Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.
Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.
Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.
No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.
Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.
Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.
Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.
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lunes, 9 de enero de 2012
Serenidad y paciencia
Hay luchas en las que nadie apuesta un peso por nosotros. Hay momentos en los que ya nos dan por muertos, por perdidos, por derrotados y nos ponen la lápida de perdedores. Hay días en los que las cosas se complican más que en todos los otros y uno tiene esa percepción de pequeñez frente a una tarea tan grande, tan complicada. Pero ahí, en esos momentos de complicación, de dolor y adversidad, en medio de esos desiertos, es cuando los que creen hacen la diferencia. Hay en donde aparecen esos inquebrantables, los de la esperanza viva y profunda. En esos momentos tú y yo podemos hacer algo distinto a tirar la toalla y llorar sobre la leche derramada.
Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.
Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.
No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.
Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.
Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.
Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.
Uno puede revisar la historia y darse cuenta que muchos de los grandes empresarios que hoy son multimillonarios, arrancaron con nada en las manos, pero con una convicción firme en ellos, en sus posibilidades, atentos a sacar provecho de la oportunidad que se presentaba; pero eso sí, no hagamos de esto un argumento flaco como ese que dice que son gente con suerte. Porque nada es fácil y la diferencia está en los que lloran y pierden y los que lloran, se reponen, salen adelante, lo intentan y no se cansan.
Así, si estás pasando por un momento de adversidad, cíñete, aprieta el pulso, ponle el pecho a la brisa y ánimo que Dios está contigo en tu lucha. Ya no más autocompasión absurda que no te hace bien; ya no más excusas que son los argumentos de los mediocres para continuar en su mediocridad; ya no más culpar a la suerte creyendo que la vida se confabula en tu contra. Haz ya un alto. Vamos, sé valiente y firme (Josué 1, 9) porque el Señor está contigo, a tu lado, es tu escudo, pero la batalla la das tú, la lucha es una responsabilidad de tu corazón.
No tengas miedo al fracaso, porque no existe más fracaso que no intentarlo. Piensa en que la peor, pero la peor de las situaciones que podría darse, es lo que seguro se dará si no lo intentas y peleas tu lucha. No son pocos los vientos contrarios que a diario soplan en nuestra vida, no serán pequeñas las trabas que encontremos en el camino, ni todos los saltos que debamos dar serán cosa de levantar el pie.
Sé que tendremos, que podemos tener ya, situaciones muy complicadas, en las que sentimos que Dios no está con nosotros o que su silencio es demasiado prolongado, que por más que le rezamos no contesta, que por más que le pedimos no da. La soledad, la angustia, el desespero, la impotencia, el abandono, la derrota o la incomprensión pueden estar tocándote justo ahora.
Y eso pesa, y duele, y nos hace sentir chicos, muy débiles, hasta incapaces. Pero quiero invitarte a leer un texto bíblico que a mí me ha servido de mucho: “Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. (Isaías 41, 10). Ten la certeza de que vas a triunfar, ten tranquilidad, como solía decirle Kalimán a Solín “serenidad y paciencia” porque no todo es como queremos. Pero que nada opaque tu alegría, que nada se robe tu corazón de valiente, ese que mi Dios te dio, que tejió en ti. Confía en que ahora se está cumpliendo esa promesa de Isaías en tu vida, te llenará de fortaleza, te ayudará, no estás solo, porque estás en sus manos.
Aunque no lo parezca porque la vida es complicada, dura, dolorosa, pues hoy revístete de la alegría del creyente, que en medio del desierto ya vive anticipadamente el gozo de la tierra que mana leche y miel. Sonríele a la vida, dale duro a lo tuyo, cumple con tus responsabilidades, no te quites de lo que debes hacer, no des excusas, no te hagas la víctima. Que en todo lo que haces reconozcas que vas a salir adelante con la fuerza del que se cree que va a ganar y con la certeza de que lo sostiene el que todo lo gana, el dueño de la victoria. No dejes que tu mente se centre sólo en lo negativo que hay a tu alrededor, siéntete amado e invitado a triunfar. Quisiera que cada palabra te llenara de la certeza de que Dios te hizo fuerte, capaz, valioso y hoy, una vez más, está dándote la oportunidad de salir adelante.
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martes, 13 de septiembre de 2011
Que te perdone... que te perdone...
Uno de los temas reiterativos en las relaciones humanas es el perdón. Todos hemos necesitados ser perdonados y hemos recibido la invitación a perdonar a alguien.
