que no tenemos y ofender sin detenernos a pensar hasta dónde cala una frase en el corazón de quien la recibe. También sé que es fácil estar al acecho de los errores de los otros y usar nuestro índice para hacerlos objetos de nuestras condenas bajo la equivocada convicción de que no caeríamos en los mismos errores porque estamos más avanzados en la escala del desarrollo humano.
Pero estoy seguro de que esas no son las acciones que se generan de una buena relación con Dios. Cuando conocemos a Dueño de la Existencia y nos damos cuenta de que nos ama a pesar de todo; que nos da nuevas oportunidades a pesar de nuestros continuos errores; que nos da fuerzas aunque nosotros las malgastemos en proyectos contrarios a los suyos; que nos levanta aunque hemos caído por cuenta de nuestra terquedad. Frente a un Dios tan lleno de misericordia para con nosotros, no tenemos otra cosa sino que tratar de hacer lo mismo con nuestros hermanos. Quien se siente amado por Dios lo mínimo que hace es aprender a amar a los otros que están con él en la vida diaria.
Tampoco nos lleva la experiencia de Dios a un comportamiento de mendigos, como personas que desconocen su valor o de sujetos incapaces de saber quiénes son y qué son capaces de lograr. La experiencia con el Señor nos hace conscientes de quienes somos pues, entonces, nos hace saber también cuáles son nuestras capacidades, cualidades, posibilidades, y nos lleva a reconciliarnos con los dones que Dios nos ha dado para la construcción de nuestro proyecto. Al estar frente a Dios me siento invitado a dar lo mejor de mí y salir adelante.
Es decir, la experiencia de Dios me hace saber quien soy: un pecador, que falla y está luchando por ser mejor. Soy alguien que tiene valor y que al reconocerlo se prepara para salir adelante. No asumamos las posiciones de ser jueces de nuestros hermanos, no somos nosotros los que tenemos que acusarlos o señalarlos por sus errores. Hacerlo es demostrar que estamos satisfaciendo nuestra envidia y tratando de llenar de mala forma los vacios que tenemos en función de los otros. Quien se siente santo y señala el pecado de los otros, está desviando la mirada de su conciencia para otro lado porque sabe que ha fallado mucho.
Tampoco podemos escudarnos en nuestra fe para asumir la posición de los que no quieren comprometerse con la responsabilidad de su vida. Debemos ser protagonistas de nuestra historia, luchadores que consquistan sus proyectos impulsados por la fuerza de Dios, sin triunfalismos pero sin falsas humildades que se convierten en lastre y enmascaran fracasados. Estamos llamados a dar lo mejor, a poner el ciento por uno, a conquistar metas, pero sin que eso signifique despreciar o maltratar a los otros.
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Cuando nos ponemos ante Dios, infinito y eterno, tenemos que hacernos conscientes de nuestra pequeñez y contingencia. Estar frente a Él y conocerlo, nos debe llevar a estar frente a nosotros y conocernos. No somos dioses. Ni somos perfectos, ni santos absolutos. Esos son atributos de Dios. Nosotros somos frágiles, débiles, contingentes, finitos y limitados.
No podemos -ninguno de los que nos decimos creyentes en Dios- asumir una posición de juez o de acusador de nuestros hermanos. Aquel que ha descubierto quién es Dios, sabe también quién es él y, por lo mismo, tiene cuidado de no asumir posiciones que muestren que no conoce el amor profundo y total de un Dios que es fuente inagotable del perdón y de la aceptación del otro, aunque pecador.
Sé que es fácil creerse más que los demás y hacerlos sentir poca cosa con palabras y acciones; arroparnos bajo un falso halo de perfección que no tenemos y ofender sin detenernos a pensar hasta dónde cala una frase en el corazón de quien la recibe. También sé que es fácil estar al acecho de los errores de los otros y usar nuestro índice para hacerlos objetos de nuestras condenas bajo la equivocada convicción de que no caeríamos en los mismos errores porque estamos más avanzados en la escala del desarrollo humano.
Pero estoy seguro de que esas no son las acciones que se generan de una buena relación con Dios. Cuando conocemos a Dueño de la Existencia y nos damos cuenta de que nos ama a pesar de todo; que nos da nuevas oportunidades a pesar de nuestros continuos errores; que nos da fuerzas aunque nosotros las malgastemos en proyectos contrarios a los suyos; que nos levanta aunque hemos caído por cuenta de nuestra terquedad. Frente a un Dios tan lleno de misericordia para con nosotros, no tenemos otra cosa sino que tratar de hacer lo mismo con nuestros hermanos. Quien se siente amado por Dios lo mínimo que hace es aprender a amar a los otros que están con él en la vida diaria.
Tampoco nos lleva la experiencia de Dios a un comportamiento de mendigos, como personas que desconocen su valor o de sujetos incapaces de saber quiénes son y qué son capaces de lograr. La experiencia con el Señor nos hace conscientes de quienes somos pues, entonces, nos hace saber también cuáles son nuestras capacidades, cualidades, posibilidades, y nos lleva a reconciliarnos con los dones que Dios nos ha dado para la construcción de nuestro proyecto. Al estar frente a Dios me siento invitado a dar lo mejor de mí y salir adelante.
Es decir, la experiencia de Dios me hace saber quien soy: un pecador, que falla y está luchando por ser mejor. Soy alguien que tiene valor y que al reconocerlo se prepara para salir adelante. No asumamos las posiciones de ser jueces de nuestros hermanos, no somos nosotros los que tenemos que acusarlos o señalarlos por sus errores. Hacerlo es demostrar que estamos satisfaciendo nuestra envidia y tratando de llenar de mala forma los vacios que tenemos en función de los otros. Quien se siente santo y señala el pecado de los otros, está desviando la mirada de su conciencia para otro lado porque sabe que ha fallado mucho.
Tampoco podemos escudarnos en nuestra fe para asumir la posición de los que no quieren comprometerse con la responsabilidad de su vida. Debemos ser protagonistas de nuestra historia, luchadores que consquistan sus proyectos impulsados por la fuerza de Dios, sin triunfalismos pero sin falsas humildades que se convierten en lastre y enmascaran fracasados. Estamos llamados a dar lo mejor, a poner el ciento por uno, a conquistar metas, pero sin que eso signifique despreciar o maltratar a los otros.
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martes, 8 de febrero de 2011
¡Hay que crecer, aunque duela!
Los seres humanos nos movemos en medio de una tensión permanente entre el desarrollo y la decadencia, entre ir hacia delante y retroceder, hay días en que amanecemos llenos de optimismo y nuestro corazón se alegra porque nos descubrimos caminando con paso firme hacia el desarrollo, días en los que nos sentimos y nos descubrimos efectuando acciones de verdadera autenticidad, actos de verdadera libertad y responsabilidad; y entonces nos descubrimos con un corazón cargado de amor y dispuesto a desbordarse en servicio a los demás.
Del mismo, humanos como somos, tenemos otros días en los que el rostro de la decadencia se nos pone en la frente y un mundo de sombras empieza a encadenar nuestros pies, jornadas en las que nos cuesta levantarnos, nos es imposible tener un acto de amor, menos uno de servicio; días en los que no fluye la alegría, en los que sentimos gris la existencia y la sonrisa no es lo que queremos expresar sino que se parece más a una mueca desagradable… en fin, días que como dice sutilmente el poeta Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profunda:
“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar… Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.
