Hoy te quiero dar la fórmula para que fracases como ser humano. Te aseguro que si sigues al pie de las letras estás indicaciones vivirás frustrado, derrotado, amargado y no tendrás nada. Te aseguro que si cumples a pie juntillas cada paso que te doy en esta reflexión, podrás tener una vida sin sentido como la que estás buscando.
1. No tengas prioridades. Dale a todo la misma importancia. No vayas a creer que tu familia es más importante que una fiesta, ni vayas a creer que el trabajo es importante. Vive al garete. Sin saber para dónde vas ni que quieres. Puedes gastarte la plata de la comida en rumba, puedes vestirte bien aunque te ahogues en deudas. Deja a los tuyos por una aventura de una noche; no hagas lo que toca, sino lo que quieres.
2. No tengas disciplina. Eso aburre a la gente. No cumplas ninguna responsabilidad y trabaja cuando quieras y cuando no quieras no lo hagas. Vive como si fueras a vivir mil años, sin ahorrar, sin tener en cuenta el futuro y dedicándole todo el tiempo a las cosas menos importantes. Vive con la ley del menor esfuerzo y puedes dejar para mañana cualquier trabajo sin que se te asome algo de culpa.
3. Excúsate siempre. Tú nunca fallas. No aceptes jamás que pudiste hacer algo mal. Al contrario culpa a otros y trata siempre de sacar una excusa y un pretexto para no dar lo mejor. Además eres ingenioso y no te faltará inteligencia para encontrar los motivos lógicos por los que no pudiste hacer algo.
4. Recompénsate sin alcanzar las metas, celebra antes de que llegues al objetivo. Desprecia a los contendores como hizo la liebre con la tortuga. Vive por el placer y nunca pienses en sacrificarte eso es un castigo que no te mereces. Además para qué te pones a esperar alcanzar un logro para gozar, qué tal que no lo consigas y te quedes ahí esperando por siempre.
5. No distingas entre objetivos parciales y los finales. Celebra uno parcial como si ya hubieras ganado todo y olvídate de programar bien la vida. Ganar es ganar, es igual que sea el primer partido o la final del torneo, igual te dan los mismos puntos al principio o al fina.
6. No crezcas. Sé siempre el mismo adolescente de antes. Pide a tu papá o a los que están a tu lado que resuelvan las situaciones más difíciles de tu vida. Dedícate a tener todas las parejas posibles, no pienses en organízate y sentar cabeza, eso es de viejos. Además nada más aburrido que volverse uno adulto, porque se va volviendo más serio, más tranquilo, más mesurado… ¡qué hartera!
7. Vuelvete fanático de la religión y cree que todo es responsabilidad de Dios. Literaliza las Sagradas Escrituras sin importar que son de otra cultura, otra lengua, otra época; ni aceptes que son un producto literario. No seas coherente entre la vida y la fe. Ve a la Iglesia y ya, no importan que no vivas nada de lo que dices creer. Culpa a Dios de lo que te sucede o cree que Él lo hizo todo y que el resultado no fue fruto de tus esfuerzos sino de su acción mágica. Ponte a pensar en el final del mundo -que será el 30 de febrero del 2012- y asústate tanto que no hagas nada más, por que cómo decía una vecina: a comer, comer, que el mundo se va a acabar.
8. No cuides tu salud. Eso de andar pensando en saber comer es de locos. Daña tu cuerpo con todo lo que puedas y por favor no vayas nunca donde el médico.
9. No tengas ningún pensamiento ecológico !Por favor! hay que destruir el planeta rápido antes que lleguen los extraterestres -que según algunos ya están entre nosotros- y se queden con lo que es de uno.
10. Confunde amor con enamoramiento y placer. Dedícate a vivir como todo un hedonista y no creas jamás en que hay otras cosas tan valiosas como el placer. Con el dinero todo se puede comprar.