Hoy quisiera proponerles algunas reflexiones -desde mi experiencia espiritual- en torno al perdón desde estas preguntas: ¿Qué es el perdón? ¿Por qué perdonar? ¿Cuántas veces hacerlo? ¿Cómo perdonar?
¿Qué es perdonar? Muchas definiciones he leído en torno a esta experiencia humana, pero quisiera compartir con ustedes dos: primero, es la decisión por recuperar la paz perdida. No un sentimiento sino una acción de nuestra voluntad para volver a vivir en la armonía que alguna situación nos hubiese quitado.
En este orden de ideas todos podemos perdonar, porque todos tenemos la capacidad y la posibilidad de tomar esa decisión.
Segunda definición, que me gusta por la relación que se ha establecido desde siempre entre el olvido y el perdón, dice que “perdonar es recordar sin dolor”. Está claro que hay cosas que no vamos a olvidar -y es necesario que no hacerlo- pero no podemos sufrirlo cada vez que lo recordamos.
¿Por qué perdonar? Estoy seguro de que hay muchas razones para tomar esta decisión. Perdono porque es lo mejor que me puede pasar, pues soy el primer beneficiado de mi decisión. Perdono porque el resentimiento, como decía mi abuela, es un veneno que me tomo, para que se muera el otro. Perdono porque sé que todos necesitamos una nueva oportunidad. Perdono porque le creo al Señor Jesús y Él nos ha invitado a hacerlo como una manera de ser cada día mejores.
¿Cuántas veces perdonar? Desde la perspectiva que estamos reflexionando, creo que siempre hay que perdonar. Cuando Pedro le pregunta lo mismo a Jesús, el Maestro responde con la parábola del siervo sin entrañas (Mateo 18, 23-35), quien primero pide perdón al Rey de sus grandiosas deudas y éste se lo da; pero luego condena a su hermano por una deuda mucho menor.
Este pasaje tiene un sentido bien claro: “Debemos perdonar al hermano todas las veces que queramos que Dios nos perdone”. Es la dimensión social-fraterna de nuestra experiencia de fe. Nada hacemos con tener una buena relación con Dios; sino la tenemos con aquellos con los que vivimos. Es de “descarados” pedir perdón y ayuda a Dios, mientras no se la damos a los hermanos con los que vivimos. Esta es una esquizofrenia que no podemos vivir como cristianos.
¿Cómo perdonar? Pregunta compleja y respondida desde distintos ángulos. Te propongo lo que a mí me ha resultado:
1. Trato de comprender las razones que tiene la otra persona para haber actuado de esa manera. Sé que no justifica su proceder, pero me hace verlo de una manera distinta. No es un monstruo que quiere hacerme lo peor, sino es un “humano” que falla y que no atinó a hacer lo correcto.
2. Recuerdo lo importante que es para mi proyecto de mi vida estar en paz y seguir adelante en la vida.
3. Entiendo que si yo tuviera los mismos condicionantes y las mismas experiencias, seguro que hubiera actuado de la misma manera.
4. Oro por esa persona. Pido a Dios lo mejor, que le vaya súper bien y que pueda estar bien para que no tenga más necesidad de hacerle daño a nadie.
5. Y, claro, tomar la decisión de hacerlo, a pesar de todas las emociones que tengo en este momento.
Por último vuelvo sobre una distinción, que he hecho muchas veces y que causa algunas discusiones en los espacios espirituales: es que en el ámbito humano perdonar no siempre es reconciliarse. Muchas veces te perdono; pero tengo que distanciarme de ti. Otras veces sí puedo perdonarte y seguir contigo. En el ámbito de la relación con Dios sí es lo mismo. Siempre que nos perdona nos reconcilia consigo.
Hoy quisiera proponerles algunas reflexiones -desde mi experiencia espiritual- en torno al perdón desde estas preguntas: ¿Qué es el perdón? ¿Por qué perdonar? ¿Cuántas veces hacerlo? ¿Cómo perdonar?
¿Qué es perdonar? Muchas definiciones he leído en torno a esta experiencia humana, pero quisiera compartir con ustedes dos: primero, es la decisión por recuperar la paz perdida. No un sentimiento sino una acción de nuestra voluntad para volver a vivir en la armonía que alguna situación nos hubiese quitado.
En este orden de ideas todos podemos perdonar, porque todos tenemos la capacidad y la posibilidad de tomar esa decisión.
Segunda definición, que me gusta por la relación que se ha establecido desde siempre entre el olvido y el perdón, dice que “perdonar es recordar sin dolor”. Está claro que hay cosas que no vamos a olvidar -y es necesario que no hacerlo- pero no podemos sufrirlo cada vez que lo recordamos.