Y yo quisiera asegurarte que estás en uno de esos días, de los tristes o de los alegres, de los dolorosos o de los alegres; pero también que pasará. No será eterno, no durará por siempre, como todo día, tendrá un final. Y esto lo digo para que pienses en que nada puede ser perfecto, ni en la alegría, ni en la tristeza; que tanto unas como otras no llenan la vida absolutamente, porque siempre habrá un resquicio por donde salen y entran dinámicamente las dos. Los días son temporales, no eternos; entonces tu situación también lo es, no estarás eternamente contento, ni por siempre estarás desconsolado. No hagas depender toda tu existencia de la situación actual; porque seguramente cambiará en cualquier instante. Mejor aprende a vivir, a disfrutar tu existencia con lo bueno y lo malo, con alegrías y tristezas, con triunfos y fracasos.
Afortunadamente los que creemos que somos obra de Dios y que fuimos creados a su imagen y semejanza; vemos perfectamente en el en Jesús, que es posible caminar con paso firme por la vida, rumbo a la eternidad, a pesar de la adversidad, a pesar de los días decadentes; él nos muestra que con la fuerza que viene de lo Alto que podemos vencer los miedos que nacen en nuestro corazón.
Crezcamos y asumamos nuestra existencia, con sus pros y sus contras. No le pidamos a Dios que nos quite los problemas, pidámosle que mejor que nos de la fuerza para vencerlos. No deseemos vivir en un paraíso sin sombras, como dice el filósofo Estanislao Zuleta; sino que nos enseñe a ser fieles a nuestra vocación de felicidad a la que fuimos llamados cuando nos creó como sus hijos. Desde Dios podemos vencer esa tensión en la que nuestra condición humana nos exige vivir. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu y cerrarnos a la fuerza del mal que nos empequeñece y nos roba la fuerza con la que estamos hechos para vivir.
Apropiémonos de la existencia que tenemos con valor. Y dejemos de echarle la culpa a todo y a todos. Ya no más excusas, ya no más justificaciones. Dejemos de decir: “Se rompió el vaso”, en lugar de decir: “lo rompí sin querer”; o: “se perdió la plata”, en lugar de “no invertí o no use bien el dinero”. La conclusión de todo esto es simple: buena parte de nuestros problemas se generan en comportamientos infantiles, por tanto ¡Hay que crecer, aunque duela!
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Del mismo, humanos como somos, tenemos otros días en los que el rostro de la decadencia se nos pone en la frente y un mundo de sombras empieza a encadenar nuestros pies, jornadas en las que nos cuesta levantarnos, nos es imposible tener un acto de amor, menos uno de servicio; días en los que no fluye la alegría, en los que sentimos gris la existencia y la sonrisa no es lo que queremos expresar sino que se parece más a una mueca desagradable… en fin, días que como dice sutilmente el poeta Porfirio Barba Jacob en su Canción de la vida profunda:
“Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar… Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.
Y yo quisiera asegurarte que estás en uno de esos días, de los tristes o de los alegres, de los dolorosos o de los alegres; pero también que pasará. No será eterno, no durará por siempre, como todo día, tendrá un final. Y esto lo digo para que pienses en que nada puede ser perfecto, ni en la alegría, ni en la tristeza; que tanto unas como otras no llenan la vida absolutamente, porque siempre habrá un resquicio por donde salen y entran dinámicamente las dos. Los días son temporales, no eternos; entonces tu situación también lo es, no estarás eternamente contento, ni por siempre estarás desconsolado. No hagas depender toda tu existencia de la situación actual; porque seguramente cambiará en cualquier instante. Mejor aprende a vivir, a disfrutar tu existencia con lo bueno y lo malo, con alegrías y tristezas, con triunfos y fracasos.
Afortunadamente los que creemos que somos obra de Dios y que fuimos creados a su imagen y semejanza; vemos perfectamente en el en Jesús, que es posible caminar con paso firme por la vida, rumbo a la eternidad, a pesar de la adversidad, a pesar de los días decadentes; él nos muestra que con la fuerza que viene de lo Alto que podemos vencer los miedos que nacen en nuestro corazón.
Crezcamos y asumamos nuestra existencia, con sus pros y sus contras. No le pidamos a Dios que nos quite los problemas, pidámosle que mejor que nos de la fuerza para vencerlos. No deseemos vivir en un paraíso sin sombras, como dice el filósofo Estanislao Zuleta; sino que nos enseñe a ser fieles a nuestra vocación de felicidad a la que fuimos llamados cuando nos creó como sus hijos. Desde Dios podemos vencer esa tensión en la que nuestra condición humana nos exige vivir. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu y cerrarnos a la fuerza del mal que nos empequeñece y nos roba la fuerza con la que estamos hechos para vivir.
Apropiémonos de la existencia que tenemos con valor. Y dejemos de echarle la culpa a todo y a todos. Ya no más excusas, ya no más justificaciones. Dejemos de decir: “Se rompió el vaso”, en lugar de decir: “lo rompí sin querer”; o: “se perdió la plata”, en lugar de “no invertí o no use bien el dinero”. La conclusión de todo esto es simple: buena parte de nuestros problemas se generan en comportamientos infantiles, por tanto ¡Hay que crecer, aunque duela!
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jueves, 11 de noviembre de 2010
Limitados pero no incapacitados
Me encanta “Bartimeo” y el proceso de sanación que se da en su vida, a partir del encuentro con Jesús de Nazareth (Marcos 10,46-52). Él un ciego, mendigo y achantado a la orilla del camino, escucha que viene Jesús y solicita misericordia. La obtiene por la constante disposición de Jesús de ayudar al necesitado. Muchas veces he comentado este relato con ustedes; pero hoy quiero centrarme en algo que me parece fundamental, tanto para la comprensión del relato, como para nuestra propia vida:
Bartimeo es ciego; pero su ceguera no le impide saber que Jesús está pasando por su vida. El tener una “incapacidad” no le incapacita para encontrarse con el Señor y dejar que lo sane. Es ciego pero no sordo. Tiene una limitación, pero también otras virtudes y posibilidades que son los propulsores de su proyecto de vida. Es alguien capaz de superar su limitación. No se queda en ella, sino que busca superarla. Sabe que esa es una buena oportunidad para “realizarse” y no va a dejarla escapar, está decidido y seguro de que nada se lo impedirá, ni sus propias deficiencias. Estoy pensando en aquellas personas que tienen una limitación y han dejado de luchar, de tratar de realizar sus sueños convirtiéndose en auténticas “víctimas” de su propia decisión. Pienso en aquellos que todavía viven atados a experiencias del ayer que los dañaron pero que ya no están y deben ser superadas; o en aquellos que se han dejado enfermar tanto que están convencidos de que no pueden salir adelante y han de resignarse a estar así.
No podemos volver el mendigar la manera de vivir. No hemos nacidos para ser esclavos, ni para estar tirados en el piso mendigando. Somos seres creados para vivir a Imagen y Semejanza de Dios. Creados para ser libres y dueños de nuestro destino. Creados para no dejarnos amilanar por las dificultades que se encuentran. No por ciego hay que ser mendigo. La misericordia que encuentra Bartimeo en Jesús es la de volverlo consciente de que puede hacer camino, que se debe levantar y salir a luchar, que no hay que resignarse a pedir limosna a la vera del camino sino que puede abrir su corazón, recibir el amor de Dios y ser sano mientras hace camino tras del Maestro.
Qué tristeza cuando me encuentro con hermanos que han vuelto su “incapacidad” la mejor de las excusas para no luchar más y hacerse auténticos parásitos de la vida. A veces la religión ayuda a que muchos se escondan tras de sus límites para no superarse; no faltan los predicadores que vuelven dependientes a sus “ovejas” –palabra que no me gusta porque tiene un sentido muy pasivo para el mundo de hoy- y no les invitan a ir más allá de sus límites para encontrarle sentido a sus vidas.