Bueno espero que sigas estos mandamientos del fracaso. La verdad cada uno hace con su vida lo que quiere. Y tú puedes destruir la tuya; que, al fin y al cabo, es tuya.
lunes, 26 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
No está muerto quien pelea
Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido que todo está perdido; que no tenemos ninguna oportunidad para salir adelante. Seguro que no falta el “amigo” que, con una falsa cara de dolor, nos diga que lo siente mucho pero que no lo intentemos, que ya no hay nada que hacer. Frente a esas situaciones tenemos dos posibilidades bien claras y definidas:
1. Nos damos por venidos y entregar todas nuestras “armas” diciendo que nada hay que hacer. Esta es una posibilidad que muchos asumen, declarándose vencidos antes de salir al último asalto. Esa opción nos deja amargados, tristes y derrotados. Es una decisión que nos deja con la pregunta interior de qué hubiera pasado si hubiéramos intentado un último esfuerzo. No es extraña este tipo de actitudes en una sociedad que predica el facilismo, la magia y teorías que invitan a alcanzar el éxito o el triunfo sin el esfuerzo necesario. Es fácil tomar la decisión de dejarse vencer por la situación, pero es difícil aceptar las consecuencias que se derivan después.
2. Dar la batalla con todas las fuerzas y luchar con la seguridad que todo se puede revertir y que toda adversidad se puede vencer. Para ello hay que prepararse, elegir la mejor estrategia y luchar con todas las fuerzas. Es la decisión de ir a la batalla a dar lo mejor. Por supuesto que estamos arriesgándonos, porque uno va a la pelea sabiendo que es posible que salgamos derrotados; pero y qué, igual perderemos si no lo intentamos. Pero hay una diferencia entre estos que nos se mueren hasta que se mueren, y los que no pierden los partidos hasta que se acaban.
Te propongo que no te desanimes frente a las adversidades, que no creas que ya estás perdido, que seas capaz de ceñirte como un valiente y enfrentar esa adversidad –por muy difícil que parezca- con la certeza de que vas a vencer. Puedes darte por vencido, puedes tirar la toalla pero, insisto, hay diferencias entre perder sin intentarlo o perder dando la batalla. Por eso saca fuerzas de desde dentro y date cuenta que puedes hacer lo mejor. Creo que debes trabajar sobre tres confianzas fundamentales para toda batalla:
1. Confía en ti mismo, para ello debes tener claro que eres una persona con las aptitudes que se requieren para la batalla, sabiendo que Dios ha puesto en tu corazón muchos talentos que no puedes despreciar. Esa confianza en ti se debe manifestar en una actitud decidida y constante.
2. También hay que confiar en aquellos con quienes hago equipo. Siempre necesitamos ayuda y es necesario creerle al otro. Saber que igual que yo, los que me rodean tienen valores, aportan cosas importantes, son talentosos. En la vida no sólo basta con lo que hago, siempre necesito un aporte más que yo mismo no puedo dar. Y en mi equipo hay quienes tienen esa ayuda oportuna que requiero.
3. Y, claro, una confianza plena y total en Dios. Él es el Dueño de la vida, y nos da su ayuda siempre. Ayuda que implica nuestro esfuerzo y no es mágica. Estoy seguro de que con esas confianzas y un plan de trabajo inteligente y real, podremos revertir todas las situaciones difíciles que tenemos; y si no tendremos la satisfacción de haber dado todo, esto no nos quita el dolor de la derrota, pero nos da un fresquito que nos hace sentir mejor.
Eso fue lo que les dije a los jugadores de Junior el martes antes del partido. Ellos, que son auténticos guerreros, lo creyeron e hicieron de ese partido una experiencia de triunfo que los junioristas no van a olvidar pues forma parte de las leyendas que tendrán para contar a sus hijos. Ahora no toca a nosotros mostrar que también podemos dar la batalla y ganarla; de tal manera que podamos sonreír. Creo en ti y estoy seguro que puedes hacer lo mejor. Ánimo.