¿Por qué perdonar? Estoy seguro de que hay muchas razones para tomar esta decisión. Perdono porque es lo mejor que me puede pasar, pues soy el primer beneficiado de mi decisión. Perdono porque el resentimiento, como decía mi abuela, es un veneno que me tomo, para que se muera el otro. Perdono porque sé que todos necesitamos una nueva oportunidad. Perdono porque le creo al Señor Jesús y Él nos ha invitado a hacerlo como una manera de ser cada día mejores.
¿Cuántas veces perdonar? Desde la perspectiva que estamos reflexionando, creo que siempre hay que perdonar. Cuando Pedro le pregunta lo mismo a Jesús, el Maestro responde con la parábola del siervo sin entrañas (Mateo 18, 23-35), quien primero pide perdón al Rey de sus grandiosas deudas y éste se lo da; pero luego condena a su hermano por una deuda mucho menor.
Este pasaje tiene un sentido bien claro: “Debemos perdonar al hermano todas las veces que queramos que Dios nos perdone”. Es la dimensión social-fraterna de nuestra experiencia de fe. Nada hacemos con tener una buena relación con Dios; sino la tenemos con aquellos con los que vivimos. Es de “descarados” pedir perdón y ayuda a Dios, mientras no se la damos a los hermanos con los que vivimos. Esta es una esquizofrenia que no podemos vivir como cristianos.
¿Cómo perdonar? Pregunta compleja y respondida desde distintos ángulos. Te propongo lo que a mí me ha resultado:
1. Trato de comprender las razones que tiene la otra persona para haber actuado de esa manera. Sé que no justifica su proceder, pero me hace verlo de una manera distinta. No es un monstruo que quiere hacerme lo peor, sino es un “humano” que falla y que no atinó a hacer lo correcto.
2. Recuerdo lo importante que es para mi proyecto de mi vida estar en paz y seguir adelante en la vida.
3. Entiendo que si yo tuviera los mismos condicionantes y las mismas experiencias, seguro que hubiera actuado de la misma manera.
4. Oro por esa persona. Pido a Dios lo mejor, que le vaya súper bien y que pueda estar bien para que no tenga más necesidad de hacerle daño a nadie.
5. Y, claro, tomar la decisión de hacerlo, a pesar de todas las emociones que tengo en este momento.
Por último vuelvo sobre una distinción, que he hecho muchas veces y que causa algunas discusiones en los espacios espirituales: es que en el ámbito humano perdonar no siempre es reconciliarse. Muchas veces te perdono; pero tengo que distanciarme de ti. Otras veces sí puedo perdonarte y seguir contigo. En el ámbito de la relación con Dios sí es lo mismo. Siempre que nos perdona nos reconcilia consigo.
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domingo, 21 de agosto de 2011
Cosas que no podemos olvidar
Acabo de terminar mi pariticpación en varios eventos de la Renovación Carismática Católica de Guatemala, más exactamente en Ciudad de Guatemal. En ellos he compartido la experiencia que sostiene mi vida y que le da sentido a todo lo que soy: Jesús está vivo, y es el Señor. Ha sido una experiencia bien enriquecedora, sobre toda la de predicar a estos jóvenes y encontrarme con el movimiento Cadenas de Oración. Quisiera compartir con ustedes las ideas básicas de mi predicación en estos días acá:
1. Somos hechura de las manos de Dios: Tantas dificultades y problemas que tenemos en la vida nos han hecho creer que no somos importantes, que somos un número más en la vida y que nuestra existencia no tiene sentido. Tantas derrotas, tantas frustraciones nos han convencido de ellas. Por eso lo primero que tenemos que tener claro es que Dios nos ha creado. Nosotros somos fruto de la decisión de Dios, que nos amó primero, creándonos. Cuando tenemos claro eso entonces tenemos claro también que nuestra existencia no sólo tiene sentido sino que a la vez es una oportunidad de felicidad. Que nadie nos convenza de lo contrario, somos creación de Dios y Dios no hace basura.
2. Somos únicos e irrepetibles: Tenemos la gran tentación de querer ser como los otros, de envidiar lo que los otros son y tienen. Nos gusta compararnos y llorar porque los otros tienen más o son mejores que nosotros. Hoy vuelvo a decirte que tú eres único e irrepetible, que no hay otro como tú en el mundo y que eso te tiene que hacer vivir en gozo y alegría. Cuando Dios te hizo rompió el molde y te dió a Ti la posibilidad de entregarle al mundo algo que nadie se lo puede entregar. Por eso hoy dale gracias a Dios de ser quien eres y trata de dar lo mejor de ti para ser feliz.