Sin duda éste ir más allá, es ir donde Jesús, que desde siempre, con su amor, nos está retando a dar lo mejor de nosotros. Su misericordia se expresa en un impulso para conquistar lo que deseamos. Sé que para muchos lo mejor es tener un ídolo en torno al cual arrodillarse o al que entregarle todo lo que se gana, esperando que él resuelva todo; pero esa no es la experiencia de Dios que Jesús nos ha revelado, la que nos invita a valernos por nosotros mismos, a preguntarnos, a buscar respuestas y, sobre todo, a no dejar que los límites de nuestra condición nos cercenen oportunidades.
Estoy seguro de que el primer paso es reconocer que se tiene una limitación; pero, al mismo tiempo, poder captar que esa limitación no tiene por qué quitarnos el sentido de la vida y obligarnos a ser “seres de segunda” que nada pueden hacer. Todos tenemos que trascender los límites de nuestras propias incapacidades y abrirnos a la oportunidad que nos da la vida. Es fácil creerse derrotado y recoger las banderas porque todo está perdido. Pero eso no es lo que quiere Dios de nosotros, ni lo que nos conviene hacer. Nosotros estamos invitados a ser luchadores, guerreros, que no se dejan amilanar por sus propias incapacidades.
Estoy seguro de que la sanación de Bartimeo arranca en el mismo instante que es capaz de percibir que Jesús va pasando cerca. En el momento en el que decide pedir ayuda, no quedarse para siempre mendigando. Entonces comienza su proceso de sanación. El hombre se sana cuando decide hacerlo, cuando todas sus fuerzas están en función de ese objetivo. No es una cuestión mágica sino una experiencia existencial de toma de conciencia de quién se es y de todo lo que se puede hacer.
P. Alberto Linero Gómez, Eudista
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Bartimeo es ciego; pero su ceguera no le impide saber que Jesús está pasando por su vida. El tener una “incapacidad” no le incapacita para encontrarse con el Señor y dejar que lo sane. Es ciego pero no sordo. Tiene una limitación, pero también otras virtudes y posibilidades que son los propulsores de su proyecto de vida. Es alguien capaz de superar su limitación. No se queda en ella, sino que busca superarla. Sabe que esa es una buena oportunidad para “realizarse” y no va a dejarla escapar, está decidido y seguro de que nada se lo impedirá, ni sus propias deficiencias. Estoy pensando en aquellas personas que tienen una limitación y han dejado de luchar, de tratar de realizar sus sueños convirtiéndose en auténticas “víctimas” de su propia decisión. Pienso en aquellos que todavía viven atados a experiencias del ayer que los dañaron pero que ya no están y deben ser superadas; o en aquellos que se han dejado enfermar tanto que están convencidos de que no pueden salir adelante y han de resignarse a estar así.
No podemos volver el mendigar la manera de vivir. No hemos nacidos para ser esclavos, ni para estar tirados en el piso mendigando. Somos seres creados para vivir a Imagen y Semejanza de Dios. Creados para ser libres y dueños de nuestro destino. Creados para no dejarnos amilanar por las dificultades que se encuentran. No por ciego hay que ser mendigo. La misericordia que encuentra Bartimeo en Jesús es la de volverlo consciente de que puede hacer camino, que se debe levantar y salir a luchar, que no hay que resignarse a pedir limosna a la vera del camino sino que puede abrir su corazón, recibir el amor de Dios y ser sano mientras hace camino tras del Maestro.
Qué tristeza cuando me encuentro con hermanos que han vuelto su “incapacidad” la mejor de las excusas para no luchar más y hacerse auténticos parásitos de la vida. A veces la religión ayuda a que muchos se escondan tras de sus límites para no superarse; no faltan los predicadores que vuelven dependientes a sus “ovejas” –palabra que no me gusta porque tiene un sentido muy pasivo para el mundo de hoy- y no les invitan a ir más allá de sus límites para encontrarle sentido a sus vidas.
Sin duda éste ir más allá, es ir donde Jesús, que desde siempre, con su amor, nos está retando a dar lo mejor de nosotros. Su misericordia se expresa en un impulso para conquistar lo que deseamos. Sé que para muchos lo mejor es tener un ídolo en torno al cual arrodillarse o al que entregarle todo lo que se gana, esperando que él resuelva todo; pero esa no es la experiencia de Dios que Jesús nos ha revelado, la que nos invita a valernos por nosotros mismos, a preguntarnos, a buscar respuestas y, sobre todo, a no dejar que los límites de nuestra condición nos cercenen oportunidades.
Estoy seguro de que el primer paso es reconocer que se tiene una limitación; pero, al mismo tiempo, poder captar que esa limitación no tiene por qué quitarnos el sentido de la vida y obligarnos a ser “seres de segunda” que nada pueden hacer. Todos tenemos que trascender los límites de nuestras propias incapacidades y abrirnos a la oportunidad que nos da la vida. Es fácil creerse derrotado y recoger las banderas porque todo está perdido. Pero eso no es lo que quiere Dios de nosotros, ni lo que nos conviene hacer. Nosotros estamos invitados a ser luchadores, guerreros, que no se dejan amilanar por sus propias incapacidades.
Estoy seguro de que la sanación de Bartimeo arranca en el mismo instante que es capaz de percibir que Jesús va pasando cerca. En el momento en el que decide pedir ayuda, no quedarse para siempre mendigando. Entonces comienza su proceso de sanación. El hombre se sana cuando decide hacerlo, cuando todas sus fuerzas están en función de ese objetivo. No es una cuestión mágica sino una experiencia existencial de toma de conciencia de quién se es y de todo lo que se puede hacer.
P. Alberto Linero Gómez, Eudista
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lunes, 18 de octubre de 2010
NI TANTO, NI POQUITO
Frente al debacle del imperio de la razón, se alzó una tendencia que exarcerbo el sentir como el criterio único para la realización del proyecto humano, se insistió que lo mas importante y determinante de la vida humana era el sentir. Dejarse llevar por las emociones seria, según este parecer, camino seguro a la felicidad. Es el imperio del sentir y del creer que con sentir bastaba para ser feliz.
Asegurar, también, que la vida demasiado matizada por las cuadriculas de los argumentos se mostraba aburrida y no garantizaba la felicidad; siendo sospechoso pensar mucho. Hoy tengo la certeza existencial de que la relación complementaria, cómplice y de resistencia entre la razón y las emociones es necesaria.
No se puede vivir la vida solo desde la razón (apolineamente) pues carecería de vitalidad y seria aburrida; asi como tampoco dar rienda suelta a una vida de emociones descontroladas (dionisiaca) porque esto equivaldría a la incertidumbre constante, al bamboleo de los estados de animo, a la inconstancia y, en algunos casos, al absurdo.
Insisto, la relación: razón - emoción, mente -corazón, es necesaria para una vida con sentido, con plenitud.
Según las circunstancias que enfrentamos, una prevalecerá sobre otra, lo que no supone su exclusión, ni su supresión. Es claro, que hay días en que debemos actuar sin dejarnos llevar por nuestras emociones; como cuando nos llevan a querer estar cerca de alguien que sabemos no conviene porque nos ha destruido anteriormente, porque se ha aprovechado, nos uso o nos danio. O en ese momento el que la ira nos impulsa a atentar contra quien nos ha ofendido, a pesar de que sabemos que no es conveniente, ni traerá consecuencias positivas. Tampoco podemos quedar bajo el gobierno de nuestras en esos días que no tenemos ningún deseo de. Ir a trabajar, sino que quisiéramos quedarnos tirados en la cana sin mover un dedo.
Y también es claro que, en algunas ocasiones, una mayor dosis de intuición nos permite discernir sabiamente. Hay situaciones en las que los argumentos no alcanzan para. Comprender la realidad. Y situaciones en las que el afecto no encuentra ningún asidero racional, sin embargo es sano y da sentido a la existencia. Se trata entonces de escoger con inteligencia cuando debe prevalecer una u otra. Saber tomar esta decisión, si que nos hará felices.