1. Nos damos por venidos y entregar todas nuestras “armas” diciendo que nada hay que hacer. Esta es una posibilidad que muchos asumen, declarándose vencidos antes de salir al último asalto. Esa opción nos deja amargados, tristes y derrotados. Es una decisión que nos deja con la pregunta interior de qué hubiera pasado si hubiéramos intentado un último esfuerzo. No es extraña este tipo de actitudes en una sociedad que predica el facilismo, la magia y teorías que invitan a alcanzar el éxito o el triunfo sin el esfuerzo necesario. Es fácil tomar la decisión de dejarse vencer por la situación, pero es difícil aceptar las consecuencias que se derivan después.
2. Dar la batalla con todas las fuerzas y luchar con la seguridad que todo se puede revertir y que toda adversidad se puede vencer. Para ello hay que prepararse, elegir la mejor estrategia y luchar con todas las fuerzas. Es la decisión de ir a la batalla a dar lo mejor. Por supuesto que estamos arriesgándonos, porque uno va a la pelea sabiendo que es posible que salgamos derrotados; pero y qué, igual perderemos si no lo intentamos. Pero hay una diferencia entre estos que nos se mueren hasta que se mueren, y los que no pierden los partidos hasta que se acaban.
Te propongo que no te desanimes frente a las adversidades, que no creas que ya estás perdido, que seas capaz de ceñirte como un valiente y enfrentar esa adversidad –por muy difícil que parezca- con la certeza de que vas a vencer. Puedes darte por vencido, puedes tirar la toalla pero, insisto, hay diferencias entre perder sin intentarlo o perder dando la batalla. Por eso saca fuerzas de desde dentro y date cuenta que puedes hacer lo mejor. Creo que debes trabajar sobre tres confianzas fundamentales para toda batalla:
1. Confía en ti mismo, para ello debes tener claro que eres una persona con las aptitudes que se requieren para la batalla, sabiendo que Dios ha puesto en tu corazón muchos talentos que no puedes despreciar. Esa confianza en ti se debe manifestar en una actitud decidida y constante.
2. También hay que confiar en aquellos con quienes hago equipo. Siempre necesitamos ayuda y es necesario creerle al otro. Saber que igual que yo, los que me rodean tienen valores, aportan cosas importantes, son talentosos. En la vida no sólo basta con lo que hago, siempre necesito un aporte más que yo mismo no puedo dar. Y en mi equipo hay quienes tienen esa ayuda oportuna que requiero.
3. Y, claro, una confianza plena y total en Dios. Él es el Dueño de la vida, y nos da su ayuda siempre. Ayuda que implica nuestro esfuerzo y no es mágica. Estoy seguro de que con esas confianzas y un plan de trabajo inteligente y real, podremos revertir todas las situaciones difíciles que tenemos; y si no tendremos la satisfacción de haber dado todo, esto no nos quita el dolor de la derrota, pero nos da un fresquito que nos hace sentir mejor.
Eso fue lo que les dije a los jugadores de Junior el martes antes del partido. Ellos, que son auténticos guerreros, lo creyeron e hicieron de ese partido una experiencia de triunfo que los junioristas no van a olvidar pues forma parte de las leyendas que tendrán para contar a sus hijos. Ahora no toca a nosotros mostrar que también podemos dar la batalla y ganarla; de tal manera que podamos sonreír. Creo en ti y estoy seguro que puedes hacer lo mejor. Ánimo.
lunes, 12 de diciembre de 2011
La felicidad de ser lo que soy
Me gusta la gente auténtica. Aquella que no usa máscaras, ni caretas para esconder quién es y cómo vive. Me fascina relacionarme con la gente que no saca relucir sus “buenas costumbres”; ni quiere enrostrarles a otros sus supuestos abolengos y alcurnias medievales, propias de épocas oscurantistas. No puedo negar mi admiración por aquellos que tienen el don de hablar sencillo y decir cosas profundas. No sé nadar en el mar de las palabras rebuscadas que termina siendo bien llanito. No disfruto hablando con quienes viven contando sus acciones heróicas, las grandes cifras que tienen en sus cuentas corrientes o los cipotes negocios que se les han ocurrido. Nada de eso me gusta, ni lo disfruto sino que huyo de esas experiencias.
Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.
Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.
Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.
Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).
Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.
Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).
Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.
Soy corroncho: no sé comer caviar y sí guineo verde “pangao” con queso. Digo algunas palabras que me han dicho que son malas –pero nunca me ha explicado satisfactoriamente por qué lo son-, me encanta gritar y reír a carcajadas; aunque muchas veces me han dicho que eso no es bien visto por la sociedad.
Me gusta encontrarme con aquellos a los que la sociedad ha despreciado por sus errores y me fascina aprender de ellos. Me gusta el vallenato y me sé todas las canciones de Diomedes, en cambio disfruto muy pocas de Mozart o Bethoven –sé quienes son y lo grandioso de su aporte a la humanidad pero no dicen mi gusto-. Me gusta vestir de bluyines y camisetas a rayas así más de uno crea que eso no expresa la dignidad sacerdotal que Dios me regalo sin yo merecerla.
Soy bueno para pelear, discutir y hacer valer mis derechos, aunque a alguno se le ocurra pensar que por eso no soy humilde. Creo en la amistad. Y aprendí la amistad en la calle, en el equipo de basquetbol, mientras era defendido por Asdrubal Peralta en una pelea callejera o mientras era yo quien lo defendía cuando nos tocaba tirar trompadas contra los de la otra calle en el Olivo; en esa amistad que experimento en los relatos de uno que dio la vida hasta por un traidor como Judas.
Ni modo, usted está leyendo a un corroncho, a uno que no quiere esconder su múltiples defectos ni cree que gracias a la televisión ahora es más gente o tiene mejores costumbres; a uno que le gusta la comodidad –y trabaja dura por tenerla- pero que no olvida que nada de lo que se tiene llega a valer más que el corazón. Usted lee a uno que sabe que las carencias son bendiciones; a uno que no cree en un Dios inquisidor y destructor del hombre que busca hacerle pagar con fuego ardiente el placer que este ha vivido. Soy quien quiere evitar sacar el dedo índice para hacer sentir a otro culpable, y que no hace de la crítica su mejor virtud. A uno que es un pecador –tal vez el más grande de todos- pero que todos los días tiene una lucha honesta y sincera por ser coherente y trata de identificarse plenamente con Cristo (Gálatas 2,20).
Disculpen que hable en primera persona; pero siempre es mejor hablar concretamente. Todo esto es para invitarlos a ser personas auténticas (honrados, fieles a sus orígenes y convicciones), a no cargar máscaras, ni cruces que no ayuden a ser felices. No vivan la vida que no quieren vivir. Dios nos quiere felices, siendo quienes somos y luchando todos los días por ser mejores. Se trata de vivir sin superestructuras que nos doblen la columna y nos obliguen a ver el piso como horizonte, en vez de estar erectos y con la mirada hacia el horizonte infinito. Se trata de entender que, no porque hagamos sentir menos a los demás, nosotros vamos a ser más; o que deseando y envidiando lo que los otros tienen, vamos alcanzar a llenar el vacío que tenemos en el alma.
Seguro decepciono a más de un de mis lectores y seguidores del twitter, pero no puedo engañarme -ni engañarlos- diciendo que el camino de la puerta ancha es mejor que el de la puerta angosta (Mateo 7,13-14), sólo siendo nosotros mismos, eso sí cada día luchando por ser mejores, podremos llegar a mirarlo a la cara y recibir una palabra de bendición (Mateo 25,34).
Por ahora sigo jugando tenis y ganándole a Gaby Castillo –por lo menos hoy, cuando hago esta columna así pasó-, un auténtico Caribe con el que converso de Dios y del juego; mientras decimos palabras de esas que otros no quieren, reímos y tratamos de vivir en autenticidad.
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