3. Somos valiosos: Y lo somos no por la ropa que usemos, no por los títulos que tengamos, no por el dinero de nuestra cuenta bancaria. Somos valiosos porque Dios nos ha creado y nos ama mucho. Quiero que esto no lo olvides. Tú eres tan valioso que Dios ha dado a su Hijo por ti. El ha entregado como rescate por tu liberación la vida de su Hijo (1Pedro 1,18-19) y te ama con amor infinito (Isaías 43,1-7). Que nadie te haga sentir inferior porque no lo eres. Dios te ha dado todo y quiere lo mejor para ti.
4. Somos llamados a la felicidad: Dios no nos creo para la nada o para la destrucción. Nos creó para que fuéramos felices y disfrutaramos la vida a plenitud. El está a nuestro lado para ayudarnos a ganarle a todos los problemas y dificultades que tenemos, luego no podemos vivir con miedo y con tristeza la vida, sino que tenemos que estar seguro que la plenitud nos espera.
Eso fue lo que ocmpartí con estos hermanos. Seguro que Dios tocó con esas palabras sus corazones. Ahora, le pido que a ti que me lees también te toque y te haga sentir que tienes la gran oportunidad de ser felices. No sé si estés viviendo momentos duros pero lo que si sé es que Dios está a tu lado para ayudarte a construir una vida feliz. Animo.
Agradezco a todos los hermanos de Guatemala que me acogieron y me acompañaron en estos días de predicación. Ya vuelvo a Colombia, a Barranquilla, para tratar de seguir haciendo mi ministerio como hasta hoy. Oro por ustedes y espero que lo hagan por mi. Gracias.
1. Somos hechura de las manos de Dios: Tantas dificultades y problemas que tenemos en la vida nos han hecho creer que no somos importantes, que somos un número más en la vida y que nuestra existencia no tiene sentido. Tantas derrotas, tantas frustraciones nos han convencido de ellas. Por eso lo primero que tenemos que tener claro es que Dios nos ha creado. Nosotros somos fruto de la decisión de Dios, que nos amó primero, creándonos. Cuando tenemos claro eso entonces tenemos claro también que nuestra existencia no sólo tiene sentido sino que a la vez es una oportunidad de felicidad. Que nadie nos convenza de lo contrario, somos creación de Dios y Dios no hace basura.
2. Somos únicos e irrepetibles: Tenemos la gran tentación de querer ser como los otros, de envidiar lo que los otros son y tienen. Nos gusta compararnos y llorar porque los otros tienen más o son mejores que nosotros. Hoy vuelvo a decirte que tú eres único e irrepetible, que no hay otro como tú en el mundo y que eso te tiene que hacer vivir en gozo y alegría. Cuando Dios te hizo rompió el molde y te dió a Ti la posibilidad de entregarle al mundo algo que nadie se lo puede entregar. Por eso hoy dale gracias a Dios de ser quien eres y trata de dar lo mejor de ti para ser feliz.
3. Somos valiosos: Y lo somos no por la ropa que usemos, no por los títulos que tengamos, no por el dinero de nuestra cuenta bancaria. Somos valiosos porque Dios nos ha creado y nos ama mucho. Quiero que esto no lo olvides. Tú eres tan valioso que Dios ha dado a su Hijo por ti. El ha entregado como rescate por tu liberación la vida de su Hijo (1Pedro 1,18-19) y te ama con amor infinito (Isaías 43,1-7). Que nadie te haga sentir inferior porque no lo eres. Dios te ha dado todo y quiere lo mejor para ti.
4. Somos llamados a la felicidad: Dios no nos creo para la nada o para la destrucción. Nos creó para que fuéramos felices y disfrutaramos la vida a plenitud. El está a nuestro lado para ayudarnos a ganarle a todos los problemas y dificultades que tenemos, luego no podemos vivir con miedo y con tristeza la vida, sino que tenemos que estar seguro que la plenitud nos espera.
Eso fue lo que ocmpartí con estos hermanos. Seguro que Dios tocó con esas palabras sus corazones. Ahora, le pido que a ti que me lees también te toque y te haga sentir que tienes la gran oportunidad de ser felices. No sé si estés viviendo momentos duros pero lo que si sé es que Dios está a tu lado para ayudarte a construir una vida feliz. Animo.
Agradezco a todos los hermanos de Guatemala que me acogieron y me acompañaron en estos días de predicación. Ya vuelvo a Colombia, a Barranquilla, para tratar de seguir haciendo mi ministerio como hasta hoy. Oro por ustedes y espero que lo hagan por mi. Gracias.
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