Muchos de los que me leen están perdiendo el sentido de sus existencias porque no han podido comprender que ese dolor por el que atraviesan es lo mejor que puede pasarles. Eso solo puede comprenderse si dejamos que la razón nos argumente su lógica. Como también es cierto que otros hermanos estan contenidos en viejos moldes argumentativos que no le permiten ver toda la realidad y gozarla como es posible.
P. Alberto Linero Gomez Eudista
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Asegurar, también, que la vida demasiado matizada por las cuadriculas de los argumentos se mostraba aburrida y no garantizaba la felicidad; siendo sospechoso pensar mucho. Hoy tengo la certeza existencial de que la relación complementaria, cómplice y de resistencia entre la razón y las emociones es necesaria.
No se puede vivir la vida solo desde la razón (apolineamente) pues carecería de vitalidad y seria aburrida; asi como tampoco dar rienda suelta a una vida de emociones descontroladas (dionisiaca) porque esto equivaldría a la incertidumbre constante, al bamboleo de los estados de animo, a la inconstancia y, en algunos casos, al absurdo.
Insisto, la relación: razón - emoción, mente -corazón, es necesaria para una vida con sentido, con plenitud.
Según las circunstancias que enfrentamos, una prevalecerá sobre otra, lo que no supone su exclusión, ni su supresión. Es claro, que hay días en que debemos actuar sin dejarnos llevar por nuestras emociones; como cuando nos llevan a querer estar cerca de alguien que sabemos no conviene porque nos ha destruido anteriormente, porque se ha aprovechado, nos uso o nos danio. O en ese momento el que la ira nos impulsa a atentar contra quien nos ha ofendido, a pesar de que sabemos que no es conveniente, ni traerá consecuencias positivas. Tampoco podemos quedar bajo el gobierno de nuestras en esos días que no tenemos ningún deseo de. Ir a trabajar, sino que quisiéramos quedarnos tirados en la cana sin mover un dedo.
Y también es claro que, en algunas ocasiones, una mayor dosis de intuición nos permite discernir sabiamente. Hay situaciones en las que los argumentos no alcanzan para. Comprender la realidad. Y situaciones en las que el afecto no encuentra ningún asidero racional, sin embargo es sano y da sentido a la existencia. Se trata entonces de escoger con inteligencia cuando debe prevalecer una u otra. Saber tomar esta decisión, si que nos hará felices.
Muchos de los que me leen están perdiendo el sentido de sus existencias porque no han podido comprender que ese dolor por el que atraviesan es lo mejor que puede pasarles. Eso solo puede comprenderse si dejamos que la razón nos argumente su lógica. Como también es cierto que otros hermanos estan contenidos en viejos moldes argumentativos que no le permiten ver toda la realidad y gozarla como es posible.
P. Alberto Linero Gomez Eudista
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martes, 5 de octubre de 2010
Reflexiones para momentos difíciles
Hay momentos en nuestra vida en los que creemos que todo está perdido, nos duele el corazón, nos sentimos perdidos, sentimos que no valemos nada y que nadie puede ayudarnos, son experiencias en la que nuestra finitud se hace presente demasiado fuerte. Son momentos tristes y, normalmente, tenemos que enfrentarlos solos, pues como dice el poeta: “en momentos de mayor dificultad o de frustración la gran mayoría de los que están a nuestro alrededor se alejan y nos dejan solos”. Recuerdo aquí que el Jesús de Marcos lo sintió en la cruz: “Entonces todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron” (Marcos 14,50) y también se sintió así de su Padre Dios al que le obedeció en todo: “Padre porque me has abandonado” (Marcos 16,34). El también vivió esos momentos terribles y devastadores que nos invitan a no seguir adelante.
Todos pasamos por esas situaciones y también, todos experimentamos la tentación de tirar todo a la basura y de decir ya no vale la pena seguir adelante. Son instantes de la vida en los que uno se pregunta para qué nació o para qué estar vivo; ideas de muerte pasan por nuestras mentes y se nos presentan como una oportunidad. Es obvio que la solución no es tirar todo a la basura y dejarse morir, eso no es solucionar un problema sino generar uno que no sabemos de qué dimensión es. Son los momentos en los que hay que animarse, fortalecerse, motivarse y estar dispuesto a que todo sea mejor. Hay que hacer algo, tenemos que seguir batallando.
He tenido muchos momentos de esos. Tengo que darle gracias a Dios que he podido salir delante de cada uno de ellos. Muchas veces las derrotas, las soledades, las frustraciones, etc., me han puesto en situaciones límites que me han producido angustias, depresiones y tristezas. Seguro que mi experiencia de Dios y los valores en los que he sido formado han sido fundamentales para salir adelante. Les comparto unas reflexiones al respecto, por lo menos es lo que hago cuando estoy en esas situaciones.
1. Hay que asumir la derrota, la frustración, el error, el resultado negativo. Esto es, hay que aceptar que estamos viviendo un momento duro y difícil. Negarlo es una manera de darle más poder para que nos acabe. Eso forma parte de la vida. Si hay que sufrirlo tendrás que hacerlo. Usar el mecanismo de defensa de la racionalización da algo de paz, pero no quita el problema; por ello, lo mejor es enfrentar la realidad tal cual es y vivir el momento con la total pasión. Embriagarse, drogarse y huir de la situación no es una buena solución, ya que no soluciona nada y sí nos aleja de la preparación necesaria para enfrentar la realidad.
2. Hay que tener claro que siempre hay una oportunidad y hay que aferrarse a ella trabajando duro por alcanzarla. Es muy seguro que en medio de la dificultad no se vea ninguna luz pero siempre la hay y la tenemos que alcanzar. Es decir, asumo mi dolor y mi tristeza, sé que todo está mal, pero estoy seguro de que se puede salir adelante. Esa es la mejor auto-motivación. Es como cuando mi sobrino está haciendo un rompecabezas y ante una pieza que no podemos ubicar siempre me dice, ¡tranquilo, tio, siempre cabe en algún lugar! Te juro que aunque no lo creamos siempre hay una solución.
3. Hay que seguir luchando. La única manera de alcanzar la salida es caminar hacia ella. Cuando peor nos sentimos es cuando más tenemos que trabajar y luchar con más fuerza. Nadie sale de un mal momento sentado y esperando que pase hay que estar en actitud de lucha y tratar de motivarnos en cada momento para encontrar la mejor salida.
4. Hay que mantenerse firme en los valores fundamentales que rigen la vida. Muchas veces esos son los momentos más tentadores para traicionar los valores y salir corriendo a vivir los que se muestran como una inmediata solución. Es el momento de ser fuertes y coherentes con lo que hemos pensado y hemos elegido como fuerzas que coordine nuestra vida.
5. Hay que aferrarse a Dios. Al Dios del amor. Sin fanatismos, sin rezos exagerados sin cultos con lógica comercial –de oro y me das aquello-. Tratando de encontrarlo como el que más nos ama y siempre quiere para nosotros lo mejor. Seguro que con el salimos adelante (Isaías 43,1-7)
Lo importante es entender y comprender que se puede salir adelante, que no todo está perdido y que siempre somos capaces de reír en el futuro de lo que en el presente nos ha hecho llorar.
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Todos pasamos por esas situaciones y también, todos experimentamos la tentación de tirar todo a la basura y de decir ya no vale la pena seguir adelante. Son instantes de la vida en los que uno se pregunta para qué nació o para qué estar vivo; ideas de muerte pasan por nuestras mentes y se nos presentan como una oportunidad. Es obvio que la solución no es tirar todo a la basura y dejarse morir, eso no es solucionar un problema sino generar uno que no sabemos de qué dimensión es. Son los momentos en los que hay que animarse, fortalecerse, motivarse y estar dispuesto a que todo sea mejor. Hay que hacer algo, tenemos que seguir batallando.
He tenido muchos momentos de esos. Tengo que darle gracias a Dios que he podido salir delante de cada uno de ellos. Muchas veces las derrotas, las soledades, las frustraciones, etc., me han puesto en situaciones límites que me han producido angustias, depresiones y tristezas. Seguro que mi experiencia de Dios y los valores en los que he sido formado han sido fundamentales para salir adelante. Les comparto unas reflexiones al respecto, por lo menos es lo que hago cuando estoy en esas situaciones.
1. Hay que asumir la derrota, la frustración, el error, el resultado negativo. Esto es, hay que aceptar que estamos viviendo un momento duro y difícil. Negarlo es una manera de darle más poder para que nos acabe. Eso forma parte de la vida. Si hay que sufrirlo tendrás que hacerlo. Usar el mecanismo de defensa de la racionalización da algo de paz, pero no quita el problema; por ello, lo mejor es enfrentar la realidad tal cual es y vivir el momento con la total pasión. Embriagarse, drogarse y huir de la situación no es una buena solución, ya que no soluciona nada y sí nos aleja de la preparación necesaria para enfrentar la realidad.
2. Hay que tener claro que siempre hay una oportunidad y hay que aferrarse a ella trabajando duro por alcanzarla. Es muy seguro que en medio de la dificultad no se vea ninguna luz pero siempre la hay y la tenemos que alcanzar. Es decir, asumo mi dolor y mi tristeza, sé que todo está mal, pero estoy seguro de que se puede salir adelante. Esa es la mejor auto-motivación. Es como cuando mi sobrino está haciendo un rompecabezas y ante una pieza que no podemos ubicar siempre me dice, ¡tranquilo, tio, siempre cabe en algún lugar! Te juro que aunque no lo creamos siempre hay una solución.
3. Hay que seguir luchando. La única manera de alcanzar la salida es caminar hacia ella. Cuando peor nos sentimos es cuando más tenemos que trabajar y luchar con más fuerza. Nadie sale de un mal momento sentado y esperando que pase hay que estar en actitud de lucha y tratar de motivarnos en cada momento para encontrar la mejor salida.
4. Hay que mantenerse firme en los valores fundamentales que rigen la vida. Muchas veces esos son los momentos más tentadores para traicionar los valores y salir corriendo a vivir los que se muestran como una inmediata solución. Es el momento de ser fuertes y coherentes con lo que hemos pensado y hemos elegido como fuerzas que coordine nuestra vida.
5. Hay que aferrarse a Dios. Al Dios del amor. Sin fanatismos, sin rezos exagerados sin cultos con lógica comercial –de oro y me das aquello-. Tratando de encontrarlo como el que más nos ama y siempre quiere para nosotros lo mejor. Seguro que con el salimos adelante (Isaías 43,1-7)
Lo importante es entender y comprender que se puede salir adelante, que no todo está perdido y que siempre somos capaces de reír en el futuro de lo que en el presente nos ha hecho llorar.
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sábado, 25 de septiembre de 2010
Ten calma frente a la adversidad
Todos, en algún momento de la vida, tenemos frustraciones y situaciones que nos hacen infelices. No está bajo el halo de las decisiones que tomamos si tenemos dificultades o no. Las tendremos porque, en su gran mayoría, no dependerán de nosotros sino de la voluntad, los valores y las actitudes de los otros. Serán situaciones que nos harán llorar y estar tristes pero que debemos superar.
Es necesario estar preparados para aprovechar la frustración o la decepción en función de nuestro crecimiento personal. Esto es, comprender que estas situaciones existen para que seamos capaces de crecer y mejorar. No las podemos entender como experiencias totalmente destructivas, sino que tenemos que ser capaces de soportar el dolor que ella nos produce y buscar como nos ayudan a adelantarnos en nuestro propio proyecto de vida.
Para ello te propongo que reflexiones varias cosas: primero, hay que estar preparados para el error y la falla del otro, porque está hecho del mismo material que nosotros y así como nosotros somos proclives al error también los otros lo son. Segundo, hay que tener claro que todo tiene solución y que no podemos darnos por vencidos ante nada, y que todo somos capaces de soportarlo y de superarlo. Tercero, es importante preguntarse qué me aporta esa situación que estoy viviendo, qué me enseña, para el futuro cómo esta experiencia puede serme útil. Cuarto, no olvidar lo que nos ha enseñado Romanos 8,28 “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman”. Si tienes claro esto y puedes actuar con inteligencia y decisión, estoy seguro que aprenderás en la escuela del fracaso a ser feliz y a darte cuenta que todas las cosas nos ayudan si nos dejamos ayudar por ellas.
Por eso lo que tenemos que hacer ante las frustraciones es vivirlas con total intensidad de manera que cumplan su función de hacernos cada vez mejores. En este sentido, me fascina el reclamo que le hace el profeta Habacuc al Señor: “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que vengas a librarnos? ¿por qué me haces ver tanta angustia y maldad? También nosotros hemos tenido ganas de hacerle a Dios esos reclamos. Nos preguntamos por qué Dios no responde rápido a nuestras peticiones o por qué suceden tantas cosas malas sin que Él haga algo.
De hecho muchas veces sentimos que nuestra fe tambalea porque vemos que Dios no hace pronto lo que nos ha prometido. Habacuc pide una respuesta y Dios se las da: “Escribe en tablas de barro lo que voy a mostrar, de modo que pueda leerse de corrido. Aún no ha llegado el momento de que esta visión se cumpla; pero no dejará de cumplirse. Tú espera, aunque parezca tardar pues llegará en el momento preciso”. Es una respuesta contundente: Dios no se ha olvidado de las promesas que nos ha hecho. Él va cumplir su palabra de hacer que el bien venza al mal. Pero debemos ser pacientes y esperar el tiempo preciso.
No podemos desesperarnos y dejar que el desespero nos haga dudar del Poder de Dios y de su amor por nosotros. No podemos dejar que el desespero nos lleve a equivocarnos. El siempre nos escucha y quiere darnos lo mejor pero no lo hará en nuestro tiempo sino en su tiempo. Nosotros no sabemos realmente que es lo mejor para nosotros porque no tenemos una visión completa de la vida, en cambio Dios si sabe que es lo que más nos conviene porque El desde el cielo lo ve todo y tiene ante sus ojos el presente y el futuro. Hay que ser pacientes y tratar de vivir dóciles a su Espíritu Santo para que El nos muestre hacia donde tenemos que ir y caminar. Dice el refranero “Dios tarda pero no olvida” eso lo tenemos que tener presente todos los días al levantarnos, orar y salir a trabajar: Dios responderá a nuestra petición de la mejor manera. Siempre lo que El haga será lo mejor para cada uno de nosotros.
Hoy estamos invitados a seguir creyendo y confiando a no darnos por vencidos, y a no abandonar nuestra fe así muchas veces parezca que Dios no nos está escuchando porque no vemos sus acciones.
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Es necesario estar preparados para aprovechar la frustración o la decepción en función de nuestro crecimiento personal. Esto es, comprender que estas situaciones existen para que seamos capaces de crecer y mejorar. No las podemos entender como experiencias totalmente destructivas, sino que tenemos que ser capaces de soportar el dolor que ella nos produce y buscar como nos ayudan a adelantarnos en nuestro propio proyecto de vida.
Para ello te propongo que reflexiones varias cosas: primero, hay que estar preparados para el error y la falla del otro, porque está hecho del mismo material que nosotros y así como nosotros somos proclives al error también los otros lo son. Segundo, hay que tener claro que todo tiene solución y que no podemos darnos por vencidos ante nada, y que todo somos capaces de soportarlo y de superarlo. Tercero, es importante preguntarse qué me aporta esa situación que estoy viviendo, qué me enseña, para el futuro cómo esta experiencia puede serme útil. Cuarto, no olvidar lo que nos ha enseñado Romanos 8,28 “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman”. Si tienes claro esto y puedes actuar con inteligencia y decisión, estoy seguro que aprenderás en la escuela del fracaso a ser feliz y a darte cuenta que todas las cosas nos ayudan si nos dejamos ayudar por ellas.
Por eso lo que tenemos que hacer ante las frustraciones es vivirlas con total intensidad de manera que cumplan su función de hacernos cada vez mejores. En este sentido, me fascina el reclamo que le hace el profeta Habacuc al Señor: “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que vengas a librarnos? ¿por qué me haces ver tanta angustia y maldad? También nosotros hemos tenido ganas de hacerle a Dios esos reclamos. Nos preguntamos por qué Dios no responde rápido a nuestras peticiones o por qué suceden tantas cosas malas sin que Él haga algo.
De hecho muchas veces sentimos que nuestra fe tambalea porque vemos que Dios no hace pronto lo que nos ha prometido. Habacuc pide una respuesta y Dios se las da: “Escribe en tablas de barro lo que voy a mostrar, de modo que pueda leerse de corrido. Aún no ha llegado el momento de que esta visión se cumpla; pero no dejará de cumplirse. Tú espera, aunque parezca tardar pues llegará en el momento preciso”. Es una respuesta contundente: Dios no se ha olvidado de las promesas que nos ha hecho. Él va cumplir su palabra de hacer que el bien venza al mal. Pero debemos ser pacientes y esperar el tiempo preciso.
No podemos desesperarnos y dejar que el desespero nos haga dudar del Poder de Dios y de su amor por nosotros. No podemos dejar que el desespero nos lleve a equivocarnos. El siempre nos escucha y quiere darnos lo mejor pero no lo hará en nuestro tiempo sino en su tiempo. Nosotros no sabemos realmente que es lo mejor para nosotros porque no tenemos una visión completa de la vida, en cambio Dios si sabe que es lo que más nos conviene porque El desde el cielo lo ve todo y tiene ante sus ojos el presente y el futuro. Hay que ser pacientes y tratar de vivir dóciles a su Espíritu Santo para que El nos muestre hacia donde tenemos que ir y caminar. Dice el refranero “Dios tarda pero no olvida” eso lo tenemos que tener presente todos los días al levantarnos, orar y salir a trabajar: Dios responderá a nuestra petición de la mejor manera. Siempre lo que El haga será lo mejor para cada uno de nosotros.
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domingo, 5 de septiembre de 2010
¿Qué se hace con un traidor?
Hay momentos en los que nos encontramos en crisis. Esto es, estamos confundidos, defraudados, dolidos, decepcionados y percibimos de una manera contundente nuestra frágil condición de debilidad. Esos momentos los vivimos todos. Creyente y ateos; hombres y mujeres; ancianos y jóvenes; en algún momento de la vida todos hemos tenido estas emociones. La causa va desde el descubrimiento de una traición hasta el dolor producido por una enfermedad. Pero hoy quisiera preguntarme que se hace con los que nos han traicionado, esto es, con aquellos que nos han jurado lealtad, compromiso, fidelidad y no la han cumplido, defraudándonos y haciéndonos sufrir.
¿Qué hacer en esos momentos? estoy seguro que lo primero es vivirlos con toda la pasión y la fuerza requerida, no podemos soslayar estas situaciones. Quien no vive las crisis frontalmente pronto estará destruido y con el sin sentido en sus manos. Estamos en confundidos y dolidos, pues lo estamos y punto. En esa situación también hay un aprendizaje que hacer y lo vamos a aprehender.
Lo segundo es no sacar conclusiones equivocadas, como por ejemplo: todos son traicioneros, todos fallan, no se puede confiar en nadie. No. Que alguien haya fallado no significa que todo el mundo nos vaya a fallar. No podemos generalizar ni medir a todos con el mismo rasero, ya que no todos somos de la misma estatura.
Lo tercero es dejar que cada uno viva las consecuencias de su acción. El que traiciona no debe tener nuestra confianza otra vez hasta que no demuestre con creces objetiva y sostenidamente que ha cambiado y la merece. Un perdón rápido y poco reflexionado lo único que hace es abonar el terreno para una próxima traición. Perdono interiormente y me libero de esas cadenas pero que quien fallo viva las consecuencias de sus fallas; y si estas son soledad y pobreza las tendrá que vivir. Misericordia no se puede entender como un romper la lógica causa-sufrimiento, sino como un amor re-creador y re-generativo, que nos sigue haciéndonos nuevos.
Lo cuarto creo que uno tiene que preguntarse que aporto uno a esa traición. No hay que ser escrupuloso y atosigarse con la culpa. No. Pero ni hay que darnos cuenta que no podemos ser ingenuos, ni acriticos y que tenemos que saber en quien ponemos nuestra confianza.
Lo quinto, hay que sobreponerse a la situación. No podemos dejar que la situación nos destruya. Es el momento para mostrar nuestra fuerza interior, nuestra valentía y dar la batalla. Conozco dos herramientas fundamentales para superar esa situación la Psicológica y la Espiritual. En muchos casos e necesario ir donde la psicología para que esta nos ayude a sanar y superar la situación. Y claro una sincera, profunda e intensa relación con Dios siempre ayudará a que trascendemos y que nuestras heridas se cierren de la mejor manera.
Seguiré pensando y si tengo más conclusiones las comparto con ustedes. Por ahora pido al Dios de la vida que los bendiga a ustedes y los llene de su amor y de su paz. Animo.
¿Qué hacer en esos momentos? estoy seguro que lo primero es vivirlos con toda la pasión y la fuerza requerida, no podemos soslayar estas situaciones. Quien no vive las crisis frontalmente pronto estará destruido y con el sin sentido en sus manos. Estamos en confundidos y dolidos, pues lo estamos y punto. En esa situación también hay un aprendizaje que hacer y lo vamos a aprehender.
Lo segundo es no sacar conclusiones equivocadas, como por ejemplo: todos son traicioneros, todos fallan, no se puede confiar en nadie. No. Que alguien haya fallado no significa que todo el mundo nos vaya a fallar. No podemos generalizar ni medir a todos con el mismo rasero, ya que no todos somos de la misma estatura.
Lo tercero es dejar que cada uno viva las consecuencias de su acción. El que traiciona no debe tener nuestra confianza otra vez hasta que no demuestre con creces objetiva y sostenidamente que ha cambiado y la merece. Un perdón rápido y poco reflexionado lo único que hace es abonar el terreno para una próxima traición. Perdono interiormente y me libero de esas cadenas pero que quien fallo viva las consecuencias de sus fallas; y si estas son soledad y pobreza las tendrá que vivir. Misericordia no se puede entender como un romper la lógica causa-sufrimiento, sino como un amor re-creador y re-generativo, que nos sigue haciéndonos nuevos.
Lo cuarto creo que uno tiene que preguntarse que aporto uno a esa traición. No hay que ser escrupuloso y atosigarse con la culpa. No. Pero ni hay que darnos cuenta que no podemos ser ingenuos, ni acriticos y que tenemos que saber en quien ponemos nuestra confianza.
Lo quinto, hay que sobreponerse a la situación. No podemos dejar que la situación nos destruya. Es el momento para mostrar nuestra fuerza interior, nuestra valentía y dar la batalla. Conozco dos herramientas fundamentales para superar esa situación la Psicológica y la Espiritual. En muchos casos e necesario ir donde la psicología para que esta nos ayude a sanar y superar la situación. Y claro una sincera, profunda e intensa relación con Dios siempre ayudará a que trascendemos y que nuestras heridas se cierren de la mejor manera.
Seguiré pensando y si tengo más conclusiones las comparto con ustedes. Por ahora pido al Dios de la vida que los bendiga a ustedes y los llene de su amor y de su paz. Animo.
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jueves, 26 de agosto de 2010
Fe y Victoria… ¿qué son?
Hay una afirmación que me llene de ánimo siempre que la leo: “Todo es posible para el que cree”. (Marcos 9,23). Me animo porque sale de la boca de Jesús ante la petición-pregunta del papá de un niño epiléptico “Por eso si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos”. Es el poder de la fe. Es entender que creer en Dios nos da posibilidades que desbordan nuestra imaginación. La fe supera toda limitación. La fe es confiar en el poder de Dios que no tiene límites porque Dios es el absoluto. Cuando depositamos nuestra vida en sus manos ya no estamos simplemente confiando en lo nosotros, seres finitos, podemos hacer, sino que estamos confiando en Aquel para quien todo es posible (Marcos 10,27).
Esa afirmación que hace Jesús a este hombre debe generarnos una actitud optimista y decidida en nuestras vidas. Nosotros somos gente de fe, creemos en el poder de Dios y estamos siempre clamando a Él por nuestro bienestar; pues entonces, a partir de ahora, tenemos que ser capaces de no ponerle límites a su acción y confiar plenamente en su actuación. Sé que muchas veces olvidamos quién es Dios y cuál es su naturaleza, tratándolo como si fuera uno de nosotros. Poniéndole unos límites que Él no tiene.
Hoy quiero invitarte a pensar en el poder de la fe, a creer que con fe y trabajo lo puedes conseguir todo. Si crees eso, podrás salir hoy a trabajar, a luchar, a compartir la vida con los demás hermanos, lleno de una actitud bien optimista que te hará capaz de cumplir todas las metas que te has propuesto.
Es necesario confiar y creer en el poder de Dios para vencer ese negativismo que, como una epidemia, busca contagiar a todos los que con el corazón abierto quieren construir la vida. Estoy convencido de que puedes salir adelante y vencer las dificultades que tienes. Pero debes hacer crecer tu fe, tienes que pedirle al Señor que te haga crecer en la fe: “Creo; pero ayuda mi falta de fe”. No vas a seguir llorando, ni creyendo que todo está perdido, vas a creer en el poder de Dios y vas a luchar para salir adelante.
Ahora, esto no puede entenderse desde el fanatismo. El poder de la fe necesita de nuestra fuerza; no sólo de ella, pues Dios está actuando también, pero requiere que tengamos una militancia y un compromiso decidido. Esto lo digo porque muchos ahora piensan que basta con creer sin actuar y eso no es cierto. Hay que actuar, salir de nosotros, buscar al Señor, tomar conciencia de nuestro problema-incapacidad y plantearlo frente al Señor, siendo conscientes de que tenemos que salir adelante. No olvidemos que el poder de la fe, a veces, nos lleva también a aceptar lo que no nos gusta, pero que es válido en el plan de Dios. No podemos negarnos a la derrota y al fracaso pues estos forman parte de la vida y nos ayudan a crecer y a ser mejores.
No podemos entender la fe como una victoria continua, sin ninguna dificultad. Eso no pasa en nada que sea humano. En la realidad siempre hay dolores y tristezas. Teniendo claro que éstas circunstancias nos ayudan a ser mejores cada día, asumamos la existencia con fe. Y es que son los vientos en contra quienes nos permiten, gracias a la fuerza aerodinámica, despegar para volar bien alto.
Cuando veo a los jugadores de fútbol hacer una ronda en la mitad de la cancha y orar; me pregunto si le estarán diciendo a Dios que aceptan la derrota, que también les ayuda a ser mejores. Seguro que sólo dicen que quieren ganar. Y allí sí no sé qué hace Dios porque es muy seguro que los dos equipos estén haciendo la misma petición. El poder de la fe es sólo victoria; pues algunas veces esa victoria pasa por la derrota, no lo olvidemos.
Esto nos deja claro que no podemos entrar en crisis de fe porque aquellos que pedimos a Dios, no nos lo concede. Pues de fe entiende que esa posibilidad también forma parte de la condición humana. Los que sólo quieren que todo salga como lo desean o lo planearon, no tienen fe; sino que están tratando de manipular a Dios.
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Esa afirmación que hace Jesús a este hombre debe generarnos una actitud optimista y decidida en nuestras vidas. Nosotros somos gente de fe, creemos en el poder de Dios y estamos siempre clamando a Él por nuestro bienestar; pues entonces, a partir de ahora, tenemos que ser capaces de no ponerle límites a su acción y confiar plenamente en su actuación. Sé que muchas veces olvidamos quién es Dios y cuál es su naturaleza, tratándolo como si fuera uno de nosotros. Poniéndole unos límites que Él no tiene.
Hoy quiero invitarte a pensar en el poder de la fe, a creer que con fe y trabajo lo puedes conseguir todo. Si crees eso, podrás salir hoy a trabajar, a luchar, a compartir la vida con los demás hermanos, lleno de una actitud bien optimista que te hará capaz de cumplir todas las metas que te has propuesto.
Es necesario confiar y creer en el poder de Dios para vencer ese negativismo que, como una epidemia, busca contagiar a todos los que con el corazón abierto quieren construir la vida. Estoy convencido de que puedes salir adelante y vencer las dificultades que tienes. Pero debes hacer crecer tu fe, tienes que pedirle al Señor que te haga crecer en la fe: “Creo; pero ayuda mi falta de fe”. No vas a seguir llorando, ni creyendo que todo está perdido, vas a creer en el poder de Dios y vas a luchar para salir adelante.
Ahora, esto no puede entenderse desde el fanatismo. El poder de la fe necesita de nuestra fuerza; no sólo de ella, pues Dios está actuando también, pero requiere que tengamos una militancia y un compromiso decidido. Esto lo digo porque muchos ahora piensan que basta con creer sin actuar y eso no es cierto. Hay que actuar, salir de nosotros, buscar al Señor, tomar conciencia de nuestro problema-incapacidad y plantearlo frente al Señor, siendo conscientes de que tenemos que salir adelante. No olvidemos que el poder de la fe, a veces, nos lleva también a aceptar lo que no nos gusta, pero que es válido en el plan de Dios. No podemos negarnos a la derrota y al fracaso pues estos forman parte de la vida y nos ayudan a crecer y a ser mejores.
No podemos entender la fe como una victoria continua, sin ninguna dificultad. Eso no pasa en nada que sea humano. En la realidad siempre hay dolores y tristezas. Teniendo claro que éstas circunstancias nos ayudan a ser mejores cada día, asumamos la existencia con fe. Y es que son los vientos en contra quienes nos permiten, gracias a la fuerza aerodinámica, despegar para volar bien alto.
Cuando veo a los jugadores de fútbol hacer una ronda en la mitad de la cancha y orar; me pregunto si le estarán diciendo a Dios que aceptan la derrota, que también les ayuda a ser mejores. Seguro que sólo dicen que quieren ganar. Y allí sí no sé qué hace Dios porque es muy seguro que los dos equipos estén haciendo la misma petición. El poder de la fe es sólo victoria; pues algunas veces esa victoria pasa por la derrota, no lo olvidemos.
Esto nos deja claro que no podemos entrar en crisis de fe porque aquellos que pedimos a Dios, no nos lo concede. Pues de fe entiende que esa posibilidad también forma parte de la condición humana. Los que sólo quieren que todo salga como lo desean o lo planearon, no tienen fe; sino que están tratando de manipular a Dios.
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martes, 10 de agosto de 2010
Es promesa cumplida
Por estos días he vuelto a re-leer algunos textos del libro de Jeremías, que es uno de los profetas que me encanta por su tono existencial, por toda la frustración y el sufrimiento que padece a causa de cumplir su misión de anunciar la Palabra de Dios: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, y me venciste. Yo era motivo de risa todo el día, todos se burlaban de mi. Si hablo, es a gritos, clamando ¡Violencia, destrucción¡ La Palabra del Señor se me volvió insulta y burla constante, y me dije: no me acordaré de él y no hablaré más en su Nombre” (Jeremías 20, 7-9). Así de sentidas y de dolorosas son sus expresiones cuando comprueba que al anunciar la Palabra de Dios queda enfrentado a todos, siendo objeto del ataque de aquellos a los que le está anunciando su bien.
Imagino el sufrimiento de este hombre y pienso en tantas personas que hoy viven la misma contradicción interna: que al declarar lo que es justo, lo que es bueno, lo que es verdadero, terminan atacados, perseguidos y objetos de burla. También pienso en todos aquellos que viven su misión, su vocación existencial en cualquier ámbito y tienen que soportar contrariedades, adversidades, que les llevan a preguntarse si están haciendo lo correcto.
Jeremías, quiere dejar de hacer su trabajo, su misión, abandonarlo todo; pero se encuentra con que la fuerza de Dios es más grande que él: “no me acordaré de él, no hablaré más en su Nombre, pero sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía”. Es terrible darlo todo de sí para hacer el trabajo y obtener como resultado insultos, peleas, conflictos, desatención.
A Jeremías la crisis lo lleva a expresarse de manera muy pesimista: “¡Maldito el día en que nací, el día que mi made me dio a luz no sea bendito! (20, 14). Hasta allá lo ha llevado la situación, hasta no encontrarle sentido a la vida, hasta creer que no vale la pena vivir. Estoy seguro de que muchos que atraviesan situaciones duras y complicadas en su vida pueden sentirse identificados con este profeta; y quisiera contarles que, a pesar de estos sentimientos, él no se rinde, ni abandona su misión, ni se convierte a la lógica del mal, ni deja que lo venzan sus enemigos.
Confía en el Dios que lo ha llamado y que siente presente en su corazón; se mantiene firme en su fe y sigue dando la batalla: “El señor está conmigo como valiente soldado, mis perseguidores tropezarán y no me vencerán”. Se mantiene esperanzado en el Señor, porque sabe que no abandona a su gente y siempre saca adelante al que ha confiado en Él. Su esperanza se basa en la fidelidad de Dios, sabe que es fiel y responde con victoria a la fidelidad de los hombres.
La razón que encuentra para seguir creyendo y luchando a pesar de todo, es el amor de Dios. Seguro que las palabras de esperanza proclamadas al pueblo de parte de Dios:“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad y te reconstruiré y quedarás constituido…” las cree y las hace suyas en lo profundo de su corazón.
Claro, nosotros, a pesar de todo, no nos vamos a dar por vencidos, pues sabemos que Dios nos ama con amor eterno y no nos va a dejar perecer. ¡Y eso que Jeremías no conoció a Jesucristo! Qué tal nosotros que hemos visto cómo responde con Resurrección y Vida el Padre a todo aquel que se deposita en su manos y se hace obediente a su Voluntad.
¡Hey! No es tiempo para abandonar, ni para decir que todo está perdido. Es tiempo de misericordia, de esperanza, de seguir luchando y creyendo, no dejemos que el mal nos convierta a su lógica y nos venza. Vamos a seguir en pie de lucha. Dejemos que la Palabra de Dios a Jeremías nos siga guiando: “Convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas”.
Sí, mi Dios, eso queremos que se cumpla, que esa promesa se haga realidad en nuestra vida para disfrutar los frutos de todo lo que hemos luchado y trabajado. Gozando lo que Tú, desde tu gratuidad, nos haz concedido. No vamos a maldecir, sino a confiar y a estar seguros del triunfo. Por esto, quiero terminar esta reflexión de hoy, invitándote a estar más alegre, más contento y más dispuesto a pesar de todo lo que vives, porque la Palabra que Jeremías nos anuncia -de parte de Dios- se cumplirá.
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Imagino el sufrimiento de este hombre y pienso en tantas personas que hoy viven la misma contradicción interna: que al declarar lo que es justo, lo que es bueno, lo que es verdadero, terminan atacados, perseguidos y objetos de burla. También pienso en todos aquellos que viven su misión, su vocación existencial en cualquier ámbito y tienen que soportar contrariedades, adversidades, que les llevan a preguntarse si están haciendo lo correcto.
Jeremías, quiere dejar de hacer su trabajo, su misión, abandonarlo todo; pero se encuentra con que la fuerza de Dios es más grande que él: “no me acordaré de él, no hablaré más en su Nombre, pero sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía”. Es terrible darlo todo de sí para hacer el trabajo y obtener como resultado insultos, peleas, conflictos, desatención.
A Jeremías la crisis lo lleva a expresarse de manera muy pesimista: “¡Maldito el día en que nací, el día que mi made me dio a luz no sea bendito! (20, 14). Hasta allá lo ha llevado la situación, hasta no encontrarle sentido a la vida, hasta creer que no vale la pena vivir. Estoy seguro de que muchos que atraviesan situaciones duras y complicadas en su vida pueden sentirse identificados con este profeta; y quisiera contarles que, a pesar de estos sentimientos, él no se rinde, ni abandona su misión, ni se convierte a la lógica del mal, ni deja que lo venzan sus enemigos.
Confía en el Dios que lo ha llamado y que siente presente en su corazón; se mantiene firme en su fe y sigue dando la batalla: “El señor está conmigo como valiente soldado, mis perseguidores tropezarán y no me vencerán”. Se mantiene esperanzado en el Señor, porque sabe que no abandona a su gente y siempre saca adelante al que ha confiado en Él. Su esperanza se basa en la fidelidad de Dios, sabe que es fiel y responde con victoria a la fidelidad de los hombres.
La razón que encuentra para seguir creyendo y luchando a pesar de todo, es el amor de Dios. Seguro que las palabras de esperanza proclamadas al pueblo de parte de Dios:“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad y te reconstruiré y quedarás constituido…” las cree y las hace suyas en lo profundo de su corazón.
Claro, nosotros, a pesar de todo, no nos vamos a dar por vencidos, pues sabemos que Dios nos ama con amor eterno y no nos va a dejar perecer. ¡Y eso que Jeremías no conoció a Jesucristo! Qué tal nosotros que hemos visto cómo responde con Resurrección y Vida el Padre a todo aquel que se deposita en su manos y se hace obediente a su Voluntad.
¡Hey! No es tiempo para abandonar, ni para decir que todo está perdido. Es tiempo de misericordia, de esperanza, de seguir luchando y creyendo, no dejemos que el mal nos convierta a su lógica y nos venza. Vamos a seguir en pie de lucha. Dejemos que la Palabra de Dios a Jeremías nos siga guiando: “Convertiré su tristeza en gozo, los consolaré y aliviaré sus penas”.
Sí, mi Dios, eso queremos que se cumpla, que esa promesa se haga realidad en nuestra vida para disfrutar los frutos de todo lo que hemos luchado y trabajado. Gozando lo que Tú, desde tu gratuidad, nos haz concedido. No vamos a maldecir, sino a confiar y a estar seguros del triunfo. Por esto, quiero terminar esta reflexión de hoy, invitándote a estar más alegre, más contento y más dispuesto a pesar de todo lo que vives, porque la Palabra que Jeremías nos anuncia -de parte de Dios- se cumplirá.
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